martes, 9 de febrero de 2016

Tomado cafe contigo mismo http://mitrabajoblo.blogspot.com/

                            Tomando cafe contigo mismo


deseos y necesidades, nos impulsa a revisar nuestra respon-
sabilidad en la génesis de estos hechos. 

En el mismo instante en que nos disponemos a quitarnos 

los disfraces que han estado ocultando nuestra verdadera 

persona, a veces por décadas, nos encontramos con el verda-
dero ser que somos, dispuestos a hacernos cargo de nuestros 

errores, pero también a salir al mundo en la nave de nues-
tras virtudes, para demostrar, a nosotros y a los demás, que 

somos seres humanos con opciones, con posibilidades, y que 

mañana será un día nuevo para vivirlo con la luz intensa del 

sol que realza el brillo de nuestra persona. 

En este libro hemos de admitir nuestra vulnerabilidad fren-
te a las situaciones adversas, lo cual nos alivia la culpa al per-
mitirnos comprender que como individuos tenemos derecho al 

error y que en la búsqueda del éxito personal está agazapado el 

fantasma del fracaso, con su halo de oscuridad, tristeza e impo-
tencia. 

Abordaremos, asimismo, el impacto que las experien-
cias vividas como fracasos tienen sobre los componentes 

fundamentales de la autoestima, que son la confianza y el 

respeto por nosotros mismos. Emerger de estas situaciones 

sin adoptar el rol de víctimas requiere también de un aná-

lisis profundo y objetivo. 

Todo acontecimiento puede ser interpretado de más de 

una forma, y todo dependerá del cristal con que estemos 

observando nuestro mundo exterior, pero también nuestro 

mundo interior. Si los fracasos son juicios sobre sucesos de 

nuestra vida, cuando cambiamos el juicio que nos merece 

el hecho en sí mismo estamos también modificando sus re-
percusiones sobre nuestro estado de ánimo. 

En tiempos difíciles, y cuando estamos sumidos en agudas 

crisis personales, perdemos la perspectiva de nuestro dere-
cho natural al bienestar y a que sean respetados nuestros es-

12 

pacios y límites, en salvaguarda de nuestra integridad y del 

necesario equilibrio emocional. 

Todos somos capaces de desarrollar una sana autoestima, 

en la medida en que nos fijemos metas accesibles y lógicas. 

Existen períodos de transición entre el impacto que causan 

las experiencias negativas en nuestro cuerpo emocional y la 

cicatrización de las heridas del alma que estos episodios pro-
ducen. Este tiempo lo utilizaremos para hacer un balance 

existencial y generar una nueva forma de pensar y ver la rea-
lidad. 

La autovaloración surge del diálogo interno y de la toma 

de conciencia sobre la necesidad de instrumentar cambios 

que nos permitan vivir mejor. Tomar un café con uno mismo 

facilitará la tarea en la que estoy dispuesto a ayudarlo, aun-
que debo adelantarle que las decisiones siempre son perso-
nales, y no pueden ni deben ser tomadas bajo el influjo del 

criterio de otra persona, aunque ésta sea de nuestra total con-
fianza. 

Llegará el día en que usted percibirá su nueva identidad y 

estará en condiciones de volver a interactuar con todos los 

seres humanos mostrando una autoestima saludable y con 

total conciencia de sus logros, que serán bien recibidos por 

quienes lo rodean, que a partir de su transformación han de 

respetarlo y dispensarle el trato que usted se merece. 

No tema, la travesía comienza aquí, no se detiene nunca, 

pues la Excelencia en Calidad de Vida es un anhelo que to-
dos tenemos. El destino final es transformar su manera de 

pensar y de sentir respecto de sus derechos, pero también 

de sus obligaciones, para poder así retomar la conducción de 

su vida, sabiendo fehacientemente hacia dónde ha de diri-
girla. 

De la misma manera en que lo hice con El lado profundo de la 

Vida, pongo este material a su disposición y a su juicio, desean-

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do serle útil para sobrellevar con dignidad estos tiempos di-
fíciles, y contribuir con este aporte a estimularlo para que se 

inicie en el camino del autoconocimiento y la autovaloración, 

que se convertirán a la postre en el soporte principal del desa-
rrollo de su autoestima. 

PRIMERA PARTE 

LA VULNERABILIDAD 

DEL SER HUMANO 

FRENTE A LAS PÉRDIDAS 


ANÁLISIS DEL IMPACTO DE LOS FRACASOS 

El camino hacia el triunfo se vuelve solitario 

porque la mayoría de los hombres no está dis-
puesta a enfrentar y vencer los obstáculos que 

se esconden en él. La capacidad de dar ese úl-
timo paso cuando estás agotado es la cualidad 

que separa a los ganadores de los demás co-
rredores. 

EDWARD LE BARÓN 

El impacto que los acontecimientos vividos como fracasos 

producen a lo largo de nuestra Existencia está íntimamente 

ligado al grado de sensibilidad que cada uno de nosotros po-
see, y a la manera en que somos capaces de manejar nuestras 

emociones. 

En la medida en que la vida nos coloca en situaciones en 

las que «debemos» sentir de una determinada manera pues 

hemos sido programados para ello, comprendemos con fa-
cilidad qué es la tristeza y la alegría, qué son los éxitos y lo 

que significan los fracasos. 

