deseos y necesidades, nos impulsa a revisar nuestra respon-
sabilidad en la génesis de estos hechos.
En el mismo instante en que nos disponemos a quitarnos
los disfraces que han estado ocultando nuestra verdadera
persona, a veces por décadas, nos encontramos con el verda-
dero ser que somos, dispuestos a hacernos cargo de nuestros
errores, pero también a salir al mundo en la nave de nues-
tras virtudes, para demostrar, a nosotros y a los demás, que
somos seres humanos con opciones, con posibilidades, y que
mañana será un día nuevo para vivirlo con la luz intensa del
sol que realza el brillo de nuestra persona.
En este libro hemos de admitir nuestra vulnerabilidad fren-
te a las situaciones adversas, lo cual nos alivia la culpa al per-
mitirnos comprender que como individuos tenemos derecho al
error y que en la búsqueda del éxito personal está agazapado el
fantasma del fracaso, con su halo de oscuridad, tristeza e impo-
tencia.
Abordaremos, asimismo, el impacto que las experien-
cias vividas como fracasos tienen sobre los componentes
fundamentales de la autoestima, que son la confianza y el
respeto por nosotros mismos. Emerger de estas situaciones
sin adoptar el rol de víctimas requiere también de un aná-
lisis profundo y objetivo.
Todo acontecimiento puede ser interpretado de más de
una forma, y todo dependerá del cristal con que estemos
observando nuestro mundo exterior, pero también nuestro
mundo interior. Si los fracasos son juicios sobre sucesos de
nuestra vida, cuando cambiamos el juicio que nos merece
el hecho en sí mismo estamos también modificando sus re-
percusiones sobre nuestro estado de ánimo.
En tiempos difíciles, y cuando estamos sumidos en agudas
crisis personales, perdemos la perspectiva de nuestro dere-
cho natural al bienestar y a que sean respetados nuestros es-
12
pacios y límites, en salvaguarda de nuestra integridad y del
necesario equilibrio emocional.
Todos somos capaces de desarrollar una sana autoestima,
en la medida en que nos fijemos metas accesibles y lógicas.
Existen períodos de transición entre el impacto que causan
las experiencias negativas en nuestro cuerpo emocional y la
cicatrización de las heridas del alma que estos episodios pro-
ducen. Este tiempo lo utilizaremos para hacer un balance
existencial y generar una nueva forma de pensar y ver la rea-
lidad.
La autovaloración surge del diálogo interno y de la toma
de conciencia sobre la necesidad de instrumentar cambios
que nos permitan vivir mejor. Tomar un café con uno mismo
facilitará la tarea en la que estoy dispuesto a ayudarlo, aun-
que debo adelantarle que las decisiones siempre son perso-
nales, y no pueden ni deben ser tomadas bajo el influjo del
criterio de otra persona, aunque ésta sea de nuestra total con-
fianza.
Llegará el día en que usted percibirá su nueva identidad y
estará en condiciones de volver a interactuar con todos los
seres humanos mostrando una autoestima saludable y con
total conciencia de sus logros, que serán bien recibidos por
quienes lo rodean, que a partir de su transformación han de
respetarlo y dispensarle el trato que usted se merece.
No tema, la travesía comienza aquí, no se detiene nunca,
pues la Excelencia en Calidad de Vida es un anhelo que to-
dos tenemos. El destino final es transformar su manera de
pensar y de sentir respecto de sus derechos, pero también
de sus obligaciones, para poder así retomar la conducción de
su vida, sabiendo fehacientemente hacia dónde ha de diri-
girla.
De la misma manera en que lo hice con El lado profundo de la
Vida, pongo este material a su disposición y a su juicio, desean-
13
do serle útil para sobrellevar con dignidad estos tiempos di-
fíciles, y contribuir con este aporte a estimularlo para que se
inicie en el camino del autoconocimiento y la autovaloración,
que se convertirán a la postre en el soporte principal del desa-
rrollo de su autoestima.
PRIMERA PARTE
LA VULNERABILIDAD
DEL SER HUMANO
FRENTE A LAS PÉRDIDAS
1
ANÁLISIS DEL IMPACTO DE LOS FRACASOS
El camino hacia el triunfo se vuelve solitario
porque la mayoría de los hombres no está dis-
puesta a enfrentar y vencer los obstáculos que
se esconden en él. La capacidad de dar ese úl-
timo paso cuando estás agotado es la cualidad
que separa a los ganadores de los demás co-
rredores.
EDWARD LE BARÓN
El impacto que los acontecimientos vividos como fracasos
producen a lo largo de nuestra Existencia está íntimamente
ligado al grado de sensibilidad que cada uno de nosotros po-
see, y a la manera en que somos capaces de manejar nuestras
emociones.
En la medida en que la vida nos coloca en situaciones en
las que «debemos» sentir de una determinada manera pues
hemos sido programados para ello, comprendemos con fa-
cilidad qué es la tristeza y la alegría, qué son los éxitos y lo
que significan los fracasos.
Esto hace que los sentimientos que nos embargan cuando
atravesamos por profundas crisis personales sean, en térmi-
nos generales, similares; lo que señala la diferencia entre
unas personas y otras es cómo manejamos lo que estamos
sintiendo, y qué tiempo nos lleva procesar adecuadamente
esa sensación tan desagradable que nos identifica con el fra-
caso.
Durante un cierto tiempo de nuestra vida creemos que so-
mos inmunes o que podemos evitar el tener que pasar por
estas experiencias, que tienen como común denominador los
17
sentimientos de pérdida y que lesionan tan duramente nues-
tra autoestima.
Es muy probable que usted, que está comenzando a leer
este libro, ya haya tenido que enfrentarse en más de una opor-
tunidad a situaciones que han hecho trizas el juicio que tenía
de su propia persona, y que haya experimentado ese senti-
miento de impotencia frente a la vida.
En el otro extremo de la misma línea, y sobre todo si us-
ted es muy joven, quizá no tuvo aún esa riquísima expe-
riencia de ser derrotado, de haberse arriesgado a algo por-
que creía que era su camino; lo invito a enfrentarse a este
desafío, que lleva en su núcleo las respuestas más contun-
dentes a los interrogantes de la Existencia.
Lo cierto es que, si no hemos tenido la experiencia, en
algún momento hemos de vivirla, y la razón de ello es muy
sencilla: cada vez que intentamos algo nuevo, sea en el cam-
po que fuere, nos exponemos a muchos riesgos, y uno de
ellos es el de no lograr nuestros objetivos.
Convengamos en que es más fácil hablar del éxito, los
triunfos y alegrías que sumergirnos en las tinieblas del fraca-
so y del dolor que éste nos provoca. Innumerables libros,
conferencias y seminarios abordan el éxito desde distintos
ángulos, creando una falsa imagen de un ser humano que
todo lo puede y olvidando maliciosamente una de las posibi-
lidades que con mayor frecuencia puede presentarse en la
toma de nuestras decisiones: equivocarnos, errar y, por ende,
fracasar.
Estas últimas son posibilidades reales, humanas, nuestras,
mías y suyas, que nos hacen sentir que tenemos derecho a
ganar, pero que también lo tenemos a perder. Sin duda el fra-
caso lleva implícito en su concepción el sentimiento de pér-
dida; pero con frecuencia también podemos ganar mucho
con este tipo de vivencias.
Una experiencia invalorable es vivir en carne propia lo
que significa caer hasta lo más bajo y sentir que no encontra-
mos el camino, que todo está oscuro y que la esperanza se
desvanece, hasta que un rayo de luz nos señala hacia dónde
tenemos que ir para ser protagonistas de nuestra reconstruc-
ción. El fracaso nos torna más humildes, más reflexivos y
más permeables a escuchar a quienes tienen más Sabiduría
que nosotros.
Los fracasos son sucesos que templan el alma y el espíritu,
y nos van fortaleciendo para ayudarnos a enfrentar nueva-
mente la Vida, con un aire renovador que nos estimule a lo-
grar nuestros objetivos.
Vivir es arriesgarse a fracasar
Cada vez que nos atrevemos a salir al mundo en busca de
algo que nos conmueve, de algo que nos causa satisfacción,
debemos hacerlo sabiendo que una de las posibilidades es
fracasar. Esto está incluido en el precio de vivir, en el impues-
to que debemos pagar en pos del éxito.
Sólo permaneciendo en la mediocridad, es decir, evitando
el esfuerzo, quedándonos donde estamos, podremos poster-
gar por un tiempo la desagradable sensación de haber «per-
dido» algo; y digo postergar, porque la inmovilidad acre-
cienta nuestra impotencia frente a los desafíos básicos de
la Vida.
18
Cómo interpretamos los fracasos
Si intentamos cambiar nuestra programación mental podre-
mos apreciar que cuando fracasamos estamos emitiendo au-
19
tomáticamente un juicio de valor sobre los hechos en sí mis-
mos. No los evaluamos de manera objetiva e imparcial, por-
que estamos subjetivamente involucrados, y eso complica
mucho la apreciación real de la situación por la que atravesa-
mos.
Hay un punto en el análisis de estos sentimientos de pér-
dida tan invalidantes que considero clave, y es que debemos
establecer una diferencia clara entre el acontecimiento tal
cual es y el juicio de valor, que casi automáticamente emiti-
mos, respondiendo a lo que vivimos como profunda agre-
sión hacia nuestra persona.
Esta diferenciación es fundamental a la hora de interpre-
tar el impacto que el fracaso ha producido en nosotros, y nos
dará también la pauta de las condiciones en que nos encon-
tramos para comenzar a desarrollar nuestra autoestima, lue-
go del temporal devastador al que hemos asistido, casi siem-
pre en forma totalmente involuntaria.
Existen fracasos explícitos, visibles, que cualquier persona
puede apreciar y que representan consecuencias lógicas de
situaciones a las que nos vemos sometidos en el libre juego
de la Vida. Perder un trabajo o no poder alcanzar las metas
que nos hemos propuesto son escenas que estarían enmarca-
das dentro de este concepto.
Pero hay otros «fracasos», que no se ven desde el exterior,
que no tienen marquesinas luminosas, sino que se viven en
el interior mismo de cada ser humano, y que reflejan su pro-
funda decepción respecto de lo que le está tocando vivir. Es-
tas formas «encubiertas» de fracaso son mucho más turbu-
lentas y generan gran desasosiego y ansiedad en quien las
está atravesando.
Lo que unifica todas las formas de fracaso es el hecho de
que todas representan un SENTIMIENTO DE PÉRDIDA, sin el
cual el acontecimiento no toma ese cariz.
20
El fracaso vulnera severamente nuestra autoestima, pues
rápidamente confundimos el hecho en sí mismo con nuestra
capacidad de respuesta y con nuestros merecimientos, refe-
rentes al derecho al bienestar y a vivir de acuerdo con nues-
tros principios.
Es como que todo se mezcla en ese verdadero vendaval de
sentimientos encontrados donde buscamos culpables, respon-
sables, y descargamos nuestra ira y nuestra frustración, a veces
donde no debemos, generando así aún más confusión en nues-
tro interior.
Cuando nos toca vivir esta dolorosa experiencia, el primer
pensamiento que nos acosa es por qué la Vida se ha ensaña-
do con nosotros, por qué somos víctimas de semejante injus-
ticia, sin reparar en que hay muchísimas personas que están
atravesando por la misma situación o que lo han hecho en su
momento.
Claro que esto no es un consuelo que pueda mitigar
nuestra sensación de haber sido literalmente destruidos
por el fenómeno en sí mismo, pero debe hacernos reflexio-
nar, para comprender que no estamos solos en esta batalla
por la recuperación de nuestra identidad y nuestra autoes-
tima.
Cuando caen los modelos
El mundo está atravesando por procesos de cambios macroe-
conómicos que, en el contexto de la situación concreta de cada
región o país, repercuten duramente sobre nuestras expecta-
tivas de crecimiento y desarrollo. Esto genera una gran ines-
tabilidad, pues percibimos el desmoronamiento de modelos
que creíamos inamovibles, y finalmente resulta que la única
seguridad que tenemos es la confianza de creer que seremos
21 '
capaces de manejar la inseguridad que estos acontecimientos
nos provocan.
Para que esto suceda nuestra autoestima debe estar
intacta; más aún, tiene que estar sustentada en nuestra
convicción dé que seremos capaces de reconstruir nues-
tra realidad, a partir de nuestros principios y nuestros va-
lores, recurriendo a esa energía potencial que todos alber-
gamos.
Entre los tantos aprendizajes que incorporamos a lo largo
de nuestra experiencia vital, uno de los más enriquecedores
es visualizar nuestra responsabilidad en la génesis de los fra-
casos. Esto significa que no dejamos pasar los duros momen-
tos que nos tocan vivir sin extraer de ellos una enseñanza
que nos haga crecer y madurar, a punto de partida de los
avatares de la Existencia.
Vivimos en sociedades donde la relación entre ganado-
res/perdedores cobra una relevancia inusitada. Si bien el
concepto de Excelencia aplicado a la vida de los seres huma-
nos representa una meta de superación personal y el deseo
de crecer como personas nos aproxima al concepto del éxi-
to, no es necesario vivir obsesionados por la creencia de que si
no logramos siempre el primer lugar somos indignos de no-
sotros mismos.
En la mayoría de los deportes de competición siempre
debe haber un ganador y un perdedor. Nuestra vida, en cam-
bio, si bien está colmada de desafíos que nos ponen a prueba
cotidianamente, no es asimilable a un partido de fútbol, tenis
o baloncesto, por lo que debemos aprender a desarrollar la to-
lerancia a la frustración.
Esto significa que cuando las cosas no salen como noso-
tros deseamos debemos darnos otra oportunidad, confiando
en nuestra capacidad para superarnos, y aprender a aceptar
que no siempre podemos dar cumplimiento a lo que aspira-
22
mos, porque a veces se interponen circunstancias que no
pueden ser manejadas por nuestra voluntad.
La importancia de los fracasos
Tolerar la frustración significa ante todo que somos humanos
y que, por lo tanto, podemos ganar o perder, pero eso no ne-
cesariamente debe afectar nuestra autoestima, que es nuestro
patrimonio más importante.
Sin embargo, constantemente tratamos de protegernos de
los fracasos como si éstos fueran una enfermedad infecto-
contagiosa, y transmitimos este sentimiento a quienes nos
rodean.
Sé que es difícil aceptar que podemos ser perdedores,
pero si logramos detenernos tan sólo un instante en esta po-
sibilidad, percibiremos en toda su dimensión las oportuni-
dades que nos brindan estas situaciones para conocernos
realmente y corregir los errores que hayamos cometido, in-
tentando de nuevo las cosas con un pensamiento fresco y con
alegría de vivir.
Seamos honestos y reconozcamos que no aceptamos el
fracaso como moneda de cambio. Y, lo que es más grave aún,
la mayor parte de las veces no nos creemos capaces de poder
sobrevivir a estos episodios.
Pero yo afirmo y reafirmo que es importante fracasar; en pri-
mer lugar, para demostrarnos a nosotros mismos que sobrevi-
viremos a la furia de estos vientos huracanados y que hemos
de emerger de éstos fortalecidos, para enfrentar las inevitables
situaciones a las que la Vida nos ha de exponer en un futuro
más o menos cercano.
Si somos humildes, tenemos mucho que aprender de estos
episodios, cuando la oportunidad se presenta. Vea... el fraca-
23
so nos obliga a reflexionar sobre las opciones que tenemos
cuando analizamos nuestro futuro.
La Vida muchas veces no nos da la oportunidad de dete-
nernos a pensar si podemos o no seguir adelantó. Usted de-
cide lo que hace: o se queda allí estancado, llorando y su-
friendo por su mala suerte, o, por lo contrario, hace algo. Y
no importa qué: sólo pensar en hablar con otro, consultar a
alguien, pedir un consejo, ya significa un cambio positivo,
porque abre sus ojos a un horizonte de alternativas.
El impacto que estas experiencias tan particulares tienen
sobre el género humano va a depender, en gran proporción,
de cuál es el concepto que cada uno de nosotros tiene sobre
este fenómeno.
Y, a propósito, seguramente todos nos hemos preguntado
alguna vez: ¿QUÉ SIGNIFICA UN FRACASO PARA MÍ?
Aquí, la libre interpretación vuela a través de los cielos de
nuestros pensamientos, adjudicándole todo tipo de explica-
ción, y no pocas veces todo tipo de justificación, por la hosti-
lidad del entorno que interactúa con cada uno.
Pero vayamos definiendo cautelosamente estos aconteci-
mientos, para ver si nos ponemos de acuerdo y logramos
comprender por qué, como decíamos al principio de este ca-
pítulo, todos sentimos cosas muy parecidas ante el impacto
de los fracasos.
• Es la apreciación de un hecho, y por lo tanto ésta es sub-
jetiva.
• Este hecho se desarrolla en una etapa de nuestra vida.
• No hay razón para pensar que se convertirá en una si-
tuación estable a lo largo de nuestra Existencia.
La manera en que cada uno valora los acontecimientos va
a definir en el futuro cuál va a ser nuestro manejo de la situa-
24
ción. Es importante tener claro que no son los hechos en sí
mismos lo que más importa, sino en qué momento nos suce-
den, y cómo estamos equipados espiritualmente para en-
frentarlos del modo adecuado.
Los cinco peldaños
Veamos ahora en detalle lo que experimentamos cuando to-
mamos conciencia de que estamos atravesando por una si-
tuación que vivimos como un verdadero fracaso. En realidad
hemos sufrido un golpe muy duro, que hace temblar nuestra
identidad, pues nos sentimos destruidos, enojados y con una
mezcla simultánea de culpa e impotencia.
Es como si una bomba hubiera estallado cerca de nosotros,
dejándonos atontados por el estruendo y la confusión. Lo
primero que recibe él impacto y él daño es nuestra autoesti-
ma, que se ve súbitamente conmocionada por un hecho al
que en un principio no podemos explicar ni encontrarle jus-
tificación.
Generalmente recordamos el principio de esta penosa tra-
vesía como un momento de gran inestabilidad emocional,
donde todos nuestros esquemas preconcebidos en cuanto a
nuestra seguridad exterior caen con estrépito, dando lugar al
comienzo de un recorrido en donde iremos ascendiendo por
una escalera que nos pondrá en contacto con nuestra recons-
trucción como seres valiosos para la Vida.
Los cinco peldaños hacia una nueva autovaloración son:
peldaño: el impacto inicial;
l.er
2.° peldaño: los temores y los terrores;
peldaño: la ira y la autocensura;
3.er
4.° peldaño: el juicio de quienes nos rodean;
25
5.° peldaño: la esperanza o la desesperanza; nuestra elec-
ción.
La rapidez con que cada uno recorre este trayecto de
transformación en una nueva persona, preparada, ahora sí,
para enfrentar el mundo, es muy variable, y estará en fun-
ción de la capacidad para recuperar la confianza y el respeto
por sí mismo.
EL IMPACTO INICIAL
Lo primero que nos sucede cuando percibimos la herida
profunda que nos causa una pérdida abrupta es el des-
concierto. Sabemos que hemos sido duramente golpeados,
pero aún no podemos aceptarlo en su total dimensión, pues
no nos sentimos merecedores de tal agresión a nuestra per-
sona.
La confusión gana nuestra mente y rechazamos aquellas
cosas que momentáneamente no podemos manejar. Pode-
mos sufrir, en esta etapa, repercusiones sobre nuestro cuerpo
físico, tales como inapetencia, dolores de cabeza, mareos, di-
ficultades respiratorias, etcétera.
EL IMPACTO INICIAL, que es el primer peldaño, donde toda-
vía estamos, en cierta manera, tendidos por la intensidad de
la agresión, conlleva un primer tiempo en que quedamos li-
teralmente inmovilizados por el asombro frente a lo sucedi-
do. Luego, una vez que logramos liberarnos de ese estado de
impotencia de nuestra mente, tomamos conciencia de que
estamos frente a una terrible pérdida.
Si bien la ansiedad puede más que nuestra razón cuando
luchamos en contra de un sentimiento de pérdida, no es
aconsejable oponerse a la tristeza que nos embarga, sino que
debemos buscar la forma de neutralizar el dolor que ha cu-
bierto de sombra nuestra vida.
26
La reacción natural es actuar y tomar decisiones que con-
trarresten la injusticia de la que hemos sido objeto, siendo
habitual que cometamos grandes equivocaciones, porque
actuamos de acuerdo con lo que sentimos y no de acuerdo
con lo que es mejor para nosotros, dadas las circunstancias
que estamos atravesando.
Lo más aconsejable, en este primer escalón, es quedarse
lo más quieto posible y tratar de comprender y que nos
comprendan. Lo que seguramente no necesitamos es con-
sejos de cómo tal o cual persona salió de una situación si-
milar, o que nos digan que con buena voluntad todo se
arreglará en un futuro. En esos momentos no estamos en
condiciones de valorar si lo nuestro es de mayor o menor
envergadura que lo que le sucedió a otras personas. Para
nosotros se trata del ciento por ciento de nuestro dolor, y
tenemos que asumirlo de esa manera.
Lo que todos sentimos frente a una gran pérdida es la ne-
cesidad de contención, de que entiendan nuestra contrarie-
dad por lo sucedido. Por sobre todas las cosas, necesitamos
percibir que alguien es capaz de acompañar nuestra ira,
nuestra frustración y nuestra impotencia, sin darnos conse-
jos que no estamos en condiciones de procesar y sin juzgar
acerca de nuestra culpabilidad o inocencia respecto de los
hechos de que se trate.
Frente a este impacto inicial lo que se impone es dar rien-
da suelta a nuestro «yo» herido y esperar que el dolor llegue
a su pico máximo y comience luego a disminuir, dando lu-
gar a la posibilidad de ascender al segundo peldaño, que es
enfrentarse con:
LOS TEMORES Y LOS TERRORES
Cuando tenemos la sensación de que hemos absorbido el gol-
pe y el terrible dolor comienza a atenuarse, casi sin distancia
27 :
entre sí aparecen en escena dos enemigos a los que debemos
enfrentar.
Los MIEDOS son mecanismos de supervivencia cuando tie-
nen que ver con objetos específicos; tal como el dolor o la fie-
bre, son la luz roja que se enciende como señal de adverten-
cia, para indicarnos que en algún sector de nuestro cuerpo o
de nuestra alma hay algo que no está funcionando de mane-
ra adecuada.
Otra cosa muy diferente son los terrores o el pánico, por-
que no solamente nos paralizan sino que pierden su finali-
dad de protegernos frente a una amenaza potencial.
Una buena pregunta que podemos hacernos es a qué se
debe la aparición de esta sensación de minusvalía que tanto
nos hace sufrir. Cada ser humano vive en un mundo que tie-
ne un determinado orden, y este orden se ha hecho añicos en
un instante. Esa sensación de inseguridad está basada en que
el edificio que cuidadosamente habíamos construido a lo lar-
go del tiempo se desmorona frente a nuestros ojos, gene-
rando un estado de angustia que no nos permite manejar la
idea de que aún pueden presentarse desastres mayores de
los que ya estamos viviendo.
Debemos buscar la forma de evitar llegar a esta situación
de falta de control que caracteriza al terror, porque, de lo con-
trario, tendremos que luchar contra dos enemigos simultá-
neamente: uno, el fracaso que nos duele, y, otro, nuestro ene-
migo interno, que nos impide ver que a pesar de nuestra
tristeza hay aún en nosotros una gran fuerza interior que nos
ha de iluminar el camino de la recuperación. Pero esta re-
construcción de nuestra persona todavía no está lo suficien-
temente madura como para que podamos disfrutarla.
Quedan aún algunos tramos por subir en esta escalera que
nos está ayudando a crecer como personas útiles a nosotros
mismos. Es ahora el tiempo de ascender el tercer peldaño:
28
LA IRA Y LA AUTOCRÍTICA DEVALUATORIA
Si recorremos el amplio espectro de las distintas conductas
humanas, podremos apreciar que, mientras algunas perso-
nas son extremadamente sensibles y reaccionan de inmedia-
to frente a cualquier estímulo como ante una agresión, otras
permanecen impasibles frente a los distintos acontecimien-
tos de su Existencia. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿les es
indiferente lo que sucede directamente con ellos o es que no
logran exteriorizar lo que sienten como una afrenta a su inte-
gridad?
Algunas personas quedan tan afectadas por su fracaso
que ni siquiera atinan a enojarse, y pasan del terror a la de-
sesperanza, saltándose peligrosamente algunos peldaños de
su reconstrucción.
Al no existir este período de transición que es algo así
como una radiografía interna de nuestra sensibilidad, la re-
cuperación se hace más penosa, porque la ira y la autocrítica,
siempre y cuando sean pasajeras, son muy recomendables
para reforzar la convicción de que somos personas que vale-
mos y que tenemos derecho a sentirnos mal con lo que nos
sucede.
En suma, lo que pasó ha calado muy hondo en nuestra ma-
nera de ser, y el sentimiento de ultraje está presente y es lo que
desencadena la ira. Junto con ella aparece inexorablemente la
búsqueda de culpables que carguen con la responsabilidad de
que estemos atravesando por una crisis tan profunda.
Inmediatamente después de procesar todas estas actitu-
des aparece la autocrítica, por medio de la cual buscaremos
hacernos cargo correctamente de la cuota de responsabilidad
que nos corresponde también a nosotros en la génesis de es-
te fracaso.
Si encontramos culpables, nuestra escala de valores no se
verá vulnerada y el «orden de nuestra vida» podrá continuar
29
con los mismos esquemas que hasta el presente. Es decir,
asumimos que el origen del daño está fuera de nosotros.
Las cosas comienzan a complicarse cuando debemos ad-
mitir con honestidad que en realidad sabíamos que tarde o
temprano esto iba a suceder, sólo que no hicimos nada al res-
pecto. La autocrítica es válida en cuanto nos ubica en el justo
lugar de nuestra responsabilidad. Se convierte, en cambio,
en una práctica absolutamente destructiva en la medida en
que la utilizamos para devaluar nuestra persona, y para fus-
tigar con dureza nuestra conducta.
Interrogantes del tipo de «¿Cómo no me di cuenta antes
de lo que estaba pasando?», o afirmaciones tales como «No
debí haber permitido que las cosas llegaran hasta este pun-
to», sólo sirven ahora para avivar el fuego de nuestra angus-
tia y no para despejar la bruma que nos cubre en esta etapa.
Enojarnos periódicamente nos hace muy bien, porque rea-
firma que sentimos respeto por nosotros mismos. Es el me-
dio del que disponemos para ejercer nuestro derecho a pro-
testar por las injusticias de las cuales hemos sido objeto.
Ahora, si la ira y la autocrítica destructiva se convierten en
una costumbre, iremos perdiendo la confianza en nosotros
mismos y llevaremos sobre nuestras espaldas no sólo las cul-
pas fruto de nuestros errores sino también todas las culpas que
los demás intentarán proyectar sobre nosotros, y que no nos
corresponde cargar.
Finalmente, no se asuste de sus reacciones. Sirven para
algo muy concreto: escalar los peldaños de su reconstrucción
y por ese camino acercarse a otro período muy trascendente,
que es el de tratar de ser impermeables a:
EL JUICIO DE QUIENES NOS RODEAN
Hay personas extremadamente sensibles a la opinión de los
demás, y esto les genera mucho temor y vergüenza, cuando
30
se sienten juzgados en relación con los acontecimientos por
los que atraviesan.
El qué dirán y el «qué pensarán de mí», son fantasmas que
comienzan a rondar en nuestra mente, haciéndonos sentir
profundamente culpables no por lo que nos pasó o por cómo
nos sentimos, sino por lo que los demás van a pensar de no-
sotros.
Analicemos en profundidad los hechos, en su contexto
real: quienes estamos sufriendo SOMOS NOSOTROS, quienes
tenemos que enfrentar los problemas SOMOS NOSOTROS, quie-
nes debemos buscar las soluciones SOMOS NOSOTROS. En-
tonces, ¿quién tiene el derecho de juzgar nuestras actitudes
o nuestros sentimientos? La respuesta es clara y concluyente:
NADIE, salvo aquellas personas a las que les otorguemos el
poder de emitir juicios de valor sobre nosotros.
Esto significa que una cosa es estar muy triste y acongoja-
do por lo que nos sucede, y otra cosa es permitir que nos ten-
gan lástima o que cualquiera emita el diagnóstico y el «trata-
miento» que considera mejor para el caso, sin detenerse a
pensar lo que sentimos en nuestro interior y cuál es la verda-
dera situación que estamos viviendo.
Emitir juicios no es una manera de ayudar a nadie; es, qui-
zás, el modo más cruel de hacer sentir mal a una persona, se-
ñalándole su minusvalía o su incompetencia frente a los de-
safíos básicos de la Existencia.
Nadie mejor que nosotros, que estamos en el ojo de la
tormenta, puede percibir el extraordinario esfuerzo que sig-
nifica mantener la cabeza erguida a pesar de lo sucedido y
contestar con dignidad y altura las preguntas que inevitable-
mente quienes nos rodean comenzarán en algún momento
a realizar: «¿Como estás?», «¿Puedo ayudarte en algo?». Al-
gunos mensajes serán sinceros y estarán dirigidos a exten-
dernos la mano que necesitamos para superar este trance tan
31
duro, pero otros estarán dirigidos solamente a descubrir con
malicia si estamos destruidos o avergonzados por los he-
chos.
Es penoso tener que describir actitudes humanas tan difí-
ciles de entender, pero la cruda realidad es ésta, y nuevamen-
te dependerá de nosotros el que ascendamos por la escalera
de la reconstrucción con la cabeza erguida, aunque por den-
tro todavía no tengamos claro cómo hemos d§ salir victorio-
sos de esta batalla.
Pero como toda situación a lo largo de nuestra vida puede
tener más de una lectura, ésta también nos ofrece la posibili-
dad de salir al mundo con una imagen de derrota (y así tam-
bién nos verán los demás, tristes, impotentes, vencidos) o,
por el contrario, de recomponernos y mantener una imagen
de entereza y de rebeldía, por la que también seremos respe-
tados por los demás.
No olvidemos que el poder está dentro de nosotros; con
nuestra actitud estaremos monitorizando la actitud de los
demás con respecto a nosotros. Sí será importante, pues,
guardar las lágrimas, morder la angustia que sentimos ante
la incertidumbre de un futuro que aparece en nuestro hori-
zonte con imágenes que aún no son claras, pero con la íntima
convicción de que nuestra fuerza interior será el timón del
barco que nos conducirá a surcar nuevos mares en busca
del puerto del bienestar.
En última instancia, fracasar no es una vergüenza, y por lo
tanto no debemos sentirnos avergonzados ni permitir que los
demás hagan, del árbol caído, la leña que avive el fuego de sus
ambiciones. Sólo nosotros somos capaces de juzgarnos adecua-
damente y no sentirnos víctimas. Nadie puede hacernos sentir
así; sólo nosotros.
Es cierto, hemos caído, o nos han hecho caer, no importa
demasiado en este momento. Se impone entonces un perío-
32
do de reflexión sobre nuestros actos y nuestros sentimientos.
Navegar a través de las turbulentas aguas de las almas en
conflicto requiere de mucho valor. Pero es el único camino
válido para el reencuentro con nuestro verdadero Ser, que re-
flejará la luz que necesitamos para alcanzar el próximo pel-
daño:
LA ESPERANZA O LA DESESPERANZA: NUESTRA ELECCIÓN
Llegados casi a la cima de la escalera que nos conduce a una
nueva dimensión en nuestra vida, debemos optar entre la es-
peranza -o sea, volver a creer en nuestra capacidad de tomar
decisiones acertadas- y sumirnos en la oscuridad de la noche
de nuestra vida, una noche en la que no se vislumbra un
amanecer y que nos deja carentes de toda ilusión respecto
del futuro.
La desesperación se instala cuando nuestra autoestima
es profundamente dañada y cuando tenemos la íntima con-
vicción de que la herida que hemos sufrido es mortal y que
no somos ni seremos capaces de recuperarnos. Como toda
apreciación, ésta puede ser tan subjetiva que no nos permita
visualizar que sí tenemos opciones, y que cada ser humano
es mucho más de lo que le sucede diariamente. Es en el des-
cubrimiento de ese espacio que nos permite caernos y levan-
tarnos tantas veces como sea necesario donde encontrare-
mos la salida a esa penumbra que se ha desplegado ante
nosotros, y que con una fuerza increíble nos arrastra hacia la
depresión.
Podemos estar en cualquiera de los peldaños por los que
vamos ascendiendo para superar la crisis que estamos vi-
viendo, pero mientras sigamos creyendo en el valor intrínse-
co de nuestra persona y en la habilidad para construir un fu-
turo mejor evitaremos caer en las garras de la ansiedad y la
angustia existencial.
33
En otras palabras: mientras podamos mantengamos en alto
nuestra autoestima; ésta será nuestra mejor aliada para vencer
las dificultades que se nos presenten. Tenemos que ejercer
el derecho a realizar nuestro duelo por la pérdida que hemos
experimentado: es un permiso que debemos otorgarnos.
Si escapamos de la pérdida, en lugar de sumergirnos en
ella, sólo estaremos prolongando la desesperanza. La propia
experiencia vital nos muestra que un día el dolor comienza a
ser menos intenso y que tarde o temprano saldremos adelan-
te y estaremos finalmente listos para presentarnos nueva-
mente ante el mundo.
Es cierto, hemos perdido algo, o sentimos que nos han he-
cho perder algo; pero a pesar de todo tomemos esto como una
premisa indiscutible: AÚN ESTAMOS VIVOS, Y EXISTIMOS. El
objetivo, de aquí en adelante, será rescatar los aspectos positi-
vos de este acontecimiento.
Es bueno también, en este momento de nuestro ascenso
por los peldaños de nuestra reconstrucción, recordar aque-
llos períodos de nuestra vida que han sido buenos, con lo-
gros importantes, como modo de certificar nuestra valía y
nuestra disposición para recuperar la responsabilidad de
ser quienes decidamos ser en el futuro.
Cómo empezar a sentirse mejor
¿Cuánto tardaremos en subir todos los peldaños hasta en-
contrarnos en condiciones de volver a mirar el mundo con
confianza? ¿Cuándo empezaremos a sentirnos mejor? És-
tos son algunos de los muchos interrogantes que nos hace-
mos mientras vivimos estos amargos momentos.
Lo que usted debe saber es que a todos los seres humanos
nos sucede lo mismo frente a las pérdidas, más allá de los
34
matices individuales que marcan la diferencia en el tiempo
de recuperación. Estoy de acuerdo en que no es agradable lo
que se siente, pero es superable, y de ninguna manera la sen-
sación de minusvalía tiende a perpetuarse. Las heridas, así
como dejan cicatrices, también estimulan la rebeldía y la con-
vicción de que somos capaces de sobrellevar la adversidad.
Lo importante es no quedarnos en alguno de los peldaños,
imposibilitando así el avance. La fuerza y la energía de que
disponemos deben ser utilizadas en nuestra reconstrucción y
no en ligarnos a un pasado que no es más que eso: PASADO. Y
que no estamos en condiciones de cambiarlo, porque, como
la historia, ya está escrito, y ésta es nuestra historia, la cual va
a formar parte inseparable de nuestro bagaje personal.
Imaginemos por un instante esta escalera como si fuera
una ruta que une el momento en que sentimos que hemos
sido agredidos, heridos, y el momento de la cicatrización defi-
nitiva, en que esa misma herida ha cerrado por completo.
Si logramos atravesarla, tomando conciencia de su tras-
cendencia, antes estaremos en condiciones de plantearnos
un éxito futuro. •
¿Es fácil transitar por la vida? No, no lo es, pero se puede.
Y usted también puede, como tantos otros que hemos fraca-
sado una y otra vez en el sano intento de lograr nuestro bie-
nestar. Por lo tanto no se desanime: todo lo «negativo» que
hoy aparece en su horizonte irá transformándose en los ins-
trumentos con los que podrá contar para volver a creer en
ese potencial que está en su interior, a la espera de ser de-
velado, para ser utilizado en favor de su reinserción en el
mundo.
Nadie puede hacerlo por nosotros. Parece una tarea muy
dura. Y lo es. Pero es el único camino para reencontrarnos
con un ser excepcional, quizá desconocido hasta este mo-
mento, pero que está esperándonos para presentarse. Ani-
35
mémonos a conocernos en profundidad, sin velos y sin limi-
taciones. Sólo así podremos aprender del fracaso y transfor-
marlo en la gran oportunidad de cambio.
Una cuestión de actitud
Cualquiera sea la índole de nuestro problema -causado por
nosotros o debido a factores externos, de aparición repenti-
na u oculto durante un largo tiempo-, cuando este conflicto
interno se desata podemos elegir entre adoptar varias pos-
turas:
• Desconocerlo, y esperar a que se diluya en el tiempo.
• Tratar de convivir con él.
• Encontrar los aspectos positivos, y capitalizarlos a nues-
tro favor.
La realidad es una sola, y depende de nosotros el tener la
voluntad o no de apreciarla. Si evadimos nuestros problemas,
es lógico que éstos no desaparezcan, sino que continuarán
creciendo y obstaculizando nuestro proceso de recuperación.
Puede ser que en el camino de la vida algunos problemas
se resuelvan por sí solos, pero la mayoría requiere de una ac-
titud firme y decidida para abordarlos en profundidad y re-
solverlos con inteligencia, esto es, con un resultado positivo
para nosotros.
Los llamados «problemas reales» no pasan desapercibidos
en nuestra Existencia, y siempre dejan huellas o rastros de su
devastador poder, en cuanto movilizan estructuras que
creíamos muy sólidas, y que vemos derrumbarse cuando,
obligados por las circunstancias, debemos cambiar nuestra
visión del mundo.
36
Por lo tanto, el desconocimiento, o la esperanza de que
el problema disminuya su intensidad causándonos menos
daño, no aparece como una solución adecuada para mitigar
el impacto que nos ha provocado el problema o la pérdida a
la que nos vemos enfrentados.
La convivencia pacífica con una situación conflictiva im-
plica la aceptación inmediata de que el problema no tiene so-
lución. El ejemplo más claro de situación en la que se gene-
ran sentimientos de esta naturaleza es la pérdida de un ser
querido. Pero aun en esta dolorosa circunstancia, los seres
humanos podemos optar por varias alternativas. Podemos
dejarnos llevar por un dolor a veces difícilmente soportable
cada vez que la imagen del ser querido aparezca en nuestra
mente, o podemos hacer el intento de conservar en nues-
tra memoria los buenos momentos que compartimos. Trans-
formar la pena en aceptación de la realidad no es tarea fácil,
pero pone de manifiesto la grandeza del ser humano.