Esto hace que los sentimientos que nos embargan cuando 

atravesamos por profundas crisis personales sean, en térmi-
nos generales, similares; lo que señala la diferencia entre 

unas personas y otras es cómo manejamos lo que estamos 

sintiendo, y qué tiempo nos lleva procesar adecuadamente 

esa sensación tan desagradable que nos identifica con el fra-
caso. 

Durante un cierto tiempo de nuestra vida creemos que so-
mos inmunes o que podemos evitar el tener que pasar por 

estas experiencias, que tienen como común denominador los 

17 

sentimientos de pérdida y que lesionan tan duramente nues-
tra autoestima. 

Es muy probable que usted, que está comenzando a leer 

este libro, ya haya tenido que enfrentarse en más de una opor-
tunidad a situaciones que han hecho trizas el juicio que tenía 

de su propia persona, y que haya experimentado ese senti-
miento de impotencia frente a la vida. 

En el otro extremo de la misma línea, y sobre todo si us-
ted es muy joven, quizá no tuvo aún esa riquísima expe-
riencia de ser derrotado, de haberse arriesgado a algo por-
que creía que era su camino; lo invito a enfrentarse a este 

desafío, que lleva en su núcleo las respuestas más contun-
dentes a los interrogantes de la Existencia. 

Lo cierto es que, si no hemos tenido la experiencia, en 

algún momento hemos de vivirla, y la razón de ello es muy 

sencilla: cada vez que intentamos algo nuevo, sea en el cam-
po que fuere, nos exponemos a muchos riesgos, y uno de 

ellos es el de no lograr nuestros objetivos. 

Convengamos en que es más fácil hablar del éxito, los 

triunfos y alegrías que sumergirnos en las tinieblas del fraca-
so y del dolor que éste nos provoca. Innumerables libros, 

conferencias y seminarios abordan el éxito desde distintos 

ángulos, creando una falsa imagen de un ser humano que 

todo lo puede y olvidando maliciosamente una de las posibi-
lidades que con mayor frecuencia puede presentarse en la 

toma de nuestras decisiones: equivocarnos, errar y, por ende, 

fracasar. 

Estas últimas son posibilidades reales, humanas, nuestras, 

mías y suyas, que nos hacen sentir que tenemos derecho a 

ganar, pero que también lo tenemos a perder. Sin duda el fra-
caso lleva implícito en su concepción el sentimiento de pér-
dida; pero con frecuencia también podemos ganar mucho 

con este tipo de vivencias. 

Una experiencia invalorable es vivir en carne propia lo 

que significa caer hasta lo más bajo y sentir que no encontra-
mos el camino, que todo está oscuro y que la esperanza se 

desvanece, hasta que un rayo de luz nos señala hacia dónde 

tenemos que ir para ser protagonistas de nuestra reconstruc-
ción. El fracaso nos torna más humildes, más reflexivos y 

más permeables a escuchar a quienes tienen más Sabiduría 

que nosotros. 

Los fracasos son sucesos que templan el alma y el espíritu, 

y nos van fortaleciendo para ayudarnos a enfrentar nueva-
mente la Vida, con un aire renovador que nos estimule a lo-
grar nuestros objetivos. 

Vivir es arriesgarse a fracasar 

Cada vez que nos atrevemos a salir al mundo en busca de 

algo que nos conmueve, de algo que nos causa satisfacción, 

debemos hacerlo sabiendo que una de las posibilidades es 

fracasar. Esto está incluido en el precio de vivir, en el impues-
to que debemos pagar en pos del éxito. 

Sólo permaneciendo en la mediocridad, es decir, evitando 

el esfuerzo, quedándonos donde estamos, podremos poster-
gar por un tiempo la desagradable sensación de haber «per-
dido» algo; y digo postergar, porque la inmovilidad acre-
cienta nuestra impotencia frente a los desafíos básicos de 

la Vida. 

18 

Cómo interpretamos los fracasos 

Si intentamos cambiar nuestra programación mental podre-
mos apreciar que cuando fracasamos estamos emitiendo au-

19 

tomáticamente un juicio de valor sobre los hechos en sí mis-
mos. No los evaluamos de manera objetiva e imparcial, por-
que estamos subjetivamente involucrados, y eso complica 

mucho la apreciación real de la situación por la que atravesa-
mos. 

Hay un punto en el análisis de estos sentimientos de pér-
dida tan invalidantes que considero clave, y es que debemos 

establecer una diferencia clara entre el acontecimiento tal 

cual es y el juicio de valor, que casi automáticamente emiti-
mos, respondiendo a lo que vivimos como profunda agre-
sión hacia nuestra persona. 

Esta diferenciación es fundamental a la hora de interpre-
tar el impacto que el fracaso ha producido en nosotros, y nos 

dará también la pauta de las condiciones en que nos encon-
tramos para comenzar a desarrollar nuestra autoestima, lue-
go del temporal devastador al que hemos asistido, casi siem-
pre en forma totalmente involuntaria. 

Existen fracasos explícitos, visibles, que cualquier persona 

puede apreciar y que representan consecuencias lógicas de 

situaciones a las que nos vemos sometidos en el libre juego 

de la Vida. Perder un trabajo o no poder alcanzar las metas 

que nos hemos propuesto son escenas que estarían enmarca-
das dentro de este concepto. 