Pero hay una tercera posibilidad, y es la que nos permite
apreciar los aspectos positivos que toda circunstancia vital
encierra en sí misma, y es una misión ineludible: dirigir nues-
tros esfuerzos a incorporar aquello que nos sirve, transfor-
mando el gasto innecesario de energía en una fuerza renova-
dora que nos ayude a transitar por los caminos de la vida con
una brisa fresca que aliente la visión optimista del futuro.
Aunque encontremos personas solidarias con nuestra
frustración ante el fracaso o la pérdida, cada ser humano es
el único dueño de ese patrimonio vivencial que nos hace di-
ferentes a unos de otros. Sólo cada uno sabe cuánto le duele
y cuánto se sufre en estas etapas en que somos puestos a
prueba.
El manejo adecuado de los problemas nos orientará con
más precisión en la dirección correcta, y necesitaremos cam-
biar nuestros patrones de conducta y modificar modelos que
37
hoy percibimos como obsoletos. Para el logro de los objeti-
vos que nos trazamos requeriremos de una buena cuota de
determinación y perseverancia.
La salud del alma
Cada vez que nos internamos en las profundidades del
Hombre, ineludiblemente debemos considerar aspectos que
tienen que ver con la Salud en su expresión más amplia. La
imagen que se nos representa del Ser Humano tiene una ver-
tiente física, visible, y una vertiente espiritual, que la mayo-
ría de las veces consiste en una búsqueda constante de equi-
librio.
Entre estas dos vertientes está el alma, que es el espacio
donde los pensamientos, los sentimientos y nuestra motiva-
ción se desarrollan e interactúan entre sí, reflejando su bie-
nestar sobre el cuerpo y el espíritu.
Un cuerpo en equilibrio ayudará al alma y al espíritu; al-
mas en conflicto contribuyen a tornarnos más vulnerables y
a desarrollar entonces enfermedades que se asientan en el es-
pacio denominado cuerpo físico.
Un cuerpo que sufre como consecuencia de una agresión
externa o interna inevitablemente repercutirá de manera ne-
gativa sobre las poderosas fuerzas del alma; sin embargo,
un alma capaz de vibrar ante los sucesos de la vida, y crecer
ante ellos, proyecta su influencia sobre un cuerpo transitoria-
mente debilitado para ayudarlo a recuperarse por completo.
Esta indivisibilidad del ser humano nos abre nuevas di-
mensiones con respecto de los misterios de la vida del alma
y su relación con nuestro funcionamiento como individuos.
Nuestra búsqueda constante del equilibrio hace que incur-
sionemos en estos surcos profundos de nuestro «yo», posibi-
38
litándonos delinear nuestro futuro. En otras palabras, nos
permite ser las personas que deciden lo que desean para su
vida, hoy y mañana también.
Cada vez que resolvemos un conflicto, cada vez que sali-
mos airosos de una crisis personal, nos sentimos más fuertes
y en condiciones de recorrer caminos de crecimiento per-
sonal.
Los problemas son situaciones que pueden aparecer en
nuestra vida súbitamente o formar parte de nosotros, inte-
grados en nuestra vida cotidiana desde mucho tiempo antes.
Podemos ser absolutamente conscientes de dichos proble-
mas o que éstos nos hayan pasado desapercibidos, sin repa-
rar en la jerarquía y la influencia que tienen en nuestro de-
sempeño diario. Los problemas nos enfrentan a un desafío
constante, que tiene que ver con el descubrimiento de los se-
cretos que ellos encierran.
La primera pregunta clave es:
¿SOMOS CAPACES DE RESOLVER NUESTROS PROBLEMAS?
Mientras tanto, las crisis son acontecimientos que requie-
ren una atención inmediata, porque traducen una claudi-
cación abrupta de nuestros mecanismos de defensa, ponen
en tela de juicio los valores con los cuales nos movíamos en
nuestro mundo.
Tienen a su vez el agravante de que requieren de nuestra
parte la valentía de realizar una introspección profunda, a
los efectos de rescatar ideas creativas, imaginación y toda
nuestra experiencia para emerger lo más indemnes posible
de este verdadero tifón que se cierne sobre las aguas tranqui-
las de nuestra Existencia.
La segunda pregunta clave es:
¿SOMOS CAPACES DE RESOLVER NUESTRAS CRISIS?
Los problemas y las crisis son situaciones que requieren de
soluciones que escapan a los modelos, y que nos enfrentan a lo
39
desconocido, por lo que generan en nosotros temor y angus-
tia. Nos tornan vulnerables y nos obligan a ser creativos.
Cada vez que nos enfrentamos a un problema o a una si-
tuación de crisis tenemos la oportunidad de poner a prueba
nuestro ingenio, y cuando salimos airosos de esta experien-
cia nos sentimos más fuertes, y, por sobre todas las cosas,
más aptos para responder a los desafíos básicos de nuestra
vida.
A lo largo de este difícil camino que es aprender a vivir,
nos vemos reiteradas veces ante obstáculos que dificultan
nuestro andar. Así se presentan los problemas, como situa-
ciones a superar, exigiendo de nosotros paciencia, sapiencia
y flexibilidad para poder encontrar la mejor forma de supe-
rarlos.
Las crisis son encrucijadas que se nos presentan como con-
secuencia de una sucesión de problemas que no hemos re-
suelto en su momento y que, una vez acumulados, nos obli-
gan a tomar determinaciones más profundas y que han de
cambiar sin duda nuestro presente y nuestro futuro.
Las crisis son «altos en el camino» donde la reflexión y
el diálogo interno se imponen, e interrogantes tales como
«¿Hacia dónde voy?» y «¿Qué espero de mi vida?» exigen
imperiosamente una respuesta adecuada. Es como si nos en-
contramos ante un precipicio y debemos tomar resoluciones
que sólo cada uno de nosotros puede asumir.
El impacto que los problemas y las crisis, las frustraciones
y los fracasos tienen sobre nosotros nos lleva a imponernos la
tarea de encontrarnos con nuestra autoestima, una de las cla-
ves para revertir estos sentimientos y ayudarnos a encontrar
caminos de entendimiento que nos permitan aproximarnos
al tan anhelado bienestar.
Para terminar este primer capítulo le aconsejo que coloque
el marcador de página y se haga esta pregunta:
40
¿ME MEREZCO LA FORMA EN QUE ESTOY VIVIENDO?
Respóndase con absoluta sinceridad, y si encuentra que
debe introducir cambios en su vida, lo invito a acompañar-
me en este recorrido hacia el encuentro con «nuestra» autoes-
tima, la propia, la intransferible, y verá cómo hemos de hallar
la herramienta idónea para mejorar nuestra forma de vivir.
¡Gracias por aceptar el desafío!
<$> <$> »j.
M i VIAJE A LA RECUPERACIÓN
En el comienzo
dudaba de que fuera posible
resistir hasta el fin.
Hubo tiempos de ira,
dolor, tristeza y sufrimiento;
tiempos en los que me pregunté:
¿por qué yo?
Pero un día
hubo un destello de luz
y luego, otro.
Las nubes empezaron a abrirse
y pude ver más allá de ellas.
Los ratos de contento,
de sentirme segura,
fueron sumando más
que los de miedo y melancolía.
Se tejieron nuevas amistades;
la desolación, la falta de confianza en mi valer,
se fueron convirtiendo
en firmeza, en resolución.
41
Era como pasar de las tinieblas
a la luz, con una nueva sensación
de poder.
Ahora comprendo que en mi pasado hay posas
que no puedo alterar;
lo que puedo es impedir que manden
sobre mi vida y mi felicidad.
Sé que esta parte de mi vida
jamás se irá del todo,
pero el lugar que ocupa en mi existencia
es menos prominente.
He empezado a permitir que otras ideas
pueblen mi mente.
Tengo un mejor conocimiento de mí misrfw,
de mis debilidades y de mis puntos fuertes•
Ya no temo poner límites.
Empiezo a disfrutar otra vez de la vida
y a pensar en el futuro.
Ahora puedo ver todo este tiempo
tal como fue:
un tiempo de crecimiento,
de descubrimiento de mí misma,
de curación.
2
¿SOMOS REALMENTE VÍCTIMAS?
¡Cuántas veces nos arrinconaríamos en noso-
tros mismos para refugiarnos! Y sin embargo,
dentro están nuestras armas: las alas de oro de
la inteligencia, el escudo de plata de la volun-
tad, la lanza viva de las palabras, las sandalias
rojas del coraje. ¡Qué pocas veces desenvainan
los hombres sus almas!
JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO
ANNA MARIE EDWARPS
Las crisis personales ponen de manifiesto conflictos severos
que debemos resolver, y que generalmente hacen referencia
a cuál es el concepto que nos merece nuestra propia persona,
enfrentada a los problemas del diario vivir.
Antes de introducirnos en el juicio sobre nuestras actitudes,
tenemos que aceptar o reconocer que estamos ante una situa-
ción que nos ha generado mucha zozobra, y que representa
una dificultad que lograremos sortear con éxito en la medida
en que podamos reconocer que nos encontramos ante uno o
varios problemas.
El primer paso para emerger con éxito de las crisis perso-
nales es admitir que estamos sumergidos en ellas, y que he-
mos desconocido por mucho tiempo la existencia y la in-
fluencia de determinados problemas, los mismos que ahora
nos vemos en la necesidad de evaluar y comenzar rápida-
mente a resolver.
Pero nadie es capaz de encontrar la solución a un conflic-
to si no tiene la humildad de reconocer que éste existe. Para
eso, una buena guía para comenzar a actuar con firmeza es
preguntarse:
43
• ¿Cómo han llegado los problemas a mí?
• ¿Qué repercusiones han tenido sobre mi vida cotidiana?
• ¿Qué soluciones logro visualizar para estos problemas?
La diferencia entre los hechos y los sentimientos
Es fundamental, al principio, aprender a separar los aconteci-
mientos en sí mismos de lo que uno siente respecto de ellos.
Los dos elementos tienen su jerarquía: el acontecimiento,
porque es un reflejo de la realidad, que no podemos negar, y
los sentimientos, porque son fuerzas internas que condicionan
nuestras decisiones en cada instante de nuestra Existencia.
Si analizamos un problema, veremos que una parte de él
proviene del entorno, es exterior a nosotros, y otra parte es
cómo lo siente cada uno, y cómo somos capaces de manejar-
lo, a favor o en contra.
La tarea es descender hasta el núcleo central del conflicto,
sin agregarle lo que pensamos o lo que los demás piensen so-
bre el hecho; la objetividad, la imparcialidad y el reconoci-
miento sereno de la realidad son nuestras herramientas en
esta etapa.
¿Cómo lograr que nuestros sentimientos no interfieran en
la tarea de hacer una descripción exhaustiva y honesta de lo
que estamos viviendo? La necesidad de liberarnos de la
opresión que significa estar atravesando por la difícil expe-
riencia de una crisis personal nos conducirá por el camino
del equilibrio.
Sé que no es fácil delimitar el área de influencia que tienen
los problemas a los que nos enfrentamos. Cada uno de noso-
tros vive los aspectos más conflictivos de éstos, y esta incapaci-
dad de «ver» la realidad es la que precisamente ha precipitado
la crisis. También ocurre que sólo observamos la parte más pe-
44
quena del iceberg, mientras que el grueso de la mole continúa
en la profundidad y permanece oculto, generando un senti-
miento de severa impotencia.
Dialogar con nosotros mismos acerca de lo que nos está
pasando interna y externamente va a darnos el control en úl-
tima instancia de la situación. Volver a las fuentes significa
en este caso dejar de huir y darse el tiempo para «tomar un
café con uno mismo» y organizar una estrategia para superar
la crisis.
Que nadie, más que nosotros, esté en condiciones de deter-
minar lo que nos pasa interna y externamente nos demuestra
que somos los únicos que PODEMOS CONTROLAR LA SITUA-
CIÓN.
Una vez que hayamos tomado ese café tan reconfortante y
dialogado con nosotros mismos, lograremos identificar el
problema y estaremos en condiciones de tener una visión
amplia de lo que nos sucede. En este momento tomamos ver-
dadera conciencia de que somos propietarios de uno o más
problemas, y que esta crisis personal por la que estamos atra-
vesando no sólo nos involucra a nosotros sino también a
otras personas con las que estamos vinculados.
Debemos centrar la atención en profundizar en los aspec-
tos más destacados del conflicto, pero para cada uno de no-
sotros la crisis involucra el ciento por ciento de nuestra per-
sona, por lo que deberemos utilizar toda nuestra energía en
lo que sentimos que nos está afectando más.
Culpa no, responsabilidad sí
Siempre nos compete una cuota de responsabilidad en las
cosas que nos pasan, y es bueno ser conscientes de ello. Ob-
viamente, no nos gusta tener que admitir este hecho, pero
45
sólo si nos sentimos parte indisoluble del problema y no asu-
mimos el rol de víctimas estaremos en condiciones de elabo-
rar de modo adecuado el sentimiento de pérdida que nos
embarga y mirar con optimismo hacia el futuro.
También es cierto que con respecto a las pérdidas, y sobre
todo las vinculadas con la muerte de seres queridos, no tene-
mos responsabilidad por los hechos en sí, pero sí en cuanto a
cómo manejamos esta nueva situación a la que la Vida nos
enfrenta, poniendo a prueba nuestra fortaleza interna.
Alguna gente, sin proponérselo específicamente, desarro-
lla conflictos con todas las personas que la rodean, y se encar-
ga de proyectar la culpa de esos conflictos sobre éstas. Aunque
sea cierto que los otros efectivamente tengan responsabilidad
directa en los problemas de uno, lo cierto es que, una vez ins-
talados en nosotros, los problemas son nuestros.
Generalmente es el tiempo el que nos ayuda a ver de ma-
nera más objetiva nuestros conflictos, y a tomar conciencia
de la injusticia que significa responsabilizar siempre a los
demás de las cosas que nos pasan. Los otros harán su pro-
pio análisis de la situación y evaluarán su eventual culpa,
pero eso no nos compete a nosotros.
Ser responsable implica, en primer lugar, que indudable-
mente hemos sido parte activa de muchas de las cosas que
nos pasan, y que somos quienes construimos nuestro pre-
sente y nuestro futuro, puesto que el pasado forma ya parte
de nuestra historia personal.
La autocrítica -en el sentido de autoflagelarnos- por lo
que hoy sentimos que hemos hecho mal no nos conduce a
destino deseable alguno y, lo que es más, no colabora en la
solución real del problema.
Enfrentar los retos de la vida cotidiana hace que los pro-
blemas pierdan dimensión y, sobre todo, que no nos domi-
nen y no controlen nuestra actitud hacia ellos.
46
Evitar que la ira y la frustración nos destruyan, ponien-
do de manifiesto nuestra incapacidad para manejar los con-
flictos, es uno de los objetivos fundamentales que hemos de
proponernos en este escenario donde ser víctimas es el peor
papel que nos podemos asignar.
Recordemos que ser responsables también significa que
depende de nosotros elegir la respuesta adecuada a lo que nos
está pasando. Pero también es cierto que reconocer no es asu-
mir toda la culpa, como si hubiéramos cometido el más pro-
fundo de los errores.
Somos lo que creemos
La base del comportamiento humano está íntimamente rela-
cionada con sus CREENCIAS. Si somos capaces de creer en no-
sotros mismos, lo que es sinónimo de una alta autoestima,
nuestra conducta va a apoyar el autoconcepto positivo que
poseemos. Por el contrario, si nuestra autoestima es baja,
esto también será demostrado en nuestras actitudes, que es-
tarán reflejando el pobre concepto que nos merecemos ante
nuestros propios ojos.
Nuestra manera de vivir en el mundo, de vernos a noso-
tros mismos y de esperar que los demás se comporten como
nosotros deseamos es el resultado de ciertos condiciona-
mientos que nos llevan a desarrollar una posición expectan-
te, siempre a la espera de que los demás satisfagan nuestras
necesidades.
Si logramos cambiar nuestras creencias, automáticamente
se producirá un cambio en nuestras acciones. Es claro tam-
bién que esto no se logra de un día para el otro, pero es un
buen ejercicio para salirse del círculo limitativo de sentirse
siempre «una víctima de las circunstancias».
47
Como seres humanos podemos adoptar muchos estilos de
vida; vamos a detenernos en dos de ellos, que a mi juicio son
una clara demostración de cuál es la postura que podemos
adoptar frente a los sucesos cotidianos.
Un estilo de vida nos permite funcionar desde un ángulo,
en el cual asumimos el control de nuestras vidas. Nos torna-
mos CREATIVOS. Partimos de la base de una buena autoesti-
ma, y somos capaces de asumir la responsabilidad de lo que
nos pasa. En otros términos, somos nosotros quienes deter-
minamos lo que nos ha de suceder.
El estilo de vida que se mueve en el otro extremo del es-
pectro de las conductas humanas es el de sentirnos VÍCTIMAS,
responsabilizando siempre de lo que nos sucede a las demás
personas. Al tener una muy baja autoestima es mucho más
«fácil» culpar a los otros por lo que «nos hacen», quedando
de esta manera liberados de la responsabilidad de lo que su-
cede en nuestras vidas.
Caben en este momento algunas preguntas clave que us-
ted deberá hacerse: ¿Por qué algunas personas adoptan el rol
de víctimas frente a los desafíos a los que la Vida necesaria-
mente los enfrenta? ¿Por qué les resulta más fácil entregar su
responsabilidad a otras personas?
He aquí algunas respuestas que ya podemos ir esbozando:
• Mis sentimientos de autoestima están muy devaluados.
• Mi imagen personal depende de que la gente me acepte.
• Temo enfrentarme a las situaciones porque desconozco
el desenlace.
Pasamos a ser víctimas en el mismo momento en que per-
demos el control sobre nuestra propia vida, al no poder asu-
mir la responsabilidad de nuestros actos.
48
Si USTED COMIENZA A PERCIBIR QUE SU VIDA NO PUEDE
SEGUIR FUNCIONANDO DE ESTA MANERA ES PORQUE HA PER-
MITIDO QUE LOS DEMÁS LO VIERAN COMO UNA VÍCTIMA DE
LAS CIRCUNSTANCIAS.
Las decisiones que tomamos dependen de la imagen que
tenemos de nosotros mismos y de nuestra visión del mundo
que nos rodea.
Para ser víctimas es necesario sentir que no somos merece-
dores de lo mejor, y que por lo tanto los demás pueden ma-
nipularnos según su voluntad y deseo.
Ser o no ser víctima: una decisión
Un buen ejercicio es repasar las distintas áreas donde nos mo-
vemos habitualmente para evaluar en cuál de ellas nos senti-
mos víctimas de las circunstancias y descubrir quién o quié-
nes están ejerciendo el poder de controlar nuestras vidas.
¿Existe algún área de su vida en la que usted esté sintién-
dose víctima de los designios de los demás?
¿Tiene identificada a la persona o a las personas que lo ha-
cen sentir así? ¿Tiene una idea aunque sea somera de por qué
lo están haciendo?
A continuación le daré algunas pautas para que usted se
identifique o no con esto de sentirse víctima. Veamos, por
ejemplo, cómo se maneja habitualmente:
• En su trabajo.
• En su relación con el mundo exterior, con sus amigos.
• En el ámbito familiar.
¿Se siente capaz de delimitar aquellas áreas en las que se
maneja con más soltura de aquellas donde queda atrapado
49
en ese desagradable sentimiento de sentirse juzgado por los
demás, al punto de haber cedido el espacio para que los de-
más se sientan con el derecho de emitir juicios sobre su con-
ducta?