Pero hay otros «fracasos», que no se ven desde el exterior, 

que no tienen marquesinas luminosas, sino que se viven en 

el interior mismo de cada ser humano, y que reflejan su pro-
funda decepción respecto de lo que le está tocando vivir. Es-
tas formas «encubiertas» de fracaso son mucho más turbu-
lentas y generan gran desasosiego y ansiedad en quien las 

está atravesando. 

Lo que unifica todas las formas de fracaso es el hecho de 

que todas representan un SENTIMIENTO DE PÉRDIDA, sin el 

cual el acontecimiento no toma ese cariz. 

20 

El fracaso vulnera severamente nuestra autoestima, pues 

rápidamente confundimos el hecho en sí mismo con nuestra 

capacidad de respuesta y con nuestros merecimientos, refe-
rentes al derecho al bienestar y a vivir de acuerdo con nues-
tros principios. 

Es como que todo se mezcla en ese verdadero vendaval de 

sentimientos encontrados donde buscamos culpables, respon-
sables, y descargamos nuestra ira y nuestra frustración, a veces 

donde no debemos, generando así aún más confusión en nues-
tro interior. 

Cuando nos toca vivir esta dolorosa experiencia, el primer 

pensamiento que nos acosa es por qué la Vida se ha ensaña-
do con nosotros, por qué somos víctimas de semejante injus-
ticia, sin reparar en que hay muchísimas personas que están 

atravesando por la misma situación o que lo han hecho en su 

momento. 

Claro que esto no es un consuelo que pueda mitigar 

nuestra sensación de haber sido literalmente destruidos 

por el fenómeno en sí mismo, pero debe hacernos reflexio-
nar, para comprender que no estamos solos en esta batalla 

por la recuperación de nuestra identidad y nuestra autoes-
tima. 

Cuando caen los modelos 

El mundo está atravesando por procesos de cambios macroe-
conómicos que, en el contexto de la situación concreta de cada 

región o país, repercuten duramente sobre nuestras expecta-
tivas de crecimiento y desarrollo. Esto genera una gran ines-
tabilidad, pues percibimos el desmoronamiento de modelos 

que creíamos inamovibles, y finalmente resulta que la única 

seguridad que tenemos es la confianza de creer que seremos 

21 ' 

capaces de manejar la inseguridad que estos acontecimientos 

nos provocan. 

Para que esto suceda nuestra autoestima debe estar 

intacta; más aún, tiene que estar sustentada en nuestra 

convicción dé que seremos capaces de reconstruir nues-
tra realidad, a partir de nuestros principios y nuestros va-
lores, recurriendo a esa energía potencial que todos alber-
gamos. 

Entre los tantos aprendizajes que incorporamos a lo largo 

de nuestra experiencia vital, uno de los más enriquecedores 

es visualizar nuestra responsabilidad en la génesis de los fra-
casos. Esto significa que no dejamos pasar los duros momen-
tos que nos tocan vivir sin extraer de ellos una enseñanza 

que nos haga crecer y madurar, a punto de partida de los 

avatares de la Existencia. 

Vivimos en sociedades donde la relación entre ganado-
res/perdedores cobra una relevancia inusitada. Si bien el 

concepto de Excelencia aplicado a la vida de los seres huma-
nos representa una meta de superación personal y el deseo 

de crecer como personas nos aproxima al concepto del éxi-
to, no es necesario vivir obsesionados por la creencia de que si 

no logramos siempre el primer lugar somos indignos de no-
sotros mismos. 

En la mayoría de los deportes de competición siempre 

debe haber un ganador y un perdedor. Nuestra vida, en cam-
bio, si bien está colmada de desafíos que nos ponen a prueba 

cotidianamente, no es asimilable a un partido de fútbol, tenis 

o baloncesto, por lo que debemos aprender a desarrollar la to-
lerancia a la frustración. 

Esto significa que cuando las cosas no salen como noso-
tros deseamos debemos darnos otra oportunidad, confiando 

en nuestra capacidad para superarnos, y aprender a aceptar 

que no siempre podemos dar cumplimiento a lo que aspira-

22 

mos, porque a veces se interponen circunstancias que no 

pueden ser manejadas por nuestra voluntad. 

La importancia de los fracasos 

Tolerar la frustración significa ante todo que somos humanos 

y que, por lo tanto, podemos ganar o perder, pero eso no ne-
cesariamente debe afectar nuestra autoestima, que es nuestro 

patrimonio más importante. 

Sin embargo, constantemente tratamos de protegernos de 

los fracasos como si éstos fueran una enfermedad infecto-
contagiosa, y transmitimos este sentimiento a quienes nos 

rodean. 

Sé que es difícil aceptar que podemos ser perdedores, 

pero si logramos detenernos tan sólo un instante en esta po-
sibilidad, percibiremos en toda su dimensión las oportuni-
dades que nos brindan estas situaciones para conocernos 

realmente y corregir los errores que hayamos cometido, in-
tentando de nuevo las cosas con un pensamiento fresco y con 

alegría de vivir. 

Seamos honestos y reconozcamos que no aceptamos el 

fracaso como moneda de cambio. Y, lo que es más grave aún, 

la mayor parte de las veces no nos creemos capaces de poder 

sobrevivir a estos episodios. 

Pero yo afirmo y reafirmo que es importante fracasar; en pri-
mer lugar, para demostrarnos a nosotros mismos que sobrevi-
viremos a la furia de estos vientos huracanados y que hemos 

de emerger de éstos fortalecidos, para enfrentar las inevitables 

situaciones a las que la Vida nos ha de exponer en un futuro 

más o menos cercano. 

Si somos humildes, tenemos mucho que aprender de estos 

episodios, cuando la oportunidad se presenta. Vea... el fraca-

23 

so nos obliga a reflexionar sobre las opciones que tenemos 

cuando analizamos nuestro futuro. 

La Vida muchas veces no nos da la oportunidad de dete-
nernos a pensar si podemos o no seguir adelantó. Usted de-
cide lo que hace: o se queda allí estancado, llorando y su-
friendo por su mala suerte, o, por lo contrario, hace algo. Y 

no importa qué: sólo pensar en hablar con otro, consultar a 

alguien, pedir un consejo, ya significa un cambio positivo, 

porque abre sus ojos a un horizonte de alternativas. 

El impacto que estas experiencias tan particulares tienen 

sobre el género humano va a depender, en gran proporción, 

de cuál es el concepto que cada uno de nosotros tiene sobre 

este fenómeno. 

Y, a propósito, seguramente todos nos hemos preguntado 

alguna vez: ¿QUÉ SIGNIFICA UN FRACASO PARA MÍ? 

Aquí, la libre interpretación vuela a través de los cielos de 

nuestros pensamientos, adjudicándole todo tipo de explica-
ción, y no pocas veces todo tipo de justificación, por la hosti-
lidad del entorno que interactúa con cada uno. 

Pero vayamos definiendo cautelosamente estos aconteci-
mientos, para ver si nos ponemos de acuerdo y logramos 

comprender por qué, como decíamos al principio de este ca-
pítulo, todos sentimos cosas muy parecidas ante el impacto 

de los fracasos. 

• Es la apreciación de un hecho, y por lo tanto ésta es sub-
jetiva. 

• Este hecho se desarrolla en una etapa de nuestra vida. 

• No hay razón para pensar que se convertirá en una si-
tuación estable a lo largo de nuestra Existencia. 

La manera en que cada uno valora los acontecimientos va 

a definir en el futuro cuál va a ser nuestro manejo de la situa-

24 

ción. Es importante tener claro que no son los hechos en sí 

mismos lo que más importa, sino en qué momento nos suce-
den, y cómo estamos equipados espiritualmente para en-
frentarlos del modo adecuado. 

Los cinco peldaños 

Veamos ahora en detalle lo que experimentamos cuando to-
mamos conciencia de que estamos atravesando por una si-
tuación que vivimos como un verdadero fracaso. En realidad 

hemos sufrido un golpe muy duro, que hace temblar nuestra 

identidad, pues nos sentimos destruidos, enojados y con una 

mezcla simultánea de culpa e impotencia. 

Es como si una bomba hubiera estallado cerca de nosotros, 

dejándonos atontados por el estruendo y la confusión. Lo 

primero que recibe él impacto y él daño es nuestra autoesti-
ma, que se ve súbitamente conmocionada por un hecho al 

que en un principio no podemos explicar ni encontrarle jus-
tificación. 

Generalmente recordamos el principio de esta penosa tra-
vesía como un momento de gran inestabilidad emocional, 

donde todos nuestros esquemas preconcebidos en cuanto a 

nuestra seguridad exterior caen con estrépito, dando lugar al 

comienzo de un recorrido en donde iremos ascendiendo por 

una escalera que nos pondrá en contacto con nuestra recons-
trucción como seres valiosos para la Vida. 

Los cinco peldaños hacia una nueva autovaloración son: 

 peldaño: el impacto inicial; 

l.er

2.° peldaño: los temores y los terrores; 

 peldaño: la ira y la autocensura; 

3.er

4.° peldaño: el juicio de quienes nos rodean; 

25 

5.° peldaño: la esperanza o la desesperanza; nuestra elec-
ción. 

La rapidez con que cada uno recorre este trayecto de 

transformación en una nueva persona, preparada, ahora sí, 

para enfrentar el mundo, es muy variable, y estará en fun-
ción de la capacidad para recuperar la confianza y el respeto 

por sí mismo. 

EL IMPACTO INICIAL 

Lo primero que nos sucede cuando percibimos la herida 

profunda que nos causa una pérdida abrupta es el des-
concierto. Sabemos que hemos sido duramente golpeados, 

pero aún no podemos aceptarlo en su total dimensión, pues 

no nos sentimos merecedores de tal agresión a nuestra per-
sona. 

La confusión gana nuestra mente y rechazamos aquellas 

cosas que momentáneamente no podemos manejar. Pode-
mos sufrir, en esta etapa, repercusiones sobre nuestro cuerpo 

físico, tales como inapetencia, dolores de cabeza, mareos, di-
ficultades respiratorias, etcétera. 

EL IMPACTO INICIAL, que es el primer peldaño, donde toda-
vía estamos, en cierta manera, tendidos por la intensidad de 

la agresión, conlleva un primer tiempo en que quedamos li-
teralmente inmovilizados por el asombro frente a lo sucedi-
do. Luego, una vez que logramos liberarnos de ese estado de 

impotencia de nuestra mente, tomamos conciencia de que 

estamos frente a una terrible pérdida. 

Si bien la ansiedad puede más que nuestra razón cuando 

luchamos en contra de un sentimiento de pérdida, no es 

aconsejable oponerse a la tristeza que nos embarga, sino que 

debemos buscar la forma de neutralizar el dolor que ha cu-
bierto de sombra nuestra vida. 