¿Dónde se encuentra la diferencia entre las personas que
hacen que las cosas sucedan y aquellas que son incapaces de
generar algo?
¿Por qué algunos seres humanos pueden estar creando
nuevos caminos para su desarrollo personal, mientras que
otros siempre sucumben víctimas de su propia inoperancia
frente a la Vida?
La diferencia fundamental radica en la CAPACIDAD PARA
TOMAR DECISIONES.
¿Es usted un hombre o una mujer que considera tener
buenas aptitudes para tomar decisiones rápidas y coherentes
en su propio beneficio?
Si tuviera que puntuar respecto a esta habilidad, diría
que es:
• Aceptable
• No tan aceptable
• Deficitaria
• Nunca puede tomar decisiones
Muchas veces nos sentimos incapaces de tomar decisiones
porque creemos que no podemos confiar en nuestro propio cri-
terio.
Esta falta de confianza opera en una espiral descendente ne-
gativa que convierte nuestras creencias en profecías autocum-
plidas.
En la medida en que comenzamos a expresar nuestros
sentimientos, liberándolos de la represión a la que estuvie-
ron sometidos durante tanto tiempo, vamos haciéndonos
50
responsables de nuestras propias vidas y lentamente, pero
con seguridad, aprendemos a respetar nuestro propio cri-
terio.
Intención, decisión... ¡acción!
Es el momento ideal para comprender que el rol de víctimas
sólo podemos otorgárnoslo nosotros, y que nadie puede ha-
cernos sentir de tal manera, si nosotros no lo permitimos.
Nos va quedando claro que la TOMA DE DECISIONES es el
mecanismo clave para salir de ese incómodo lugar de víctimas
de la Vida.
Se torna difícil actuar si no puedo decidir cómo voy a ac-
tuar. No puedo tomar decisiones a menos que pueda saber
qué estoy queriendo que suceda con mi decisión.
Para que usted pueda descubrir su intención, pregúntese:
¿QUÉ QUIERO QUE SUCEDA?
Cuando logramos definir la intención es mucho más fácil
definir nuestra acción.
Reflexionemos sobre algunas áreas de nuestra vida don-
de nos gustaría ver cambios que reflejen nuestro creci-
miento personal.
Una de las cosas que más nos cuestan a los seres huma-
nos es decir NO sin sentirnos culpables. La autoafirmación
es uno de los capítulos más conflictivos de nuestras rela-
ciones interpersonales.
Ahora bien: recordemos que la eficacia de nuestra acción
dependerá de la claridad de la intención. Si la intención es
expresar nuestra voluntad negativa ante un pedido que con-
sideramos que no nos corresponde atender, debemos tomar
la decisión de asumir la sorpresa que la o las otras personas
van a demostrar ante nuestra nueva manera de actuar.
51
La pregunta que usted, querido lector o lectora, se estará
haciendo es: «¿Seré capaz la próxima vez de decir que no con
la frente en alto y sin sentirme culpable por ello?».
Y yo le respondo: si usted quiere sentirse como hasta aho-
ra, no siendo el dueño de sus decisiones, ¡adelante!, continúe
con los mismos patrones de comportamiento, que lo van a
conducir inexorablemente hacia el mismo destino: SER UNA
VÍCTIMA.
Se puede vivir una vida muy desdichada, en la medida en
que no somos capaces de decidir qué es lo que queremos y
esperamos de la vida. Ahora bien, esta incapacidad no nece-
sariamente debe ser permanente; en general se da por falta
de práctica.
Si uno no usa su cerebro, éste tenderá, como otros órganos
y sistemas del organismo, a la atrofia. Si no nos ejercitamos
en la capacidad de tomar decisiones también nos veremos
con el paso del tiempo con un sentimiento de minusvalía al
respecto.
Una persona que no logra tomar decisiones por sus pro-
pias inseguridades muy pronto se convierte en un ser que ha
perdido el rumbo de su Existencia, porque le está faltando el
combustible fundamental, que son sus creencias.
L A CLAVE RADICA EN TENER IDEAS CLARAS DE LO QUE QUE-
REMOS QUE NOS SUCEDA EN LA VIDA Y DE ESA MANERA NOS
ACERCAMOS MÁS A LA POSIBILIDAD DE TOMAR DECISIONES.
Cuando las decisiones son claras, estamos preparados
para la acción, y para la comunicación efectiva de dicha ac-
ción. No alcanza con el hecho en sí mismo, sino que tam-
bién debemos hacerles saber a los demás cuál ha sido nues-
tra decisión.
El mundo que nos rodea percibe claramente nuestra bue-
na autoestima o su falta, mediante nuestras palabras y nues-
tras acciones. Si tenemos una autoestima baja, nos sentire-
52
mos mal, ejerceremos el rol de víctimas del mundo y consi-
deraremos «normal» el ser maltratados.
Por lo contrario, una autoestima alta espera reciprocidad
en el buen trato y respeto mutuo. No hay espacio para sen-
tirse víctima, pues estamos tan ocupados en crecer y tener
una visión realista y optimista del mundo que nos es mucho
más urgente cambiar nuestro comportamiento que quedar
encadenados y enajenados en el concepto de que los demás
son responsables de nuestras desgracias.
Apropiarse del conflicto es empezar a solucionarlo
Lo cierto es que sólo una vez que nos hemos dado cuenta de
que estamos frente a uno o más problemas, nos encontramos
en condiciones de hacer algo al respecto. Desde el mismo
momento en que tomamos los conflictos como «propios» ya
nos estamos orientando hacia su solución.
La idea es evitar tener que convivir para siempre con las
dificultades y sufrir inexorablemente sus efectos paralizado-
res, que nos impiden ver más allá de esas circunstanciales di-
ficultades.
Estar en crisis y sentirse como una víctima siempre va a
exigirnos la toma de decisiones que involucren cambios en el
sentido que le estamos dando a nuestra vida, y cambios en
nuestros modelos o paradigmas de pensamiento y, por qué
no, también de sentimientos.
Cuando todas estas fuerzas negativas están operando so-
bre nosotros, es bueno plantearse estas preguntas:
• ¿Nos vemos como víctimas de las acciones concretas y
de mala fe de otras personas?
• ¿Cómo nos sentimos al respecto?
53
• ¿Seremos víctimas sin responsabilidad de alguna fuer-
za extraña o simplemente de la mala suerte?
Si realmente nos sentimos identificados con alguna de las
preguntas que anteceden, será el momento de pensar seria-
mente en resolver definitivamente este sentimiento de mi-
nusvalía que tanto nos duele.
Y si ya vamos a resolver este sentimiento tan urticante, ca-
ben también aquí algunas preguntas tales como:
• ¿Realmente esperamos que los demás sean quienes den
el primer paso, con la finalidad de encontrar un camino
que nos aproxime a la paz interior?
• ¿Pensamos que las heridas se cerrarán solas o que los
problemas desaparecerán como por arte de magia?
• ¿O deberemos tomar el mando de nuestra vida y abrirnos
paso para encontrar la solución a nuestros problemas?
Seamos conscientes de que hay sucesos que están ocu-
rriendo «fuera de nosotros» y que debemos atender. Son los
acontecimientos en sí mismos.
Pero también tenemos heridas y resentimientos alojados
en lo más íntimo de nuestro ser, y que debemos procesar
adecuadamente para no caer en la omisión de creer que, si
no les prestamos atención, ellas no van a volver en el futuro
bajo la forma de una crisis mucho más explosiva y destructi-
va que la que estamos atravesando.
De la misma manera en que nos cuesta ver los aspectos
positivos que las crisis tienen, también puede ser difícil para
nosotros reconocer que esas heridas y esos resentimientos
pueden llevarnos de la mano hacia las causas más profundas
de por qué nos sentimos como víctimas de un mundo que
parece estar en contra de nuestros intereses.
54
EL PAPEL DE VÍCTIMA DEBE DESAPARECER DE NUESTRA
FORMA DE PENSAR Y DE SENTIR.
Las emociones negativas
Si comenzamos a sentir que representar el papel de vícti-
ma se ha convertido en un estilo de vida para nosotros, te-
nemos que visualizar con urgencia qué emociones negativas
nos están desgastando en lo interno, para no terminar seria-
mente lastimados por el manejo inadecuado de estos sen-
timientos.
LA IRA
Es ésta una emoción muy intrincada, que puede ir desde un
simple resentimiento hasta la cólera imposible de controlar.
Los seres humanos nos sentimos indefensos cuando algo
amenaza nuestra propia imagen. Si nos sentimos como vícti-
mas, observemos si estamos permitiendo que la rabia contro-
le nuestra vida.
Surgirán preguntas inevitables, tales como:
• ¿Por qué me tiene que pasar esto justo a mí?
• ¿Por qué tenían que hacerme esto (él, ella o los demás)?
Si no logramos dar rienda suelta a nuestra rabia, las con-
secuencias de contener en nuestro interior este sentimiento
pueden llegar a la depresión u otras formas de bloqueo, que
van a obstaculizar nuestro camino hacia la verdadera solu-
ción del problema.
Preguntémonos con libertad si realmente estamos enoja-
dos; y cuando respondamos afirmativamente, reconocere-
mos cómo los resentimientos siembran semillas de odio en
55
nuestra alma y un impulso de venganza en nuestra manera
de pensar.
Una vez que hayamos reconocido con sinceridad nuestro
enojo, éste comenzará lentamente a disolverse. Esto signifi-
ca que toda la energía emocional que estábamos utilizando
para seguir enojados comenzará a trabajar de manera positi-
va, ayudándonos a liberarnos de esta emoción.
Pero lo más importante es que nuestra percepción de la vida
como víctimas se irá desvaneciendo hasta desaparecer por
completo.
EL MIEDO
Si por alguna razón nos sentimos invadidos por EL MIEDO,
éste nos provocará una verdadera parálisis, aislándonos
dentro de nosotros mismos, y promoviendo que nuestros pen-
samientos y nuestros sentimientos cobren una nueva di-
mensión, haciendo así que lo desconocido nos produzca
pánico.
El miedo nos hace reflexionar sobre lo fugaz de nuestro
paso por la Vida. Esta sensibilización nos hace conscientes de
nuestra debilidad y de la necesidad de recibir apoyo. Esto
nos ayuda a sentirnos más dispuestos al cambio, pues perci-
bimos que los viejos modelos o paradigmas ya no resuelven
nuestros interrogantes existenciales.
LA CULPA
Otro sentimiento importante que debemos considerar a la
hora del análisis del rol de víctimas frente al mundo es el de
CULPA, que nos ayuda a reconocer que hemos violado nues-
tra propia integridad.
Algo hemos hecho y nuestro comportamiento no ha esta-
do en armonía con nuestra visión de nosotros mismos. Los
valores que se han transgredido no son los que se imponen
56
desde fuera de nuestra persona, sino los que forman parte de
nuestros principios de conducta internos.
Cuando aparece esta emoción es comparable a lo que su-
cede cuando la luz roja del tablero de un auto se enciende en
señal de aviso de que hay algo en el sistema eléctrico que no
funciona bien.
Tiene su riesgo ignorar el aviso. Si no tomamos medidas
inmediatas, como detener el vehículo y cerciorarnos de qué
está pasando o llamar a alguien especializado en el tema, las
consecuencias podrían ser mucho más graves que la crisis
que estamos afrontando en la actualidad.
Con la culpa sucede algo similar. Cualquier intento de
aceptar tácitamente la culpa, en vez de buscar su origen, se-
ría equivalente a «no mirar» la luz roja del tablero: seguire-
mos sintiendo que hay algo que no está bien en nosotros.
Ahora bien; tomar una actitud de enfrentamiento con el
sentimiento de culpa sería similar a responsabilizar a la luz
del tablero por el desperfecto eléctrico que el coche está su-
friendo.
Lo correcto es tener la valentía de reconocer la culpa, eli-
minar su causa modificando el comportamiento que la origi-
nó y, de ser necesario, corregir algunos errores que podamos
haber cometido.
EL AGOTAMIENTO PSICOFÍSICO
Es una señal de que es necesario interrumpir lo que estamos
realizando. La actividad que venimos desarrollando ha re-
sultado superior a nuestras fuerzas y debemos hacer un alto
no sólo para descansar, sino también para pensar hacia dón-
de estamos dirigiéndonos y, si es el caso, corregir nuestra
perspectiva de la Vida.
Es absolutamente lógico experimentar cierto cansancio
cuando uno está sujeto a las demandas de un mundo cada
57
vez más exigente; pero si creemos que siempre podremos tu
poco más, ignorando de esa manera las señales de pelign
que nuestro cuerpo nos envía, y nos dejamos llevar más all¡
de nuestros límites de resistencia física y psicológica, come
teremos errores de apreciación de la realidad y adoptaremo
una visión pesimista de la vida que nos conducirá con mu
cha facilidad a sentirnos víctimas de una situación que ni
creemos poder dominar.
El gran desafío de la vida moderna es interpretar por qui
nos cansamos los seres humanos. Generalmente nos cansa
mos mucho menos por la realización de un esfuerzo físici
que por el desgaste de nuestro sistema nervioso que, combi
nado con otros factores debilitantes, como el estrés, la vid;
sedentaria y la mala alimentación, nos convierten en seré
minusválidos para enfrentar los desafíos básicos de la Vide
Estimulantes y psicofármacos aparecen entonces para pa
liar esta situación, que únicamente se corrige modifican
do el estilo de vida y tomando conciencia del respeto qu
nos deben merecer tanto nuestro cuerpo físico como el es
piritual.
LA DESESPERANZA
El rol de víctimas se asocia íntimamente al sentimiento d
DESESPERANZA. Ésta nos recuerda de manera constante quí
a pesar de todos los esfuerzos, no podremos resolver núes
tros problemas. ¿Hay aspectos positivos en la desesperar
za? Por supuesto que no son fáciles de ver, pero pongamos
modo de ejemplo un pensamiento que podemos ejercita
en nuestra mente: «Esto es muy grave, pero no es el fin de 1
Humanidad». Y, utilizando el aforismo que dice que «mieri
tras hay vida hay esperanza», sentarnos y abrir nuestra mer
te para observar con ecuanimidad y objetividad los acontecí
mientos que ocurran de ahí en adelante.
58
A veces es necesario llegar hasta el límite de nuestra resis-
tencia antes de poder ver la luz del sol, que con su brillantez
iluminará nuestro camino. Si logramos abordar con cierta se-
renidad nuestra problemática, veremos cómo desempeñar el
papel de víctima es muy poco redituable, además de dar una
pobre imagen de nuestra persona.
¡Arriba ese ánimo! A todos nos ha pasado eso de estar
algo melancólicos y de buscar el camino más fácil, que con-
siste en atribuir nuestras desgracias a la mala acción de los
demás. Ya tenemos algunos instrumentos en nuestro poder
para conseguir transformar nuestra realidad, a partir del
análisis de nuestros valores.
Lo que nos enseñan las crisis
Si logramos mirar nuestra problemática con cierta pers-
pectiva, veremos que solemos ubicarnos en el rol de vícti-
mas cuando enfrentamos situaciones de crisis en nuestra
vida.
Cada crisis encierra en sí misma una lección que debemos
aprender. El hecho de que constituyan momentos de gran in-
seguridad y confusión hace que las crisis nos encuentren
mucho más permeables y dispuestos a aprender, ya que
cuando todo luce y está claro en nuestra Existencia, nos sen-
timos poco dispuestos a que las situaciones de la Vida nos
enseñen algo.
La rutina cotidiana no supone reto de aprendizaje alguno.
Sin embargo, cuando nos disponemos a descubrir caminos
nuevos y desconocidos, la actitud debe ser de disposición a
aprender. La necesidad de crear nuevos patrones de conduc-
ta y la eliminación de los antiguos que nos condujeron a la
actual crisis nos permiten comenzar a ver cómo se filtra la luz
59
a través de las grietas de las estructuras que creíamos inamo-
vibles hasta el presente.
Cuando usted sienta que su papel en el escenario de su
vida diaria es el de víctima, habrá llegado el momento de
realizar un profundo análisis de su vida, de su manera de ver
el mundo y, sobre todo, de usted mismo.
Si logramos llegar al centro mismo de nuestra propia per-
sona es porque la crisis por la que estamos atravesando in-
tenta comunicarnos algo muy importante. Y esa comunica-
ción puede tener que ver con nuestro cuerpo físico o con
nuestro cuerpo espiritual. Es habitual que el contenido del
mensaje implícito de estas crisis sea que debemos abandonar
ciertos hábitos vinculados con nuestro estilo de vida.
Hemos analizado un poco más arriba que los problemas
pueden estar indicándonos que la velocidad y el vértigo que
le estamos imprimiendo a nuestra Existencia van a darnos
problemas importantes de salud.
Hasta podemos llegar a plantearnos la disyuntiva entre
vivir para trabajar o trabajar para poder vivir.
Salimos de la incómoda situación de víctimas implica que
nuestro estado de ánimo puede verse también afectado por
cambios internos, que debemos atender adecuadamente,
para que no se conviertan en elementos que nos detengan en
nuestro íntimo deseo de desenvolvimiento hacia una nueva
manera de vivir.
De modo inverso, también podemos preguntarnos:
• ¿Qué es lo que esta crisis está poniendo a prueba en
nosotros?
• ¿Será el discernimiento para ver con transparencia lo
que verdaderamente nos sucede?
• ¿Será nuestra fuerza de voluntad para emprender lo que
consideramos impostergable?
60
No cabe duda de que en la turbulencia de todos estos pro-
cesos es importante analizar si el sentimiento de pérdida tie-
ne un valor determinante para nuestra vida futura.
Por la propia ley de las compensaciones, aunque, cuando
estamos involucrados en uno o más problemas denomina-
dos Crisis Personales, no somos capaces de ver cuáles pue-
den ser sus beneficios ocultos, tenemos que abrir nuestra
mente para analizar cuidadosamente cuál es la relación cos-
to-beneficio en la presente situación.
En otras palabras: ¿qué hemos de ganar si dejamos de ser
víctimas del mundo?, y ¿qué costo hemos de pagar por asu-
mir nuestra Vida como una responsabilidad intransferible, y
por ser nosotros mismos los que determinemos lo que desea-
mos que nos suceda a partir de hoy, mirando hacia el futuro
simultáneamente con optimismo y realismo?
Éstos son los retos típicos de las crisis de la edad media de
\a vida, o de \a madurez, cuando tenemos una tendencia na-
tural a sentirnos víctimas de un mundo que no nos compren-
de y que nos presenta siempre la necesidad de optar por
cambios profundos en nuestra concepción de la Vida. Esto
nos conmociona hasta nuestros cimientos, demandando de
nosotros un claro entendimiento de cuáles son los problemas
a los que nos vemos enfrentados.
Descubrir el mensaje que estos movimientos subterráneos
traen consigo nos abrirá la puerta a una vida mejor, aceptan-
do aquellas cosas que no podemos cambiar, pero alejándonos
definitivamente del triste rol de víctimas, para comenzar a
reinterpretar nuestra historia y asumir la única y verdadera
responsabilidad que nos ha sido asignada como misión ine-
ludible, a lo largo de la Existencia: SER LOS PROTAGONISTAS
DE NUESTRA PROPIA HISTORIA.
Esto significará quitarles a los demás el poder de juzgar-
nos, y devolvernos el timón de nuestro barco, para orientar-
61deseos y necesidades, nos impulsa a revisar nuestra respon-
sabilidad en la génesis de estos hechos.