26 

La reacción natural es actuar y tomar decisiones que con-
trarresten la injusticia de la que hemos sido objeto, siendo 

habitual que cometamos grandes equivocaciones, porque 

actuamos de acuerdo con lo que sentimos y no de acuerdo 

con lo que es mejor para nosotros, dadas las circunstancias 

que estamos atravesando. 

Lo más aconsejable, en este primer escalón, es quedarse 

lo más quieto posible y tratar de comprender y que nos 

comprendan. Lo que seguramente no necesitamos es con-
sejos de cómo tal o cual persona salió de una situación si-
milar, o que nos digan que con buena voluntad todo se 

arreglará en un futuro. En esos momentos no estamos en 

condiciones de valorar si lo nuestro es de mayor o menor 

envergadura que lo que le sucedió a otras personas. Para 

nosotros se trata del ciento por ciento de nuestro dolor, y 

tenemos que asumirlo de esa manera. 

Lo que todos sentimos frente a una gran pérdida es la ne-
cesidad de contención, de que entiendan nuestra contrarie-
dad por lo sucedido. Por sobre todas las cosas, necesitamos 

percibir que alguien es capaz de acompañar nuestra ira, 

nuestra frustración y nuestra impotencia, sin darnos conse-
jos que no estamos en condiciones de procesar y sin juzgar 

acerca de nuestra culpabilidad o inocencia respecto de los 

hechos de que se trate. 

Frente a este impacto inicial lo que se impone es dar rien-
da suelta a nuestro «yo» herido y esperar que el dolor llegue 

a su pico máximo y comience luego a disminuir, dando lu-
gar a la posibilidad de ascender al segundo peldaño, que es 

enfrentarse con: 

LOS TEMORES Y LOS TERRORES 

Cuando tenemos la sensación de que hemos absorbido el gol-
pe y el terrible dolor comienza a atenuarse, casi sin distancia 

27 : 

entre sí aparecen en escena dos enemigos a los que debemos 

enfrentar. 

Los MIEDOS son mecanismos de supervivencia cuando tie-
nen que ver con objetos específicos; tal como el dolor o la fie-
bre, son la luz roja que se enciende como señal de adverten-
cia, para indicarnos que en algún sector de nuestro cuerpo o 

de nuestra alma hay algo que no está funcionando de mane-
ra adecuada. 

Otra cosa muy diferente son los terrores o el pánico, por-
que no solamente nos paralizan sino que pierden su finali-
dad de protegernos frente a una amenaza potencial. 

Una buena pregunta que podemos hacernos es a qué se 

debe la aparición de esta sensación de minusvalía que tanto 

nos hace sufrir. Cada ser humano vive en un mundo que tie-
ne un determinado orden, y este orden se ha hecho añicos en 

un instante. Esa sensación de inseguridad está basada en que 

el edificio que cuidadosamente habíamos construido a lo lar-
go del tiempo se desmorona frente a nuestros ojos, gene-
rando un estado de angustia que no nos permite manejar la 

idea de que aún pueden presentarse desastres mayores de 

los que ya estamos viviendo. 

Debemos buscar la forma de evitar llegar a esta situación 

de falta de control que caracteriza al terror, porque, de lo con-
trario, tendremos que luchar contra dos enemigos simultá-

neamente: uno, el fracaso que nos duele, y, otro, nuestro ene-
migo interno, que nos impide ver que a pesar de nuestra 

tristeza hay aún en nosotros una gran fuerza interior que nos 

ha de iluminar el camino de la recuperación. Pero esta re-
construcción de nuestra persona todavía no está lo suficien-
temente madura como para que podamos disfrutarla. 

Quedan aún algunos tramos por subir en esta escalera que 

nos está ayudando a crecer como personas útiles a nosotros 

mismos. Es ahora el tiempo de ascender el tercer peldaño: 

28 

LA IRA Y LA AUTOCRÍTICA DEVALUATORIA 

Si recorremos el amplio espectro de las distintas conductas 

humanas, podremos apreciar que, mientras algunas perso-
nas son extremadamente sensibles y reaccionan de inmedia-
to frente a cualquier estímulo como ante una agresión, otras 

permanecen impasibles frente a los distintos acontecimien-
tos de su Existencia. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿les es 

indiferente lo que sucede directamente con ellos o es que no 

logran exteriorizar lo que sienten como una afrenta a su inte-
gridad? 

Algunas personas quedan tan afectadas por su fracaso 

que ni siquiera atinan a enojarse, y pasan del terror a la de-
sesperanza, saltándose peligrosamente algunos peldaños de 

su reconstrucción. 

Al no existir este período de transición que es algo así 

como una radiografía interna de nuestra sensibilidad, la re-
cuperación se hace más penosa, porque la ira y la autocrítica, 

siempre y cuando sean pasajeras, son muy recomendables 

para reforzar la convicción de que somos personas que vale-
mos y que tenemos derecho a sentirnos mal con lo que nos 

sucede. 

En suma, lo que pasó ha calado muy hondo en nuestra ma-
nera de ser, y el sentimiento de ultraje está presente y es lo que 

desencadena la ira. Junto con ella aparece inexorablemente la 

búsqueda de culpables que carguen con la responsabilidad de 

que estemos atravesando por una crisis tan profunda. 

Inmediatamente después de procesar todas estas actitu-
des aparece la autocrítica, por medio de la cual buscaremos 

hacernos cargo correctamente de la cuota de responsabilidad 

que nos corresponde también a nosotros en la génesis de es-
te fracaso. 

Si encontramos culpables, nuestra escala de valores no se 

verá vulnerada y el «orden de nuestra vida» podrá continuar 

29 

con los mismos esquemas que hasta el presente. Es decir, 

asumimos que el origen del daño está fuera de nosotros. 

Las cosas comienzan a complicarse cuando debemos ad-
mitir con honestidad que en realidad sabíamos que tarde o 

temprano esto iba a suceder, sólo que no hicimos nada al res-
pecto. La autocrítica es válida en cuanto nos ubica en el justo 

lugar de nuestra responsabilidad. Se convierte, en cambio, 

en una práctica absolutamente destructiva en la medida en 

que la utilizamos para devaluar nuestra persona, y para fus-
tigar con dureza nuestra conducta. 

Interrogantes del tipo de «¿Cómo no me di cuenta antes 

de lo que estaba pasando?», o afirmaciones tales como «No 

debí haber permitido que las cosas llegaran hasta este pun-
to», sólo sirven ahora para avivar el fuego de nuestra angus-
tia y no para despejar la bruma que nos cubre en esta etapa. 

Enojarnos periódicamente nos hace muy bien, porque rea-
firma que sentimos respeto por nosotros mismos. Es el me-
dio del que disponemos para ejercer nuestro derecho a pro-
testar por las injusticias de las cuales hemos sido objeto. 

Ahora, si la ira y la autocrítica destructiva se convierten en 

una costumbre, iremos perdiendo la confianza en nosotros 

mismos y llevaremos sobre nuestras espaldas no sólo las cul-
pas fruto de nuestros errores sino también todas las culpas que 

los demás intentarán proyectar sobre nosotros, y que no nos 

corresponde cargar. 

Finalmente, no se asuste de sus reacciones. Sirven para 

algo muy concreto: escalar los peldaños de su reconstrucción 

y por ese camino acercarse a otro período muy trascendente, 

que es el de tratar de ser impermeables a: 

EL JUICIO DE QUIENES NOS RODEAN 

Hay personas extremadamente sensibles a la opinión de los 

demás, y esto les genera mucho temor y vergüenza, cuando 

30 

se sienten juzgados en relación con los acontecimientos por 

los que atraviesan. 

El qué dirán y el «qué pensarán de mí», son fantasmas que 

comienzan a rondar en nuestra mente, haciéndonos sentir 

profundamente culpables no por lo que nos pasó o por cómo 

nos sentimos, sino por lo que los demás van a pensar de no-
sotros. 

Analicemos en profundidad los hechos, en su contexto 

real: quienes estamos sufriendo SOMOS NOSOTROS, quienes 

tenemos que enfrentar los problemas SOMOS NOSOTROS, quie-
nes debemos buscar las soluciones SOMOS NOSOTROS. En-
tonces, ¿quién tiene el derecho de juzgar nuestras actitudes 

o nuestros sentimientos? La respuesta es clara y concluyente: 

NADIE, salvo aquellas personas a las que les otorguemos el 

poder de emitir juicios de valor sobre nosotros. 

Esto significa que una cosa es estar muy triste y acongoja-
do por lo que nos sucede, y otra cosa es permitir que nos ten-
gan lástima o que cualquiera emita el diagnóstico y el «trata-
miento» que considera mejor para el caso, sin detenerse a 

pensar lo que sentimos en nuestro interior y cuál es la verda-
dera situación que estamos viviendo. 

Emitir juicios no es una manera de ayudar a nadie; es, qui-
zás, el modo más cruel de hacer sentir mal a una persona, se-

ñalándole su minusvalía o su incompetencia frente a los de-
safíos básicos de la Existencia. 

Nadie mejor que nosotros, que estamos en el ojo de la 

tormenta, puede percibir el extraordinario esfuerzo que sig-
nifica mantener la cabeza erguida a pesar de lo sucedido y 

contestar con dignidad y altura las preguntas que inevitable-
mente quienes nos rodean comenzarán en algún momento 

a realizar: «¿Como estás?», «¿Puedo ayudarte en algo?». Al-
gunos mensajes serán sinceros y estarán dirigidos a exten-
dernos la mano que necesitamos para superar este trance tan 

31 

duro, pero otros estarán dirigidos solamente a descubrir con 

malicia si estamos destruidos o avergonzados por los he-
chos. 

Es penoso tener que describir actitudes humanas tan difí-

ciles de entender, pero la cruda realidad es ésta, y nuevamen-
te dependerá de nosotros el que ascendamos por la escalera 

de la reconstrucción con la cabeza erguida, aunque por den-
tro todavía no tengamos claro cómo hemos d§ salir victorio-
sos de esta batalla. 

Pero como toda situación a lo largo de nuestra vida puede 

tener más de una lectura, ésta también nos ofrece la posibili-
dad de salir al mundo con una imagen de derrota (y así tam-
bién nos verán los demás, tristes, impotentes, vencidos) o, 

por el contrario, de recomponernos y mantener una imagen 

de entereza y de rebeldía, por la que también seremos respe-
tados por los demás. 