En el mismo instante en que nos disponemos a quitarnos
los disfraces que han estado ocultando nuestra verdadera
persona, a veces por décadas, nos encontramos con el verda-
dero ser que somos, dispuestos a hacernos cargo de nuestros
errores, pero también a salir al mundo en la nave de nues-
tras virtudes, para demostrar, a nosotros y a los demás, que
somos seres humanos con opciones, con posibilidades, y que
mañana será un día nuevo para vivirlo con la luz intensa del
sol que realza el brillo de nuestra persona.
En este libro hemos de admitir nuestra vulnerabilidad fren-
te a las situaciones adversas, lo cual nos alivia la culpa al per-
mitirnos comprender que como individuos tenemos derecho al
error y que en la búsqueda del éxito personal está agazapado el
fantasma del fracaso, con su halo de oscuridad, tristeza e impo-
tencia.
Abordaremos, asimismo, el impacto que las experien-
cias vividas como fracasos tienen sobre los componentes
fundamentales de la autoestima, que son la confianza y el
respeto por nosotros mismos. Emerger de estas situaciones
sin adoptar el rol de víctimas requiere también de un aná-
lisis profundo y objetivo.
Todo acontecimiento puede ser interpretado de más de
una forma, y todo dependerá del cristal con que estemos
observando nuestro mundo exterior, pero también nuestro
mundo interior. Si los fracasos son juicios sobre sucesos de
nuestra vida, cuando cambiamos el juicio que nos merece
el hecho en sí mismo estamos también modificando sus re-
percusiones sobre nuestro estado de ánimo.
En tiempos difíciles, y cuando estamos sumidos en agudas
crisis personales, perdemos la perspectiva de nuestro dere-
cho natural al bienestar y a que sean respetados nuestros es-
12
pacios y límites, en salvaguarda de nuestra integridad y del
necesario equilibrio emocional.
Todos somos capaces de desarrollar una sana autoestima,
en la medida en que nos fijemos metas accesibles y lógicas.
Existen períodos de transición entre el impacto que causan
las experiencias negativas en nuestro cuerpo emocional y la
cicatrización de las heridas del alma que estos episodios pro-
ducen. Este tiempo lo utilizaremos para hacer un balance
existencial y generar una nueva forma de pensar y ver la rea-
lidad.
La autovaloración surge del diálogo interno y de la toma
de conciencia sobre la necesidad de instrumentar cambios
que nos permitan vivir mejor. Tomar un café con uno mismo
facilitará la tarea en la que estoy dispuesto a ayudarlo, aun-
que debo adelantarle que las decisiones siempre son perso-
nales, y no pueden ni deben ser tomadas bajo el influjo del
criterio de otra persona, aunque ésta sea de nuestra total con-
fianza.
Llegará el día en que usted percibirá su nueva identidad y
estará en condiciones de volver a interactuar con todos los
seres humanos mostrando una autoestima saludable y con
total conciencia de sus logros, que serán bien recibidos por
quienes lo rodean, que a partir de su transformación han de
respetarlo y dispensarle el trato que usted se merece.
No tema, la travesía comienza aquí, no se detiene nunca,
pues la Excelencia en Calidad de Vida es un anhelo que to-
dos tenemos. El destino final es transformar su manera de
pensar y de sentir respecto de sus derechos, pero también
de sus obligaciones, para poder así retomar la conducción de
su vida, sabiendo fehacientemente hacia dónde ha de diri-
girla.
De la misma manera en que lo hice con El lado profundo de la
Vida, pongo este material a su disposición y a su juicio, desean-
13
do serle útil para sobrellevar con dignidad estos tiempos di-
fíciles, y contribuir con este aporte a estimularlo para que se
inicie en el camino del autoconocimiento y la autovaloración,
que se convertirán a la postre en el soporte principal del desa-
rrollo de su autoestima.
PRIMERA PARTE
LA VULNERABILIDAD
DEL SER HUMANO
FRENTE A LAS PÉRDIDAS
1
ANÁLISIS DEL IMPACTO DE LOS FRACASOS
El camino hacia el triunfo se vuelve solitario
porque la mayoría de los hombres no está dis-
puesta a enfrentar y vencer los obstáculos que
se esconden en él. La capacidad de dar ese úl-
timo paso cuando estás agotado es la cualidad
que separa a los ganadores de los demás co-
rredores.
EDWARD LE BARÓN
El impacto que los acontecimientos vividos como fracasos
producen a lo largo de nuestra Existencia está íntimamente
ligado al grado de sensibilidad que cada uno de nosotros po-
see, y a la manera en que somos capaces de manejar nuestras
emociones.
En la medida en que la vida nos coloca en situaciones en
las que «debemos» sentir de una determinada manera pues
hemos sido programados para ello, comprendemos con fa-
cilidad qué es la tristeza y la alegría, qué son los éxitos y lo
que significan los fracasos.
Esto hace que los sentimientos que nos embargan cuando
atravesamos por profundas crisis personales sean, en térmi-
nos generales, similares; lo que señala la diferencia entre
unas personas y otras es cómo manejamos lo que estamos
sintiendo, y qué tiempo nos lleva procesar adecuadamente
esa sensación tan desagradable que nos identifica con el fra-
caso.
Durante un cierto tiempo de nuestra vida creemos que so-
mos inmunes o que podemos evitar el tener que pasar por
estas experiencias, que tienen como común denominador los
17
sentimientos de pérdida y que lesionan tan duramente nues-
tra autoestima.
Es muy probable que usted, que está comenzando a leer
este libro, ya haya tenido que enfrentarse en más de una opor-
tunidad a situaciones que han hecho trizas el juicio que tenía
de su propia persona, y que haya experimentado ese senti-
miento de impotencia frente a la vida.
En el otro extremo de la misma línea, y sobre todo si us-
ted es muy joven, quizá no tuvo aún esa riquísima expe-
riencia de ser derrotado, de haberse arriesgado a algo por-
que creía que era su camino; lo invito a enfrentarse a este
desafío, que lleva en su núcleo las respuestas más contun-
dentes a los interrogantes de la Existencia.
Lo cierto es que, si no hemos tenido la experiencia, en
algún momento hemos de vivirla, y la razón de ello es muy
sencilla: cada vez que intentamos algo nuevo, sea en el cam-
po que fuere, nos exponemos a muchos riesgos, y uno de
ellos es el de no lograr nuestros objetivos.
Convengamos en que es más fácil hablar del éxito, los
triunfos y alegrías que sumergirnos en las tinieblas del fraca-
so y del dolor que éste nos provoca. Innumerables libros,
conferencias y seminarios abordan el éxito desde distintos
ángulos, creando una falsa imagen de un ser humano que
todo lo puede y olvidando maliciosamente una de las posibi-
lidades que con mayor frecuencia puede presentarse en la
toma de nuestras decisiones: equivocarnos, errar y, por ende,
fracasar.
Estas últimas son posibilidades reales, humanas, nuestras,
mías y suyas, que nos hacen sentir que tenemos derecho a
ganar, pero que también lo tenemos a perder. Sin duda el fra-
caso lleva implícito en su concepción el sentimiento de pér-
dida; pero con frecuencia también podemos ganar mucho
con este tipo de vivencias.
Una experiencia invalorable es vivir en carne propia lo
que significa caer hasta lo más bajo y sentir que no encontra-
mos el camino, que todo está oscuro y que la esperanza se
desvanece, hasta que un rayo de luz nos señala hacia dónde
tenemos que ir para ser protagonistas de nuestra reconstruc-
ción. El fracaso nos torna más humildes, más reflexivos y
más permeables a escuchar a quienes tienen más Sabiduría
que nosotros.
Los fracasos son sucesos que templan el alma y el espíritu,
y nos van fortaleciendo para ayudarnos a enfrentar nueva-
mente la Vida, con un aire renovador que nos estimule a lo-
grar nuestros objetivos.
Vivir es arriesgarse a fracasar
Cada vez que nos atrevemos a salir al mundo en busca de
algo que nos conmueve, de algo que nos causa satisfacción,
debemos hacerlo sabiendo que una de las posibilidades es
fracasar. Esto está incluido en el precio de vivir, en el impues-
to que debemos pagar en pos del éxito.
Sólo permaneciendo en la mediocridad, es decir, evitando
el esfuerzo, quedándonos donde estamos, podremos poster-
gar por un tiempo la desagradable sensación de haber «per-
dido» algo; y digo postergar, porque la inmovilidad acre-
cienta nuestra impotencia frente a los desafíos básicos de
la Vida.
18
Cómo interpretamos los fracasos
Si intentamos cambiar nuestra programación mental podre-
mos apreciar que cuando fracasamos estamos emitiendo au-
19
tomáticamente un juicio de valor sobre los hechos en sí mis-
mos. No los evaluamos de manera objetiva e imparcial, por-
que estamos subjetivamente involucrados, y eso complica
mucho la apreciación real de la situación por la que atravesa-
mos.
Hay un punto en el análisis de estos sentimientos de pér-
dida tan invalidantes que considero clave, y es que debemos
establecer una diferencia clara entre el acontecimiento tal
cual es y el juicio de valor, que casi automáticamente emiti-
mos, respondiendo a lo que vivimos como profunda agre-
sión hacia nuestra persona.
Esta diferenciación es fundamental a la hora de interpre-
tar el impacto que el fracaso ha producido en nosotros, y nos
dará también la pauta de las condiciones en que nos encon-
tramos para comenzar a desarrollar nuestra autoestima, lue-
go del temporal devastador al que hemos asistido, casi siem-
pre en forma totalmente involuntaria.
Existen fracasos explícitos, visibles, que cualquier persona
puede apreciar y que representan consecuencias lógicas de
situaciones a las que nos vemos sometidos en el libre juego
de la Vida. Perder un trabajo o no poder alcanzar las metas
que nos hemos propuesto son escenas que estarían enmarca-
das dentro de este concepto.
Pero hay otros «fracasos», que no se ven desde el exterior,
que no tienen marquesinas luminosas, sino que se viven en
el interior mismo de cada ser humano, y que reflejan su pro-
funda decepción respecto de lo que le está tocando vivir. Es-
tas formas «encubiertas» de fracaso son mucho más turbu-
lentas y generan gran desasosiego y ansiedad en quien las
está atravesando.
Lo que unifica todas las formas de fracaso es el hecho de
que todas representan un SENTIMIENTO DE PÉRDIDA, sin el
cual el acontecimiento no toma ese cariz.
20
El fracaso vulnera severamente nuestra autoestima, pues
rápidamente confundimos el hecho en sí mismo con nuestra
capacidad de respuesta y con nuestros merecimientos, refe-
rentes al derecho al bienestar y a vivir de acuerdo con nues-
tros principios.
Es como que todo se mezcla en ese verdadero vendaval de
sentimientos encontrados donde buscamos culpables, respon-
sables, y descargamos nuestra ira y nuestra frustración, a veces
donde no debemos, generando así aún más confusión en nues-
tro interior.
Cuando nos toca vivir esta dolorosa experiencia, el primer
pensamiento que nos acosa es por qué la Vida se ha ensaña-
do con nosotros, por qué somos víctimas de semejante injus-
ticia, sin reparar en que hay muchísimas personas que están
atravesando por la misma situación o que lo han hecho en su
momento.
Claro que esto no es un consuelo que pueda mitigar
nuestra sensación de haber sido literalmente destruidos
por el fenómeno en sí mismo, pero debe hacernos reflexio-
nar, para comprender que no estamos solos en esta batalla
por la recuperación de nuestra identidad y nuestra autoes-
tima.
Cuando caen los modelos
El mundo está atravesando por procesos de cambios macroe-
conómicos que, en el contexto de la situación concreta de cada
región o país, repercuten duramente sobre nuestras expecta-
tivas de crecimiento y desarrollo. Esto genera una gran ines-
tabilidad, pues percibimos el desmoronamiento de modelos
que creíamos inamovibles, y finalmente resulta que la única
seguridad que tenemos es la confianza de creer que seremos
21 '
capaces de manejar la inseguridad que estos acontecimientos
nos provocan.
Para que esto suceda nuestra autoestima debe estar
intacta; más aún, tiene que estar sustentada en nuestra
convicción dé que seremos capaces de reconstruir nues-
tra realidad, a partir de nuestros principios y nuestros va-
lores, recurriendo a esa energía potencial que todos alber-
gamos.
Entre los tantos aprendizajes que incorporamos a lo largo
de nuestra experiencia vital, uno de los más enriquecedores
es visualizar nuestra responsabilidad en la génesis de los fra-
casos. Esto significa que no dejamos pasar los duros momen-
tos que nos tocan vivir sin extraer de ellos una enseñanza
que nos haga crecer y madurar, a punto de partida de los
avatares de la Existencia.
Vivimos en sociedades donde la relación entre ganado-
res/perdedores cobra una relevancia inusitada. Si bien el
concepto de Excelencia aplicado a la vida de los seres huma-
nos representa una meta de superación personal y el deseo
de crecer como personas nos aproxima al concepto del éxi-
to, no es necesario vivir obsesionados por la creencia de que si
no logramos siempre el primer lugar somos indignos de no-
sotros mismos.
En la mayoría de los deportes de competición siempre
debe haber un ganador y un perdedor. Nuestra vida, en cam-
bio, si bien está colmada de desafíos que nos ponen a prueba
cotidianamente, no es asimilable a un partido de fútbol, tenis
o baloncesto, por lo que debemos aprender a desarrollar la to-
lerancia a la frustración.
Esto significa que cuando las cosas no salen como noso-
tros deseamos debemos darnos otra oportunidad, confiando
en nuestra capacidad para superarnos, y aprender a aceptar
que no siempre podemos dar cumplimiento a lo que aspira-
22
mos, porque a veces se interponen circunstancias que no
pueden ser manejadas por nuestra voluntad.
La importancia de los fracasos
Tolerar la frustración significa ante todo que somos humanos
y que, por lo tanto, podemos ganar o perder, pero eso no ne-
cesariamente debe afectar nuestra autoestima, que es nuestro
patrimonio más importante.
Sin embargo, constantemente tratamos de protegernos de
los fracasos como si éstos fueran una enfermedad infecto-
contagiosa, y transmitimos este sentimiento a quienes nos
rodean.
Sé que es difícil aceptar que podemos ser perdedores,
pero si logramos detenernos tan sólo un instante en esta po-
sibilidad, percibiremos en toda su dimensión las oportuni-
dades que nos brindan estas situaciones para conocernos
realmente y corregir los errores que hayamos cometido, in-
tentando de nuevo las cosas con un pensamiento fresco y con
alegría de vivir.
Seamos honestos y reconozcamos que no aceptamos el
fracaso como moneda de cambio. Y, lo que es más grave aún,
la mayor parte de las veces no nos creemos capaces de poder
sobrevivir a estos episodios.
Pero yo afirmo y reafirmo que es importante fracasar; en pri-
mer lugar, para demostrarnos a nosotros mismos que sobrevi-
viremos a la furia de estos vientos huracanados y que hemos
de emerger de éstos fortalecidos, para enfrentar las inevitables
situaciones a las que la Vida nos ha de exponer en un futuro
más o menos cercano.
Si somos humildes, tenemos mucho que aprender de estos
episodios, cuando la oportunidad se presenta. Vea... el fraca-
23
so nos obliga a reflexionar sobre las opciones que tenemos
cuando analizamos nuestro futuro.
La Vida muchas veces no nos da la oportunidad de dete-
nernos a pensar si podemos o no seguir adelantó. Usted de-
cide lo que hace: o se queda allí estancado, llorando y su-
friendo por su mala suerte, o, por lo contrario, hace algo. Y
no importa qué: sólo pensar en hablar con otro, consultar a
alguien, pedir un consejo, ya significa un cambio positivo,
porque abre sus ojos a un horizonte de alternativas.
El impacto que estas experiencias tan particulares tienen
sobre el género humano va a depender, en gran proporción,
de cuál es el concepto que cada uno de nosotros tiene sobre
este fenómeno.
Y, a propósito, seguramente todos nos hemos preguntado
alguna vez: ¿QUÉ SIGNIFICA UN FRACASO PARA MÍ?
Aquí, la libre interpretación vuela a través de los cielos de
nuestros pensamientos, adjudicándole todo tipo de explica-
ción, y no pocas veces todo tipo de justificación, por la hosti-
lidad del entorno que interactúa con cada uno.
Pero vayamos definiendo cautelosamente estos aconteci-
mientos, para ver si nos ponemos de acuerdo y logramos
comprender por qué, como decíamos al principio de este ca-
pítulo, todos sentimos cosas muy parecidas ante el impacto
de los fracasos.
• Es la apreciación de un hecho, y por lo tanto ésta es sub-
jetiva.
• Este hecho se desarrolla en una etapa de nuestra vida.
• No hay razón para pensar que se convertirá en una si-
tuación estable a lo largo de nuestra Existencia.
La manera en que cada uno valora los acontecimientos va
a definir en el futuro cuál va a ser nuestro manejo de la situa-
24
ción. Es importante tener claro que no son los hechos en sí
mismos lo que más importa, sino en qué momento nos suce-
den, y cómo estamos equipados espiritualmente para en-
frentarlos del modo adecuado.
Los cinco peldaños
Veamos ahora en detalle lo que experimentamos cuando to-
mamos conciencia de que estamos atravesando por una si-
tuación que vivimos como un verdadero fracaso. En realidad
hemos sufrido un golpe muy duro, que hace temblar nuestra
identidad, pues nos sentimos destruidos, enojados y con una
mezcla simultánea de culpa e impotencia.
Es como si una bomba hubiera estallado cerca de nosotros,
dejándonos atontados por el estruendo y la confusión. Lo
primero que recibe él impacto y él daño es nuestra autoesti-
ma, que se ve súbitamente conmocionada por un hecho al
que en un principio no podemos explicar ni encontrarle jus-
tificación.
Generalmente recordamos el principio de esta penosa tra-
vesía como un momento de gran inestabilidad emocional,
donde todos nuestros esquemas preconcebidos en cuanto a
nuestra seguridad exterior caen con estrépito, dando lugar al
comienzo de un recorrido en donde iremos ascendiendo por
una escalera que nos pondrá en contacto con nuestra recons-
trucción como seres valiosos para la Vida.
Los cinco peldaños hacia una nueva autovaloración son:
peldaño: el impacto inicial;
l.er
2.° peldaño: los temores y los terrores;
peldaño: la ira y la autocensura;
3.er
4.° peldaño: el juicio de quienes nos rodean;
25
5.° peldaño: la esperanza o la desesperanza; nuestra elec-
ción.
La rapidez con que cada uno recorre este trayecto de
transformación en una nueva persona, preparada, ahora sí,
para enfrentar el mundo, es muy variable, y estará en fun-
ción de la capacidad para recuperar la confianza y el respeto
por sí mismo.
EL IMPACTO INICIAL
Lo primero que nos sucede cuando percibimos la herida
profunda que nos causa una pérdida abrupta es el des-
concierto. Sabemos que hemos sido duramente golpeados,
pero aún no podemos aceptarlo en su total dimensión, pues
no nos sentimos merecedores de tal agresión a nuestra per-
sona.
La confusión gana nuestra mente y rechazamos aquellas
cosas que momentáneamente no podemos manejar. Pode-
mos sufrir, en esta etapa, repercusiones sobre nuestro cuerpo
físico, tales como inapetencia, dolores de cabeza, mareos, di-
ficultades respiratorias, etcétera.