No olvidemos que el poder está dentro de nosotros; con 

nuestra actitud estaremos monitorizando la actitud de los 

demás con respecto a nosotros. Sí será importante, pues, 

guardar las lágrimas, morder la angustia que sentimos ante 

la incertidumbre de un futuro que aparece en nuestro hori-
zonte con imágenes que aún no son claras, pero con la íntima 

convicción de que nuestra fuerza interior será el timón del 

barco que nos conducirá a surcar nuevos mares en busca 

del puerto del bienestar. 

En última instancia, fracasar no es una vergüenza, y por lo 

tanto no debemos sentirnos avergonzados ni permitir que los 

demás hagan, del árbol caído, la leña que avive el fuego de sus 

ambiciones. Sólo nosotros somos capaces de juzgarnos adecua-
damente y no sentirnos víctimas. Nadie puede hacernos sentir 

así; sólo nosotros. 

Es cierto, hemos caído, o nos han hecho caer, no importa 

demasiado en este momento. Se impone entonces un perío-

32 

do de reflexión sobre nuestros actos y nuestros sentimientos. 

Navegar a través de las turbulentas aguas de las almas en 

conflicto requiere de mucho valor. Pero es el único camino 

válido para el reencuentro con nuestro verdadero Ser, que re-
flejará la luz que necesitamos para alcanzar el próximo pel-
daño: 

LA ESPERANZA O LA DESESPERANZA: NUESTRA ELECCIÓN 

Llegados casi a la cima de la escalera que nos conduce a una 

nueva dimensión en nuestra vida, debemos optar entre la es-
peranza -o sea, volver a creer en nuestra capacidad de tomar 

decisiones acertadas- y sumirnos en la oscuridad de la noche 

de nuestra vida, una noche en la que no se vislumbra un 

amanecer y que nos deja carentes de toda ilusión respecto 

del futuro. 

La desesperación se instala cuando nuestra autoestima 

es profundamente dañada y cuando tenemos la íntima con-
vicción de que la herida que hemos sufrido es mortal y que 

no somos ni seremos capaces de recuperarnos. Como toda 

apreciación, ésta puede ser tan subjetiva que no nos permita 

visualizar que sí tenemos opciones, y que cada ser humano 

es mucho más de lo que le sucede diariamente. Es en el des-
cubrimiento de ese espacio que nos permite caernos y levan-
tarnos tantas veces como sea necesario donde encontrare-
mos la salida a esa penumbra que se ha desplegado ante 

nosotros, y que con una fuerza increíble nos arrastra hacia la 

depresión. 

Podemos estar en cualquiera de los peldaños por los que 

vamos ascendiendo para superar la crisis que estamos vi-
viendo, pero mientras sigamos creyendo en el valor intrínse-
co de nuestra persona y en la habilidad para construir un fu-
turo mejor evitaremos caer en las garras de la ansiedad y la 

angustia existencial. 

33 

En otras palabras: mientras podamos mantengamos en alto 

nuestra autoestima; ésta será nuestra mejor aliada para vencer 

las dificultades que se nos presenten. Tenemos que ejercer 

el derecho a realizar nuestro duelo por la pérdida que hemos 

experimentado: es un permiso que debemos otorgarnos. 

Si escapamos de la pérdida, en lugar de sumergirnos en 

ella, sólo estaremos prolongando la desesperanza. La propia 

experiencia vital nos muestra que un día el dolor comienza a 

ser menos intenso y que tarde o temprano saldremos adelan-
te y estaremos finalmente listos para presentarnos nueva-
mente ante el mundo. 

Es cierto, hemos perdido algo, o sentimos que nos han he-
cho perder algo; pero a pesar de todo tomemos esto como una 

premisa indiscutible: AÚN ESTAMOS VIVOS, Y EXISTIMOS. El 

objetivo, de aquí en adelante, será rescatar los aspectos positi-
vos de este acontecimiento. 

Es bueno también, en este momento de nuestro ascenso 

por los peldaños de nuestra reconstrucción, recordar aque-
llos períodos de nuestra vida que han sido buenos, con lo-
gros importantes, como modo de certificar nuestra valía y 

nuestra disposición para recuperar la responsabilidad de 

ser quienes decidamos ser en el futuro. 

Cómo empezar a sentirse mejor 

¿Cuánto tardaremos en subir todos los peldaños hasta en-
contrarnos en condiciones de volver a mirar el mundo con 

confianza? ¿Cuándo empezaremos a sentirnos mejor? És-
tos son algunos de los muchos interrogantes que nos hace-
mos mientras vivimos estos amargos momentos. 

Lo que usted debe saber es que a todos los seres humanos 

nos sucede lo mismo frente a las pérdidas, más allá de los 

34 

matices individuales que marcan la diferencia en el tiempo 

de recuperación. Estoy de acuerdo en que no es agradable lo 

que se siente, pero es superable, y de ninguna manera la sen-
sación de minusvalía tiende a perpetuarse. Las heridas, así 

como dejan cicatrices, también estimulan la rebeldía y la con-
vicción de que somos capaces de sobrellevar la adversidad. 

Lo importante es no quedarnos en alguno de los peldaños, 

imposibilitando así el avance. La fuerza y la energía de que 

disponemos deben ser utilizadas en nuestra reconstrucción y 

no en ligarnos a un pasado que no es más que eso: PASADO. Y 

que no estamos en condiciones de cambiarlo, porque, como 

la historia, ya está escrito, y ésta es nuestra historia, la cual va 

a formar parte inseparable de nuestro bagaje personal. 