EL IMPACTO INICIAL, que es el primer peldaño, donde toda-
vía estamos, en cierta manera, tendidos por la intensidad de
la agresión, conlleva un primer tiempo en que quedamos li-
teralmente inmovilizados por el asombro frente a lo sucedi-
do. Luego, una vez que logramos liberarnos de ese estado de
impotencia de nuestra mente, tomamos conciencia de que
estamos frente a una terrible pérdida.
Si bien la ansiedad puede más que nuestra razón cuando
luchamos en contra de un sentimiento de pérdida, no es
aconsejable oponerse a la tristeza que nos embarga, sino que
debemos buscar la forma de neutralizar el dolor que ha cu-
bierto de sombra nuestra vida.
26
La reacción natural es actuar y tomar decisiones que con-
trarresten la injusticia de la que hemos sido objeto, siendo
habitual que cometamos grandes equivocaciones, porque
actuamos de acuerdo con lo que sentimos y no de acuerdo
con lo que es mejor para nosotros, dadas las circunstancias
que estamos atravesando.
Lo más aconsejable, en este primer escalón, es quedarse
lo más quieto posible y tratar de comprender y que nos
comprendan. Lo que seguramente no necesitamos es con-
sejos de cómo tal o cual persona salió de una situación si-
milar, o que nos digan que con buena voluntad todo se
arreglará en un futuro. En esos momentos no estamos en
condiciones de valorar si lo nuestro es de mayor o menor
envergadura que lo que le sucedió a otras personas. Para
nosotros se trata del ciento por ciento de nuestro dolor, y
tenemos que asumirlo de esa manera.
Lo que todos sentimos frente a una gran pérdida es la ne-
cesidad de contención, de que entiendan nuestra contrarie-
dad por lo sucedido. Por sobre todas las cosas, necesitamos
percibir que alguien es capaz de acompañar nuestra ira,
nuestra frustración y nuestra impotencia, sin darnos conse-
jos que no estamos en condiciones de procesar y sin juzgar
acerca de nuestra culpabilidad o inocencia respecto de los
hechos de que se trate.
Frente a este impacto inicial lo que se impone es dar rien-
da suelta a nuestro «yo» herido y esperar que el dolor llegue
a su pico máximo y comience luego a disminuir, dando lu-
gar a la posibilidad de ascender al segundo peldaño, que es
enfrentarse con:
LOS TEMORES Y LOS TERRORES
Cuando tenemos la sensación de que hemos absorbido el gol-
pe y el terrible dolor comienza a atenuarse, casi sin distancia
27 :
entre sí aparecen en escena dos enemigos a los que debemos
enfrentar.
Los MIEDOS son mecanismos de supervivencia cuando tie-
nen que ver con objetos específicos; tal como el dolor o la fie-
bre, son la luz roja que se enciende como señal de adverten-
cia, para indicarnos que en algún sector de nuestro cuerpo o
de nuestra alma hay algo que no está funcionando de mane-
ra adecuada.
Otra cosa muy diferente son los terrores o el pánico, por-
que no solamente nos paralizan sino que pierden su finali-
dad de protegernos frente a una amenaza potencial.
Una buena pregunta que podemos hacernos es a qué se
debe la aparición de esta sensación de minusvalía que tanto
nos hace sufrir. Cada ser humano vive en un mundo que tie-
ne un determinado orden, y este orden se ha hecho añicos en
un instante. Esa sensación de inseguridad está basada en que
el edificio que cuidadosamente habíamos construido a lo lar-
go del tiempo se desmorona frente a nuestros ojos, gene-
rando un estado de angustia que no nos permite manejar la
idea de que aún pueden presentarse desastres mayores de
los que ya estamos viviendo.
Debemos buscar la forma de evitar llegar a esta situación
de falta de control que caracteriza al terror, porque, de lo con-
trario, tendremos que luchar contra dos enemigos simultá-
neamente: uno, el fracaso que nos duele, y, otro, nuestro ene-
migo interno, que nos impide ver que a pesar de nuestra
tristeza hay aún en nosotros una gran fuerza interior que nos
ha de iluminar el camino de la recuperación. Pero esta re-
construcción de nuestra persona todavía no está lo suficien-
temente madura como para que podamos disfrutarla.
Quedan aún algunos tramos por subir en esta escalera que
nos está ayudando a crecer como personas útiles a nosotros
mismos. Es ahora el tiempo de ascender el tercer peldaño:
28
LA IRA Y LA AUTOCRÍTICA DEVALUATORIA
Si recorremos el amplio espectro de las distintas conductas
humanas, podremos apreciar que, mientras algunas perso-
nas son extremadamente sensibles y reaccionan de inmedia-
to frente a cualquier estímulo como ante una agresión, otras
permanecen impasibles frente a los distintos acontecimien-
tos de su Existencia. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿les es
indiferente lo que sucede directamente con ellos o es que no
logran exteriorizar lo que sienten como una afrenta a su inte-
gridad?
Algunas personas quedan tan afectadas por su fracaso
que ni siquiera atinan a enojarse, y pasan del terror a la de-
sesperanza, saltándose peligrosamente algunos peldaños de
su reconstrucción.
Al no existir este período de transición que es algo así
como una radiografía interna de nuestra sensibilidad, la re-
cuperación se hace más penosa, porque la ira y la autocrítica,
siempre y cuando sean pasajeras, son muy recomendables
para reforzar la convicción de que somos personas que vale-
mos y que tenemos derecho a sentirnos mal con lo que nos
sucede.
En suma, lo que pasó ha calado muy hondo en nuestra ma-
nera de ser, y el sentimiento de ultraje está presente y es lo que
desencadena la ira. Junto con ella aparece inexorablemente la
búsqueda de culpables que carguen con la responsabilidad de
que estemos atravesando por una crisis tan profunda.
Inmediatamente después de procesar todas estas actitu-
des aparece la autocrítica, por medio de la cual buscaremos
hacernos cargo correctamente de la cuota de responsabilidad
que nos corresponde también a nosotros en la génesis de es-
te fracaso.
Si encontramos culpables, nuestra escala de valores no se
verá vulnerada y el «orden de nuestra vida» podrá continuar
29
con los mismos esquemas que hasta el presente. Es decir,
asumimos que el origen del daño está fuera de nosotros.
Las cosas comienzan a complicarse cuando debemos ad-
mitir con honestidad que en realidad sabíamos que tarde o
temprano esto iba a suceder, sólo que no hicimos nada al res-
pecto. La autocrítica es válida en cuanto nos ubica en el justo
lugar de nuestra responsabilidad. Se convierte, en cambio,
en una práctica absolutamente destructiva en la medida en
que la utilizamos para devaluar nuestra persona, y para fus-
tigar con dureza nuestra conducta.
Interrogantes del tipo de «¿Cómo no me di cuenta antes
de lo que estaba pasando?», o afirmaciones tales como «No
debí haber permitido que las cosas llegaran hasta este pun-
to», sólo sirven ahora para avivar el fuego de nuestra angus-
tia y no para despejar la bruma que nos cubre en esta etapa.
Enojarnos periódicamente nos hace muy bien, porque rea-
firma que sentimos respeto por nosotros mismos. Es el me-
dio del que disponemos para ejercer nuestro derecho a pro-
testar por las injusticias de las cuales hemos sido objeto.
Ahora, si la ira y la autocrítica destructiva se convierten en
una costumbre, iremos perdiendo la confianza en nosotros
mismos y llevaremos sobre nuestras espaldas no sólo las cul-
pas fruto de nuestros errores sino también todas las culpas que
los demás intentarán proyectar sobre nosotros, y que no nos
corresponde cargar.
Finalmente, no se asuste de sus reacciones. Sirven para
algo muy concreto: escalar los peldaños de su reconstrucción
y por ese camino acercarse a otro período muy trascendente,
que es el de tratar de ser impermeables a:
EL JUICIO DE QUIENES NOS RODEAN
Hay personas extremadamente sensibles a la opinión de los
demás, y esto les genera mucho temor y vergüenza, cuando
30
se sienten juzgados en relación con los acontecimientos por
los que atraviesan.
El qué dirán y el «qué pensarán de mí», son fantasmas que
comienzan a rondar en nuestra mente, haciéndonos sentir
profundamente culpables no por lo que nos pasó o por cómo
nos sentimos, sino por lo que los demás van a pensar de no-
sotros.
Analicemos en profundidad los hechos, en su contexto
real: quienes estamos sufriendo SOMOS NOSOTROS, quienes
tenemos que enfrentar los problemas SOMOS NOSOTROS, quie-
nes debemos buscar las soluciones SOMOS NOSOTROS. En-
tonces, ¿quién tiene el derecho de juzgar nuestras actitudes
o nuestros sentimientos? La respuesta es clara y concluyente:
NADIE, salvo aquellas personas a las que les otorguemos el
poder de emitir juicios de valor sobre nosotros.
Esto significa que una cosa es estar muy triste y acongoja-
do por lo que nos sucede, y otra cosa es permitir que nos ten-
gan lástima o que cualquiera emita el diagnóstico y el «trata-
miento» que considera mejor para el caso, sin detenerse a
pensar lo que sentimos en nuestro interior y cuál es la verda-
dera situación que estamos viviendo.
Emitir juicios no es una manera de ayudar a nadie; es, qui-
zás, el modo más cruel de hacer sentir mal a una persona, se-
ñalándole su minusvalía o su incompetencia frente a los de-
safíos básicos de la Existencia.
Nadie mejor que nosotros, que estamos en el ojo de la
tormenta, puede percibir el extraordinario esfuerzo que sig-
nifica mantener la cabeza erguida a pesar de lo sucedido y
contestar con dignidad y altura las preguntas que inevitable-
mente quienes nos rodean comenzarán en algún momento
a realizar: «¿Como estás?», «¿Puedo ayudarte en algo?». Al-
gunos mensajes serán sinceros y estarán dirigidos a exten-
dernos la mano que necesitamos para superar este trance tan
31
duro, pero otros estarán dirigidos solamente a descubrir con
malicia si estamos destruidos o avergonzados por los he-
chos.
Es penoso tener que describir actitudes humanas tan difí-
ciles de entender, pero la cruda realidad es ésta, y nuevamen-
te dependerá de nosotros el que ascendamos por la escalera
de la reconstrucción con la cabeza erguida, aunque por den-
tro todavía no tengamos claro cómo hemos d§ salir victorio-
sos de esta batalla.
Pero como toda situación a lo largo de nuestra vida puede
tener más de una lectura, ésta también nos ofrece la posibili-
dad de salir al mundo con una imagen de derrota (y así tam-
bién nos verán los demás, tristes, impotentes, vencidos) o,
por el contrario, de recomponernos y mantener una imagen
de entereza y de rebeldía, por la que también seremos respe-
tados por los demás.
No olvidemos que el poder está dentro de nosotros; con
nuestra actitud estaremos monitorizando la actitud de los
demás con respecto a nosotros. Sí será importante, pues,
guardar las lágrimas, morder la angustia que sentimos ante
la incertidumbre de un futuro que aparece en nuestro hori-
zonte con imágenes que aún no son claras, pero con la íntima
convicción de que nuestra fuerza interior será el timón del
barco que nos conducirá a surcar nuevos mares en busca
del puerto del bienestar.
En última instancia, fracasar no es una vergüenza, y por lo
tanto no debemos sentirnos avergonzados ni permitir que los
demás hagan, del árbol caído, la leña que avive el fuego de sus
ambiciones. Sólo nosotros somos capaces de juzgarnos adecua-
damente y no sentirnos víctimas. Nadie puede hacernos sentir
así; sólo nosotros.
Es cierto, hemos caído, o nos han hecho caer, no importa
demasiado en este momento. Se impone entonces un perío-
32
do de reflexión sobre nuestros actos y nuestros sentimientos.
Navegar a través de las turbulentas aguas de las almas en
conflicto requiere de mucho valor. Pero es el único camino
válido para el reencuentro con nuestro verdadero Ser, que re-
flejará la luz que necesitamos para alcanzar el próximo pel-
daño:
LA ESPERANZA O LA DESESPERANZA: NUESTRA ELECCIÓN
Llegados casi a la cima de la escalera que nos conduce a una
nueva dimensión en nuestra vida, debemos optar entre la es-
peranza -o sea, volver a creer en nuestra capacidad de tomar
decisiones acertadas- y sumirnos en la oscuridad de la noche
de nuestra vida, una noche en la que no se vislumbra un
amanecer y que nos deja carentes de toda ilusión respecto
del futuro.
La desesperación se instala cuando nuestra autoestima
es profundamente dañada y cuando tenemos la íntima con-
vicción de que la herida que hemos sufrido es mortal y que
no somos ni seremos capaces de recuperarnos. Como toda
apreciación, ésta puede ser tan subjetiva que no nos permita
visualizar que sí tenemos opciones, y que cada ser humano
es mucho más de lo que le sucede diariamente. Es en el des-
cubrimiento de ese espacio que nos permite caernos y levan-
tarnos tantas veces como sea necesario donde encontrare-
mos la salida a esa penumbra que se ha desplegado ante
nosotros, y que con una fuerza increíble nos arrastra hacia la
depresión.
Podemos estar en cualquiera de los peldaños por los que
vamos ascendiendo para superar la crisis que estamos vi-
viendo, pero mientras sigamos creyendo en el valor intrínse-
co de nuestra persona y en la habilidad para construir un fu-
turo mejor evitaremos caer en las garras de la ansiedad y la
angustia existencial.
33
En otras palabras: mientras podamos mantengamos en alto
nuestra autoestima; ésta será nuestra mejor aliada para vencer
las dificultades que se nos presenten. Tenemos que ejercer
el derecho a realizar nuestro duelo por la pérdida que hemos
experimentado: es un permiso que debemos otorgarnos.
Si escapamos de la pérdida, en lugar de sumergirnos en
ella, sólo estaremos prolongando la desesperanza. La propia
experiencia vital nos muestra que un día el dolor comienza a
ser menos intenso y que tarde o temprano saldremos adelan-
te y estaremos finalmente listos para presentarnos nueva-
mente ante el mundo.
Es cierto, hemos perdido algo, o sentimos que nos han he-
cho perder algo; pero a pesar de todo tomemos esto como una
premisa indiscutible: AÚN ESTAMOS VIVOS, Y EXISTIMOS. El
objetivo, de aquí en adelante, será rescatar los aspectos positi-
vos de este acontecimiento.
Es bueno también, en este momento de nuestro ascenso
por los peldaños de nuestra reconstrucción, recordar aque-
llos períodos de nuestra vida que han sido buenos, con lo-
gros importantes, como modo de certificar nuestra valía y
nuestra disposición para recuperar la responsabilidad de
ser quienes decidamos ser en el futuro.
Cómo empezar a sentirse mejor
¿Cuánto tardaremos en subir todos los peldaños hasta en-
contrarnos en condiciones de volver a mirar el mundo con
confianza? ¿Cuándo empezaremos a sentirnos mejor? És-
tos son algunos de los muchos interrogantes que nos hace-
mos mientras vivimos estos amargos momentos.
Lo que usted debe saber es que a todos los seres humanos
nos sucede lo mismo frente a las pérdidas, más allá de los
34
matices individuales que marcan la diferencia en el tiempo
de recuperación. Estoy de acuerdo en que no es agradable lo
que se siente, pero es superable, y de ninguna manera la sen-
sación de minusvalía tiende a perpetuarse. Las heridas, así
como dejan cicatrices, también estimulan la rebeldía y la con-
vicción de que somos capaces de sobrellevar la adversidad.
Lo importante es no quedarnos en alguno de los peldaños,
imposibilitando así el avance. La fuerza y la energía de que
disponemos deben ser utilizadas en nuestra reconstrucción y
no en ligarnos a un pasado que no es más que eso: PASADO. Y
que no estamos en condiciones de cambiarlo, porque, como
la historia, ya está escrito, y ésta es nuestra historia, la cual va
a formar parte inseparable de nuestro bagaje personal.
Imaginemos por un instante esta escalera como si fuera
una ruta que une el momento en que sentimos que hemos
sido agredidos, heridos, y el momento de la cicatrización defi-
nitiva, en que esa misma herida ha cerrado por completo.
Si logramos atravesarla, tomando conciencia de su tras-
cendencia, antes estaremos en condiciones de plantearnos
un éxito futuro. •
¿Es fácil transitar por la vida? No, no lo es, pero se puede.
Y usted también puede, como tantos otros que hemos fraca-
sado una y otra vez en el sano intento de lograr nuestro bie-
nestar. Por lo tanto no se desanime: todo lo «negativo» que
hoy aparece en su horizonte irá transformándose en los ins-
trumentos con los que podrá contar para volver a creer en
ese potencial que está en su interior, a la espera de ser de-
velado, para ser utilizado en favor de su reinserción en el
mundo.
Nadie puede hacerlo por nosotros. Parece una tarea muy
dura. Y lo es. Pero es el único camino para reencontrarnos
con un ser excepcional, quizá desconocido hasta este mo-
mento, pero que está esperándonos para presentarse. Ani-
35
mémonos a conocernos en profundidad, sin velos y sin limi-
taciones. Sólo así podremos aprender del fracaso y transfor-
marlo en la gran oportunidad de cambio.
Una cuestión de actitud
Cualquiera sea la índole de nuestro problema -causado por
nosotros o debido a factores externos, de aparición repenti-
na u oculto durante un largo tiempo-, cuando este conflicto
interno se desata podemos elegir entre adoptar varias pos-
turas:
• Desconocerlo, y esperar a que se diluya en el tiempo.
• Tratar de convivir con él.
• Encontrar los aspectos positivos, y capitalizarlos a nues-
tro favor.
La realidad es una sola, y depende de nosotros el tener la
voluntad o no de apreciarla. Si evadimos nuestros problemas,
es lógico que éstos no desaparezcan, sino que continuarán
creciendo y obstaculizando nuestro proceso de recuperación.
Puede ser que en el camino de la vida algunos problemas
se resuelvan por sí solos, pero la mayoría requiere de una ac-
titud firme y decidida para abordarlos en profundidad y re-
solverlos con inteligencia, esto es, con un resultado positivo
para nosotros.
Los llamados «problemas reales» no pasan desapercibidos
en nuestra Existencia, y siempre dejan huellas o rastros de su
devastador poder, en cuanto movilizan estructuras que
creíamos muy sólidas, y que vemos derrumbarse cuando,
obligados por las circunstancias, debemos cambiar nuestra
visión del mundo.
36
Por lo tanto, el desconocimiento, o la esperanza de que
el problema disminuya su intensidad causándonos menos
daño, no aparece como una solución adecuada para mitigar
el impacto que nos ha provocado el problema o la pérdida a
la que nos vemos enfrentados.
La convivencia pacífica con una situación conflictiva im-
plica la aceptación inmediata de que el problema no tiene so-
lución. El ejemplo más claro de situación en la que se gene-
ran sentimientos de esta naturaleza es la pérdida de un ser
querido. Pero aun en esta dolorosa circunstancia, los seres
humanos podemos optar por varias alternativas. Podemos
dejarnos llevar por un dolor a veces difícilmente soportable
cada vez que la imagen del ser querido aparezca en nuestra
mente, o podemos hacer el intento de conservar en nues-
tra memoria los buenos momentos que compartimos. Trans-
formar la pena en aceptación de la realidad no es tarea fácil,
pero pone de manifiesto la grandeza del ser humano.
Pero hay una tercera posibilidad, y es la que nos permite
apreciar los aspectos positivos que toda circunstancia vital
encierra en sí misma, y es una misión ineludible: dirigir nues-
tros esfuerzos a incorporar aquello que nos sirve, transfor-
mando el gasto innecesario de energía en una fuerza renova-
dora que nos ayude a transitar por los caminos de la vida con
una brisa fresca que aliente la visión optimista del futuro.
Aunque encontremos personas solidarias con nuestra
frustración ante el fracaso o la pérdida, cada ser humano es
el único dueño de ese patrimonio vivencial que nos hace di-
ferentes a unos de otros. Sólo cada uno sabe cuánto le duele
y cuánto se sufre en estas etapas en que somos puestos a
prueba.
El manejo adecuado de los problemas nos orientará con
más precisión en la dirección correcta, y necesitaremos cam-
biar nuestros patrones de conducta y modificar modelos que
37
hoy percibimos como obsoletos. Para el logro de los objeti-
vos que nos trazamos requeriremos de una buena cuota de
determinación y perseverancia.
La salud del alma
Cada vez que nos internamos en las profundidades del
Hombre, ineludiblemente debemos considerar aspectos que
tienen que ver con la Salud en su expresión más amplia. La
imagen que se nos representa del Ser Humano tiene una ver-
tiente física, visible, y una vertiente espiritual, que la mayo-
ría de las veces consiste en una búsqueda constante de equi-
librio.
Entre estas dos vertientes está el alma, que es el espacio
donde los pensamientos, los sentimientos y nuestra motiva-
ción se desarrollan e interactúan entre sí, reflejando su bie-
nestar sobre el cuerpo y el espíritu.
Un cuerpo en equilibrio ayudará al alma y al espíritu; al-
mas en conflicto contribuyen a tornarnos más vulnerables y
a desarrollar entonces enfermedades que se asientan en el es-
pacio denominado cuerpo físico.
Un cuerpo que sufre como consecuencia de una agresión
externa o interna inevitablemente repercutirá de manera ne-
gativa sobre las poderosas fuerzas del alma; sin embargo,
un alma capaz de vibrar ante los sucesos de la vida, y crecer
ante ellos, proyecta su influencia sobre un cuerpo transitoria-
mente debilitado para ayudarlo a recuperarse por completo.
Esta indivisibilidad del ser humano nos abre nuevas di-
mensiones con respecto de los misterios de la vida del alma
y su relación con nuestro funcionamiento como individuos.
Nuestra búsqueda constante del equilibrio hace que incur-
sionemos en estos surcos profundos de nuestro «yo», posibi-
38
litándonos delinear nuestro futuro. En otras palabras, nos
permite ser las personas que deciden lo que desean para su
vida, hoy y mañana también.
Cada vez que resolvemos un conflicto, cada vez que sali-
mos airosos de una crisis personal, nos sentimos más fuertes
y en condiciones de recorrer caminos de crecimiento per-
sonal.
Los problemas son situaciones que pueden aparecer en
nuestra vida súbitamente o formar parte de nosotros, inte-
grados en nuestra vida cotidiana desde mucho tiempo antes.
Podemos ser absolutamente conscientes de dichos proble-
mas o que éstos nos hayan pasado desapercibidos, sin repa-
rar en la jerarquía y la influencia que tienen en nuestro de-
sempeño diario. Los problemas nos enfrentan a un desafío
constante, que tiene que ver con el descubrimiento de los se-
cretos que ellos encierran.
La primera pregunta clave es:
¿SOMOS CAPACES DE RESOLVER NUESTROS PROBLEMAS?
Mientras tanto, las crisis son acontecimientos que requie-
ren una atención inmediata, porque traducen una claudi-
cación abrupta de nuestros mecanismos de defensa, ponen
en tela de juicio los valores con los cuales nos movíamos en
nuestro mundo.
Tienen a su vez el agravante de que requieren de nuestra
parte la valentía de realizar una introspección profunda, a
los efectos de rescatar ideas creativas, imaginación y toda
nuestra experiencia para emerger lo más indemnes posible
de este verdadero tifón que se cierne sobre las aguas tranqui-
las de nuestra Existencia.
La segunda pregunta clave es:
¿SOMOS CAPACES DE RESOLVER NUESTRAS CRISIS?
Los problemas y las crisis son situaciones que requieren de
soluciones que escapan a los modelos, y que nos enfrentan a lo
39
desconocido, por lo que generan en nosotros temor y angus-
tia. Nos tornan vulnerables y nos obligan a ser creativos.
Cada vez que nos enfrentamos a un problema o a una si-
tuación de crisis tenemos la oportunidad de poner a prueba
nuestro ingenio, y cuando salimos airosos de esta experien-
cia nos sentimos más fuertes, y, por sobre todas las cosas,
más aptos para responder a los desafíos básicos de nuestra
vida.
A lo largo de este difícil camino que es aprender a vivir,
nos vemos reiteradas veces ante obstáculos que dificultan
nuestro andar. Así se presentan los problemas, como situa-
ciones a superar, exigiendo de nosotros paciencia, sapiencia
y flexibilidad para poder encontrar la mejor forma de supe-
rarlos.
Las crisis son encrucijadas que se nos presentan como con-
secuencia de una sucesión de problemas que no hemos re-
suelto en su momento y que, una vez acumulados, nos obli-
gan a tomar determinaciones más profundas y que han de
cambiar sin duda nuestro presente y nuestro futuro.
Las crisis son «altos en el camino» donde la reflexión y
el diálogo interno se imponen, e interrogantes tales como
«¿Hacia dónde voy?» y «¿Qué espero de mi vida?» exigen
imperiosamente una respuesta adecuada. Es como si nos en-
contramos ante un precipicio y debemos tomar resoluciones
que sólo cada uno de nosotros puede asumir.
El impacto que los problemas y las crisis, las frustraciones
y los fracasos tienen sobre nosotros nos lleva a imponernos la
tarea de encontrarnos con nuestra autoestima, una de las cla-
ves para revertir estos sentimientos y ayudarnos a encontrar
caminos de entendimiento que nos permitan aproximarnos
al tan anhelado bienestar.
Para terminar este primer capítulo le aconsejo que coloque
el marcador de página y se haga esta pregunta:
40
¿ME MEREZCO LA FORMA EN QUE ESTOY VIVIENDO?
Respóndase con absoluta sinceridad, y si encuentra que
debe introducir cambios en su vida, lo invito a acompañar-
me en este recorrido hacia el encuentro con «nuestra» autoes-
tima, la propia, la intransferible, y verá cómo hemos de hallar
la herramienta idónea para mejorar nuestra forma de vivir.
¡Gracias por aceptar el desafío!
<$> <$> »j.
M i VIAJE A LA RECUPERACIÓN
En el comienzo
dudaba de que fuera posible
resistir hasta el fin.
Hubo tiempos de ira,
dolor, tristeza y sufrimiento;
tiempos en los que me pregunté:
¿por qué yo?
Pero un día
hubo un destello de luz
y luego, otro.
Las nubes empezaron a abrirse
y pude ver más allá de ellas.
Los ratos de contento,
de sentirme segura,
fueron sumando más
que los de miedo y melancolía.
Se tejieron nuevas amistades;
la desolación, la falta de confianza en mi valer,
se fueron convirtiendo
en firmeza, en resolución.
41
Era como pasar de las tinieblas
a la luz, con una nueva sensación
de poder.
Ahora comprendo que en mi pasado hay posas
que no puedo alterar;
lo que puedo es impedir que manden
sobre mi vida y mi felicidad.
Sé que esta parte de mi vida
jamás se irá del todo,
pero el lugar que ocupa en mi existencia
es menos prominente.
He empezado a permitir que otras ideas
pueblen mi mente.
Tengo un mejor conocimiento de mí misrfw,
de mis debilidades y de mis puntos fuertes•
Ya no temo poner límites.
Empiezo a disfrutar otra vez de la vida
y a pensar en el futuro.
Ahora puedo ver todo este tiempo
tal como fue:
un tiempo de crecimiento,
de descubrimiento de mí misma,
de curación.
2
¿SOMOS REALMENTE VÍCTIMAS?
¡Cuántas veces nos arrinconaríamos en noso-
tros mismos para refugiarnos! Y sin embargo,
dentro están nuestras armas: las alas de oro de
la inteligencia, el escudo de plata de la volun-
tad, la lanza viva de las palabras, las sandalias
rojas del coraje. ¡Qué pocas veces desenvainan
los hombres sus almas!
JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO
ANNA MARIE EDWARPS
Las crisis personales ponen de manifiesto conflictos severos
que debemos resolver, y que generalmente hacen referencia
a cuál es el concepto que nos merece nuestra propia persona,
enfrentada a los problemas del diario vivir.
Antes de introducirnos en el juicio sobre nuestras actitudes,
tenemos que aceptar o reconocer que estamos ante una situa-
ción que nos ha generado mucha zozobra, y que representa
una dificultad que lograremos sortear con éxito en la medida
en que podamos reconocer que nos encontramos ante uno o
varios problemas.
El primer paso para emerger con éxito de las crisis perso-
nales es admitir que estamos sumergidos en ellas, y que he-
mos desconocido por mucho tiempo la existencia y la in-
fluencia de determinados problemas, los mismos que ahora
nos vemos en la necesidad de evaluar y comenzar rápida-
mente a resolver.
Pero nadie es capaz de encontrar la solución a un conflic-
to si no tiene la humildad de reconocer que éste existe. Para
eso, una buena guía para comenzar a actuar con firmeza es
preguntarse:
43
• ¿Cómo han llegado los problemas a mí?
• ¿Qué repercusiones han tenido sobre mi vida cotidiana?
• ¿Qué soluciones logro visualizar para estos problemas?
La diferencia entre los hechos y los sentimientos
Es fundamental, al principio, aprender a separar los aconteci-
mientos en sí mismos de lo que uno siente respecto de ellos.
Los dos elementos tienen su jerarquía: el acontecimiento,
porque es un reflejo de la realidad, que no podemos negar, y
los sentimientos, porque son fuerzas internas que condicionan
nuestras decisiones en cada instante de nuestra Existencia.
Si analizamos un problema, veremos que una parte de él
proviene del entorno, es exterior a nosotros, y otra parte es
cómo lo siente cada uno, y cómo somos capaces de manejar-
lo, a favor o en contra.
La tarea es descender hasta el núcleo central del conflicto,
sin agregarle lo que pensamos o lo que los demás piensen so-
bre el hecho; la objetividad, la imparcialidad y el reconoci-
miento sereno de la realidad son nuestras herramientas en
esta etapa.
¿Cómo lograr que nuestros sentimientos no interfieran en
la tarea de hacer una descripción exhaustiva y honesta de lo
que estamos viviendo? La necesidad de liberarnos de la
opresión que significa estar atravesando por la difícil expe-
riencia de una crisis personal nos conducirá por el camino
del equilibrio.
Sé que no es fácil delimitar el área de influencia que tienen
los problemas a los que nos enfrentamos. Cada uno de noso-
tros vive los aspectos más conflictivos de éstos, y esta incapaci-
dad de «ver» la realidad es la que precisamente ha precipitado
la crisis. También ocurre que sólo observamos la parte más pe-
44
quena del iceberg, mientras que el grueso de la mole continúa
en la profundidad y permanece oculto, generando un senti-
miento de severa impotencia.
Dialogar con nosotros mismos acerca de lo que nos está
pasando interna y externamente va a darnos el control en úl-
tima instancia de la situación. Volver a las fuentes significa
en este caso dejar de huir y darse el tiempo para «tomar un
café con uno mismo» y organizar una estrategia para superar
la crisis.
Que nadie, más que nosotros, esté en condiciones de deter-
minar lo que nos pasa interna y externamente nos demuestra
que somos los únicos que PODEMOS CONTROLAR LA SITUA-
CIÓN.
Una vez que hayamos tomado ese café tan reconfortante y
dialogado con nosotros mismos, lograremos identificar el
problema y estaremos en condiciones de tener una visión
amplia de lo que nos sucede. En este momento tomamos ver-
dadera conciencia de que somos propietarios de uno o más
problemas, y que esta crisis personal por la que estamos atra-
vesando no sólo nos involucra a nosotros sino también a
otras personas con las que estamos vinculados.
Debemos centrar la atención en profundizar en los aspec-
tos más destacados del conflicto, pero para cada uno de no-
sotros la crisis involucra el ciento por ciento de nuestra per-
sona, por lo que deberemos utilizar toda nuestra energía en
lo que sentimos que nos está afectando más.
Culpa no, responsabilidad sí
Siempre nos compete una cuota de responsabilidad en las
cosas que nos pasan, y es bueno ser conscientes de ello. Ob-
viamente, no nos gusta tener que admitir este hecho, pero
45
sólo si nos sentimos parte indisoluble del problema y no asu-
mimos el rol de víctimas estaremos en condiciones de elabo-
rar de modo adecuado el sentimiento de pérdida que nos
embarga y mirar con optimismo hacia el futuro.
También es cierto que con respecto a las pérdidas, y sobre
todo las vinculadas con la muerte de seres queridos, no tene-
mos responsabilidad por los hechos en sí, pero sí en cuanto a
cómo manejamos esta nueva situación a la que la Vida nos
enfrenta, poniendo a prueba nuestra fortaleza interna.
Alguna gente, sin proponérselo específicamente, desarro-
lla conflictos con todas las personas que la rodean, y se encar-
ga de proyectar la culpa de esos conflictos sobre éstas. Aunque
sea cierto que los otros efectivamente tengan responsabilidad
directa en los problemas de uno, lo cierto es que, una vez ins-
talados en nosotros, los problemas son nuestros.
Generalmente es el tiempo el que nos ayuda a ver de ma-
nera más objetiva nuestros conflictos, y a tomar conciencia
de la injusticia que significa responsabilizar siempre a los
demás de las cosas que nos pasan. Los otros harán su pro-
pio análisis de la situación y evaluarán su eventual culpa,
pero eso no nos compete a nosotros.
Ser responsable implica, en primer lugar, que indudable-
mente hemos sido parte activa de muchas de las cosas que
nos pasan, y que somos quienes construimos nuestro pre-
sente y nuestro futuro, puesto que el pasado forma ya parte
de nuestra historia personal.
La autocrítica -en el sentido de autoflagelarnos- por lo
que hoy sentimos que hemos hecho mal no nos conduce a
destino deseable alguno y, lo que es más, no colabora en la
solución real del problema.
Enfrentar los retos de la vida cotidiana hace que los pro-
blemas pierdan dimensión y, sobre todo, que no nos domi-
nen y no controlen nuestra actitud hacia ellos.
46
Evitar que la ira y la frustración nos destruyan, ponien-
do de manifiesto nuestra incapacidad para manejar los con-
flictos, es uno de los objetivos fundamentales que hemos de
proponernos en este escenario donde ser víctimas es el peor
papel que nos podemos asignar.
Recordemos que ser responsables también significa que
depende de nosotros elegir la respuesta adecuada a lo que nos
está pasando. Pero también es cierto que reconocer no es asu-
mir toda la culpa, como si hubiéramos cometido el más pro-
fundo de los errores.
Somos lo que creemos
La base del comportamiento humano está íntimamente rela-
cionada con sus CREENCIAS. Si somos capaces de creer en no-
sotros mismos, lo que es sinónimo de una alta autoestima,
nuestra conducta va a apoyar el autoconcepto positivo que
poseemos. Por el contrario, si nuestra autoestima es baja,
esto también será demostrado en nuestras actitudes, que es-
tarán reflejando el pobre concepto que nos merecemos ante
nuestros propios ojos.
Nuestra manera de vivir en el mundo, de vernos a noso-
tros mismos y de esperar que los demás se comporten como
nosotros deseamos es el resultado de ciertos condiciona-
mientos que nos llevan a desarrollar una posición expectan-
te, siempre a la espera de que los demás satisfagan nuestras
necesidades.
Si logramos cambiar nuestras creencias, automáticamente
se producirá un cambio en nuestras acciones. Es claro tam-
bién que esto no se logra de un día para el otro, pero es un
buen ejercicio para salirse del círculo limitativo de sentirse
siempre «una víctima de las circunstancias».
47
Como seres humanos podemos adoptar muchos estilos de
vida; vamos a detenernos en dos de ellos, que a mi juicio son
una clara demostración de cuál es la postura que podemos
adoptar frente a los sucesos cotidianos.
Un estilo de vida nos permite funcionar desde un ángulo,
en el cual asumimos el control de nuestras vidas. Nos torna-
mos CREATIVOS. Partimos de la base de una buena autoesti-
ma, y somos capaces de asumir la responsabilidad de lo que
nos pasa. En otros términos, somos nosotros quienes deter-
minamos lo que nos ha de suceder.
El estilo de vida que se mueve en el otro extremo del es-
pectro de las conductas humanas es el de sentirnos VÍCTIMAS,
responsabilizando siempre de lo que nos sucede a las demás
personas. Al tener una muy baja autoestima es mucho más
«fácil» culpar a los otros por lo que «nos hacen», quedando
de esta manera liberados de la responsabilidad de lo que su-
cede en nuestras vidas.
Caben en este momento algunas preguntas clave que us-
ted deberá hacerse: ¿Por qué algunas personas adoptan el rol
de víctimas frente a los desafíos a los que la Vida necesaria-
mente los enfrenta? ¿Por qué les resulta más fácil entregar su
responsabilidad a otras personas?
He aquí algunas respuestas que ya podemos ir esbozando:
• Mis sentimientos de autoestima están muy devaluados.
• Mi imagen personal depende de que la gente me acepte.
• Temo enfrentarme a las situaciones porque desconozco
el desenlace.
Pasamos a ser víctimas en el mismo momento en que per-
demos el control sobre nuestra propia vida, al no poder asu-
mir la responsabilidad de nuestros actos.
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Si USTED COMIENZA A PERCIBIR QUE SU VIDA NO PUEDE
SEGUIR FUNCIONANDO DE ESTA MANERA ES PORQUE HA PER-
MITIDO QUE LOS DEMÁS LO VIERAN COMO UNA VÍCTIMA DE
LAS CIRCUNSTANCIAS.
Las decisiones que tomamos dependen de la imagen que
tenemos de nosotros mismos y de nuestra visión del mundo
que nos rodea.
Para ser víctimas es necesario sentir que no somos merece-
dores de lo mejor, y que por lo tanto los demás pueden ma-
nipularnos según su voluntad y deseo.
Ser o no ser víctima: una decisión
Un buen ejercicio es repasar las distintas áreas donde nos mo-
vemos habitualmente para evaluar en cuál de ellas nos senti-
mos víctimas de las circunstancias y descubrir quién o quié-
nes están ejerciendo el poder de controlar nuestras vidas.
¿Existe algún área de su vida en la que usted esté sintién-
dose víctima de los designios de los demás?
¿Tiene identificada a la persona o a las personas que lo ha-
cen sentir así? ¿Tiene una idea aunque sea somera de por qué
lo están haciendo?
A continuación le daré algunas pautas para que usted se
identifique o no con esto de sentirse víctima. Veamos, por
ejemplo, cómo se maneja habitualmente:
• En su trabajo.
• En su relación con el mundo exterior, con sus amigos.
• En el ámbito familiar.
¿Se siente capaz de delimitar aquellas áreas en las que se
maneja con más soltura de aquellas donde queda atrapado
49
en ese desagradable sentimiento de sentirse juzgado por los
demás, al punto de haber cedido el espacio para que los de-
más se sientan con el derecho de emitir juicios sobre su con-
ducta?
¿Dónde se encuentra la diferencia entre las personas que
hacen que las cosas sucedan y aquellas que son incapaces de
generar algo?
¿Por qué algunos seres humanos pueden estar creando
nuevos caminos para su desarrollo personal, mientras que
otros siempre sucumben víctimas de su propia inoperancia
frente a la Vida?
La diferencia fundamental radica en la CAPACIDAD PARA
TOMAR DECISIONES.
¿Es usted un hombre o una mujer que considera tener
buenas aptitudes para tomar decisiones rápidas y coherentes
en su propio beneficio?
Si tuviera que puntuar respecto a esta habilidad, diría
que es:
• Aceptable
• No tan aceptable
• Deficitaria
• Nunca puede tomar decisiones
Muchas veces nos sentimos incapaces de tomar decisiones
porque creemos que no podemos confiar en nuestro propio cri-
terio.
Esta falta de confianza opera en una espiral descendente ne-
gativa que convierte nuestras creencias en profecías autocum-
plidas.
En la medida en que comenzamos a expresar nuestros
sentimientos, liberándolos de la represión a la que estuvie-
ron sometidos durante tanto tiempo, vamos haciéndonos
50
responsables de nuestras propias vidas y lentamente, pero
con seguridad, aprendemos a respetar nuestro propio cri-
terio.
Intención, decisión... ¡acción!
Es el momento ideal para comprender que el rol de víctimas
sólo podemos otorgárnoslo nosotros, y que nadie puede ha-
cernos sentir de tal manera, si nosotros no lo permitimos.
Nos va quedando claro que la TOMA DE DECISIONES es el
mecanismo clave para salir de ese incómodo lugar de víctimas
de la Vida.
Se torna difícil actuar si no puedo decidir cómo voy a ac-
tuar. No puedo tomar decisiones a menos que pueda saber
qué estoy queriendo que suceda con mi decisión.
Para que usted pueda descubrir su intención, pregúntese:
¿QUÉ QUIERO QUE SUCEDA?
Cuando logramos definir la intención es mucho más fácil
definir nuestra acción.
Reflexionemos sobre algunas áreas de nuestra vida don-
de nos gustaría ver cambios que reflejen nuestro creci-
miento personal.
Una de las cosas que más nos cuestan a los seres huma-
nos es decir NO sin sentirnos culpables. La autoafirmación
es uno de los capítulos más conflictivos de nuestras rela-
ciones interpersonales.
Ahora bien: recordemos que la eficacia de nuestra acción
dependerá de la claridad de la intención. Si la intención es
expresar nuestra voluntad negativa ante un pedido que con-
sideramos que no nos corresponde atender, debemos tomar
la decisión de asumir la sorpresa que la o las otras personas
van a demostrar ante nuestra nueva manera de actuar.
51
La pregunta que usted, querido lector o lectora, se estará
haciendo es: «¿Seré capaz la próxima vez de decir que no con
la frente en alto y sin sentirme culpable por ello?».
Y yo le respondo: si usted quiere sentirse como hasta aho-
ra, no siendo el dueño de sus decisiones, ¡adelante!, continúe
con los mismos patrones de comportamiento, que lo van a
conducir inexorablemente hacia el mismo destino: SER UNA
VÍCTIMA.
Se puede vivir una vida muy desdichada, en la medida en
que no somos capaces de decidir qué es lo que queremos y
esperamos de la vida. Ahora bien, esta incapacidad no nece-
sariamente debe ser permanente; en general se da por falta
de práctica.
Si uno no usa su cerebro, éste tenderá, como otros órganos
y sistemas del organismo, a la atrofia. Si no nos ejercitamos
en la capacidad de tomar decisiones también nos veremos
con el paso del tiempo con un sentimiento de minusvalía al
respecto.
Una persona que no logra tomar decisiones por sus pro-
pias inseguridades muy pronto se convierte en un ser que ha
perdido el rumbo de su Existencia, porque le está faltando el
combustible fundamental, que son sus creencias.
L A CLAVE RADICA EN TENER IDEAS CLARAS DE LO QUE QUE-
REMOS QUE NOS SUCEDA EN LA VIDA Y DE ESA MANERA NOS
ACERCAMOS MÁS A LA POSIBILIDAD DE TOMAR DECISIONES.
Cuando las decisiones son claras, estamos preparados
para la acción, y para la comunicación efectiva de dicha ac-
ción. No alcanza con el hecho en sí mismo, sino que tam-
bién debemos hacerles saber a los demás cuál ha sido nues-
tra decisión.
El mundo que nos rodea percibe claramente nuestra bue-
na autoestima o su falta, mediante nuestras palabras y nues-
tras acciones. Si tenemos una autoestima baja, nos sentire-
52
mos mal, ejerceremos el rol de víctimas del mundo y consi-
deraremos «normal» el ser maltratados.
Por lo contrario, una autoestima alta espera reciprocidad
en el buen trato y respeto mutuo. No hay espacio para sen-
tirse víctima, pues estamos tan ocupados en crecer y tener
una visión realista y optimista del mundo que nos es mucho
más urgente cambiar nuestro comportamiento que quedar
encadenados y enajenados en el concepto de que los demás
son responsables de nuestras desgracias.
Apropiarse del conflicto es empezar a solucionarlo
Lo cierto es que sólo una vez que nos hemos dado cuenta de
que estamos frente a uno o más problemas, nos encontramos
en condiciones de hacer algo al respecto. Desde el mismo
momento en que tomamos los conflictos como «propios» ya
nos estamos orientando hacia su solución.
La idea es evitar tener que convivir para siempre con las
dificultades y sufrir inexorablemente sus efectos paralizado-
res, que nos impiden ver más allá de esas circunstanciales di-
ficultades.
Estar en crisis y sentirse como una víctima siempre va a
exigirnos la toma de decisiones que involucren cambios en el
sentido que le estamos dando a nuestra vida, y cambios en
nuestros modelos o paradigmas de pensamiento y, por qué
no, también de sentimientos.
Cuando todas estas fuerzas negativas están operando so-
bre nosotros, es bueno plantearse estas preguntas:
• ¿Nos vemos como víctimas de las acciones concretas y
de mala fe de otras personas?
• ¿Cómo nos sentimos al respecto?
53
• ¿Seremos víctimas sin responsabilidad de alguna fuer-
za extraña o simplemente de la mala suerte?
Si realmente nos sentimos identificados con alguna de las
preguntas que anteceden, será el momento de pensar seria-
mente en resolver definitivamente este sentimiento de mi-
nusvalía que tanto nos duele.
Y si ya vamos a resolver este sentimiento tan urticante, ca-
ben también aquí algunas preguntas tales como:
• ¿Realmente esperamos que los demás sean quienes den
el primer paso, con la finalidad de encontrar un camino
que nos aproxime a la paz interior?
• ¿Pensamos que las heridas se cerrarán solas o que los
problemas desaparecerán como por arte de magia?
• ¿O deberemos tomar el mando de nuestra vida y abrirnos
paso para encontrar la solución a nuestros problemas?
Seamos conscientes de que hay sucesos que están ocu-
rriendo «fuera de nosotros» y que debemos atender. Son los
acontecimientos en sí mismos.
Pero también tenemos heridas y resentimientos alojados
en lo más íntimo de nuestro ser, y que debemos procesar
adecuadamente para no caer en la omisión de creer que, si
no les prestamos atención, ellas no van a volver en el futuro
bajo la forma de una crisis mucho más explosiva y destructi-
va que la que estamos atravesando.
De la misma manera en que nos cuesta ver los aspectos
positivos que las crisis tienen, también puede ser difícil para
nosotros reconocer que esas heridas y esos resentimientos
pueden llevarnos de la mano hacia las causas más profundas
de por qué nos sentimos como víctimas de un mundo que
parece estar en contra de nuestros intereses.
54
EL PAPEL DE VÍCTIMA DEBE DESAPARECER DE NUESTRA
FORMA DE PENSAR Y DE SENTIR.
Las emociones negativas
Si comenzamos a sentir que representar el papel de vícti-
ma se ha convertido en un estilo de vida para nosotros, te-
nemos que visualizar con urgencia qué emociones negativas
nos están desgastando en lo interno, para no terminar seria-
mente lastimados por el manejo inadecuado de estos sen-
timientos.
LA IRA
Es ésta una emoción muy intrincada, que puede ir desde un
simple resentimiento hasta la cólera imposible de controlar.
Los seres humanos nos sentimos indefensos cuando algo
amenaza nuestra propia imagen. Si nos sentimos como vícti-
mas, observemos si estamos permitiendo que la rabia contro-
le nuestra vida.
Surgirán preguntas inevitables, tales como:
• ¿Por qué me tiene que pasar esto justo a mí?
• ¿Por qué tenían que hacerme esto (él, ella o los demás)?
Si no logramos dar rienda suelta a nuestra rabia, las con-
secuencias de contener en nuestro interior este sentimiento
pueden llegar a la depresión u otras formas de bloqueo, que
van a obstaculizar nuestro camino hacia la verdadera solu-
ción del problema.
Preguntémonos con libertad si realmente estamos enoja-
dos; y cuando respondamos afirmativamente, reconocere-
mos cómo los resentimientos siembran semillas de odio en
55
nuestra alma y un impulso de venganza en nuestra manera
de pensar.
Una vez que hayamos reconocido con sinceridad nuestro
enojo, éste comenzará lentamente a disolverse. Esto signifi-
ca que toda la energía emocional que estábamos utilizando
para seguir enojados comenzará a trabajar de manera positi-
va, ayudándonos a liberarnos de esta emoción.
Pero lo más importante es que nuestra percepción de la vida
como víctimas se irá desvaneciendo hasta desaparecer por
completo.
EL MIEDO
Si por alguna razón nos sentimos invadidos por EL MIEDO,
éste nos provocará una verdadera parálisis, aislándonos
dentro de nosotros mismos, y promoviendo que nuestros pen-
samientos y nuestros sentimientos cobren una nueva di-
mensión, haciendo así que lo desconocido nos produzca
pánico.
El miedo nos hace reflexionar sobre lo fugaz de nuestro
paso por la Vida. Esta sensibilización nos hace conscientes de
nuestra debilidad y de la necesidad de recibir apoyo. Esto
nos ayuda a sentirnos más dispuestos al cambio, pues perci-
bimos que los viejos modelos o paradigmas ya no resuelven
nuestros interrogantes existenciales.
LA CULPA
Otro sentimiento importante que debemos considerar a la
hora del análisis del rol de víctimas frente al mundo es el de
CULPA, que nos ayuda a reconocer que hemos violado nues-
tra propia integridad.
Algo hemos hecho y nuestro comportamiento no ha esta-
do en armonía con nuestra visión de nosotros mismos. Los
valores que se han transgredido no son los que se imponen
56
desde fuera de nuestra persona, sino los que forman parte de
nuestros principios de conducta internos.
Cuando aparece esta emoción es comparable a lo que su-
cede cuando la luz roja del tablero de un auto se enciende en
señal de aviso de que hay algo en el sistema eléctrico que no
funciona bien.
Tiene su riesgo ignorar el aviso. Si no tomamos medidas
inmediatas, como detener el vehículo y cerciorarnos de qué
está pasando o llamar a alguien especializado en el tema, las
consecuencias podrían ser mucho más graves que la crisis
que estamos afrontando en la actualidad.
Con la culpa sucede algo similar. Cualquier intento de
aceptar tácitamente la culpa, en vez de buscar su origen, se-
ría equivalente a «no mirar» la luz roja del tablero: seguire-
mos sintiendo que hay algo que no está bien en nosotros.
Ahora bien; tomar una actitud de enfrentamiento con el
sentimiento de culpa sería similar a responsabilizar a la luz
del tablero por el desperfecto eléctrico que el coche está su-
friendo.
Lo correcto es tener la valentía de reconocer la culpa, eli-
minar su causa modificando el comportamiento que la origi-
nó y, de ser necesario, corregir algunos errores que podamos
haber cometido.
EL AGOTAMIENTO PSICOFÍSICO
Es una señal de que es necesario interrumpir lo que estamos
realizando. La actividad que venimos desarrollando ha re-
sultado superior a nuestras fuerzas y debemos hacer un alto
no sólo para descansar, sino también para pensar hacia dón-
de estamos dirigiéndonos y, si es el caso, corregir nuestra
perspectiva de la Vida.
Es absolutamente lógico experimentar cierto cansancio
cuando uno está sujeto a las demandas de un mundo cada
57
vez más exigente; pero si creemos que siempre podremos tu
poco más, ignorando de esa manera las señales de pelign
que nuestro cuerpo nos envía, y nos dejamos llevar más all¡
de nuestros límites de resistencia física y psicológica, come
teremos errores de apreciación de la realidad y adoptaremo
una visión pesimista de la vida que nos conducirá con mu
cha facilidad a sentirnos víctimas de una situación que ni
creemos poder dominar.
El gran desafío de la vida moderna es interpretar por qui
nos cansamos los seres humanos. Generalmente nos cansa
mos mucho menos por la realización de un esfuerzo físici
que por el desgaste de nuestro sistema nervioso que, combi
nado con otros factores debilitantes, como el estrés, la vid;
sedentaria y la mala alimentación, nos convierten en seré
minusválidos para enfrentar los desafíos básicos de la Vide
Estimulantes y psicofármacos aparecen entonces para pa
liar esta situación, que únicamente se corrige modifican
do el estilo de vida y tomando conciencia del respeto qu
nos deben merecer tanto nuestro cuerpo físico como el es
piritual.
LA DESESPERANZA
El rol de víctimas se asocia íntimamente al sentimiento d
DESESPERANZA. Ésta nos recuerda de manera constante quí
a pesar de todos los esfuerzos, no podremos resolver núes
tros problemas. ¿Hay aspectos positivos en la desesperar
za? Por supuesto que no son fáciles de ver, pero pongamos
modo de ejemplo un pensamiento que podemos ejercita
en nuestra mente: «Esto es muy grave, pero no es el fin de 1
Humanidad». Y, utilizando el aforismo que dice que «mieri
tras hay vida hay esperanza», sentarnos y abrir nuestra mer
te para observar con ecuanimidad y objetividad los acontecí
mientos que ocurran de ahí en adelante.
58
A veces es necesario llegar hasta el límite de nuestra resis-
tencia antes de poder ver la luz del sol, que con su brillantez
iluminará nuestro camino. Si logramos abordar con cierta se-
renidad nuestra problemática, veremos cómo desempeñar el
papel de víctima es muy poco redituable, además de dar una
pobre imagen de nuestra persona.
¡Arriba ese ánimo! A todos nos ha pasado eso de estar
algo melancólicos y de buscar el camino más fácil, que con-
siste en atribuir nuestras desgracias a la mala acción de los
demás. Ya tenemos algunos instrumentos en nuestro poder
para conseguir transformar nuestra realidad, a partir del
análisis de nuestros valores.
Lo que nos enseñan las crisis
Si logramos mirar nuestra problemática con cierta pers-
pectiva, veremos que solemos ubicarnos en el rol de vícti-
mas cuando enfrentamos situaciones de crisis en nuestra
vida.
Cada crisis encierra en sí misma una lección que debemos
aprender. El hecho de que constituyan momentos de gran in-
seguridad y confusión hace que las crisis nos encuentren
mucho más permeables y dispuestos a aprender, ya que
cuando todo luce y está claro en nuestra Existencia, nos sen-
timos poco dispuestos a que las situaciones de la Vida nos
enseñen algo.
La rutina cotidiana no supone reto de aprendizaje alguno.
Sin embargo, cuando nos disponemos a descubrir caminos
nuevos y desconocidos, la actitud debe ser de disposición a
aprender. La necesidad de crear nuevos patrones de conduc-
ta y la eliminación de los antiguos que nos condujeron a la
actual crisis nos permiten comenzar a ver cómo se filtra la luz
59
a través de las grietas de las estructuras que creíamos inamo-
vibles hasta el presente.
Cuando usted sienta que su papel en el escenario de su
vida diaria es el de víctima, habrá llegado el momento de
realizar un profundo análisis de su vida, de su manera de ver
el mundo y, sobre todo, de usted mismo.
Si logramos llegar al centro mismo de nuestra propia per-
sona es porque la crisis por la que estamos atravesando in-
tenta comunicarnos algo muy importante. Y esa comunica-
ción puede tener que ver con nuestro cuerpo físico o con
nuestro cuerpo espiritual. Es habitual que el contenido del
mensaje implícito de estas crisis sea que debemos abandonar
ciertos hábitos vinculados con nuestro estilo de vida.
Hemos analizado un poco más arriba que los problemas
pueden estar indicándonos que la velocidad y el vértigo que
le estamos imprimiendo a nuestra Existencia van a darnos
problemas importantes de salud.
Hasta podemos llegar a plantearnos la disyuntiva entre
vivir para trabajar o trabajar para poder vivir.
Salimos de la incómoda situación de víctimas implica que
nuestro estado de ánimo puede verse también afectado por
cambios internos, que debemos atender adecuadamente,
para que no se conviertan en elementos que nos detengan en
nuestro íntimo deseo de desenvolvimiento hacia una nueva
manera de vivir.
De modo inverso, también podemos preguntarnos:
• ¿Qué es lo que esta crisis está poniendo a prueba en
nosotros?
• ¿Será el discernimiento para ver con transparencia lo
que verdaderamente nos sucede?
• ¿Será nuestra fuerza de voluntad para emprender lo que
consideramos impostergable?
60
No cabe duda de que en la turbulencia de todos estos pro-
cesos es importante analizar si el sentimiento de pérdida tie-
ne un valor determinante para nuestra vida futura.
Por la propia ley de las compensaciones, aunque, cuando
estamos involucrados en uno o más problemas denomina-
dos Crisis Personales, no somos capaces de ver cuáles pue-
den ser sus beneficios ocultos, tenemos que abrir nuestra
mente para analizar cuidadosamente cuál es la relación cos-
to-beneficio en la presente situación.
En otras palabras: ¿qué hemos de ganar si dejamos de ser
víctimas del mundo?, y ¿qué costo hemos de pagar por asu-
mir nuestra Vida como una responsabilidad intransferible, y
por ser nosotros mismos los que determinemos lo que desea-
mos que nos suceda a partir de hoy, mirando hacia el futuro
simultáneamente con optimismo y realismo?
Éstos son los retos típicos de las crisis de la edad media de
\a vida, o de \a madurez, cuando tenemos una tendencia na-
tural a sentirnos víctimas de un mundo que no nos compren-
de y que nos presenta siempre la necesidad de optar por
cambios profundos en nuestra concepción de la Vida. Esto
nos conmociona hasta nuestros cimientos, demandando de
nosotros un claro entendimiento de cuáles son los problemas
a los que nos vemos enfrentados.
Descubrir el mensaje que estos movimientos subterráneos
traen consigo nos abrirá la puerta a una vida mejor, aceptan-
do aquellas cosas que no podemos cambiar, pero alejándonos
definitivamente del triste rol de víctimas, para comenzar a
reinterpretar nuestra historia y asumir la única y verdadera
responsabilidad que nos ha sido asignada como misión ine-
ludible, a lo largo de la Existencia: SER LOS PROTAGONISTAS
DE NUESTRA PROPIA HISTORIA.
Esto significará quitarles a los demás el poder de juzgar-
nos, y devolvernos el timón de nuestro barco, para orientar-