Imaginemos por un instante esta escalera como si fuera 

una ruta que une el momento en que sentimos que hemos 

sido agredidos, heridos, y el momento de la cicatrización defi-
nitiva, en que esa misma herida ha cerrado por completo. 

Si logramos atravesarla, tomando conciencia de su tras-
cendencia, antes estaremos en condiciones de plantearnos 

un éxito futuro. • 

¿Es fácil transitar por la vida? No, no lo es, pero se puede. 

Y usted también puede, como tantos otros que hemos fraca-
sado una y otra vez en el sano intento de lograr nuestro bie-
nestar. Por lo tanto no se desanime: todo lo «negativo» que 

hoy aparece en su horizonte irá transformándose en los ins-
trumentos con los que podrá contar para volver a creer en 

ese potencial que está en su interior, a la espera de ser de-
velado, para ser utilizado en favor de su reinserción en el 

mundo. 

Nadie puede hacerlo por nosotros. Parece una tarea muy 

dura. Y lo es. Pero es el único camino para reencontrarnos 

con un ser excepcional, quizá desconocido hasta este mo-
mento, pero que está esperándonos para presentarse. Ani-

35 

mémonos a conocernos en profundidad, sin velos y sin limi-
taciones. Sólo así podremos aprender del fracaso y transfor-
marlo en la gran oportunidad de cambio. 

Una cuestión de actitud 

Cualquiera sea la índole de nuestro problema -causado por 

nosotros o debido a factores externos, de aparición repenti-
na u oculto durante un largo tiempo-, cuando este conflicto 

interno se desata podemos elegir entre adoptar varias pos-
turas: 

• Desconocerlo, y esperar a que se diluya en el tiempo. 

• Tratar de convivir con él. 

• Encontrar los aspectos positivos, y capitalizarlos a nues-
tro favor. 

La realidad es una sola, y depende de nosotros el tener la 

voluntad o no de apreciarla. Si evadimos nuestros problemas, 

es lógico que éstos no desaparezcan, sino que continuarán 

creciendo y obstaculizando nuestro proceso de recuperación. 

Puede ser que en el camino de la vida algunos problemas 

se resuelvan por sí solos, pero la mayoría requiere de una ac-
titud firme y decidida para abordarlos en profundidad y re-
solverlos con inteligencia, esto es, con un resultado positivo 

para nosotros. 

Los llamados «problemas reales» no pasan desapercibidos 

en nuestra Existencia, y siempre dejan huellas o rastros de su 

devastador poder, en cuanto movilizan estructuras que 

creíamos muy sólidas, y que vemos derrumbarse cuando, 

obligados por las circunstancias, debemos cambiar nuestra 

visión del mundo. 

36 

Por lo tanto, el desconocimiento, o la esperanza de que 

el problema disminuya su intensidad causándonos menos 

daño, no aparece como una solución adecuada para mitigar 

el impacto que nos ha provocado el problema o la pérdida a 

la que nos vemos enfrentados. 

La convivencia pacífica con una situación conflictiva im-
plica la aceptación inmediata de que el problema no tiene so-
lución. El ejemplo más claro de situación en la que se gene-
ran sentimientos de esta naturaleza es la pérdida de un ser 

querido. Pero aun en esta dolorosa circunstancia, los seres 

humanos podemos optar por varias alternativas. Podemos 

dejarnos llevar por un dolor a veces difícilmente soportable 

cada vez que la imagen del ser querido aparezca en nuestra 

mente, o podemos hacer el intento de conservar en nues-
tra memoria los buenos momentos que compartimos. Trans-
formar la pena en aceptación de la realidad no es tarea fácil, 

pero pone de manifiesto la grandeza del ser humano. 

Pero hay una tercera posibilidad, y es la que nos permite 

apreciar los aspectos positivos que toda circunstancia vital 

encierra en sí misma, y es una misión ineludible: dirigir nues-
tros esfuerzos a incorporar aquello que nos sirve, transfor-
mando el gasto innecesario de energía en una fuerza renova-
dora que nos ayude a transitar por los caminos de la vida con 

una brisa fresca que aliente la visión optimista del futuro. 

Aunque encontremos personas solidarias con nuestra 

frustración ante el fracaso o la pérdida, cada ser humano es 

el único dueño de ese patrimonio vivencial que nos hace di-
ferentes a unos de otros. Sólo cada uno sabe cuánto le duele 

y cuánto se sufre en estas etapas en que somos puestos a 

prueba. 

El manejo adecuado de los problemas nos orientará con 

más precisión en la dirección correcta, y necesitaremos cam-
biar nuestros patrones de conducta y modificar modelos que 

37 

hoy percibimos como obsoletos. Para el logro de los objeti-
vos que nos trazamos requeriremos de una buena cuota de 

determinación y perseverancia. 

La salud del alma 

Cada vez que nos internamos en las profundidades del 

Hombre, ineludiblemente debemos considerar aspectos que 

tienen que ver con la Salud en su expresión más amplia. La 

imagen que se nos representa del Ser Humano tiene una ver-
tiente física, visible, y una vertiente espiritual, que la mayo-
ría de las veces consiste en una búsqueda constante de equi-
librio. 

Entre estas dos vertientes está el alma, que es el espacio 

donde los pensamientos, los sentimientos y nuestra motiva-
ción se desarrollan e interactúan entre sí, reflejando su bie-
nestar sobre el cuerpo y el espíritu. 

Un cuerpo en equilibrio ayudará al alma y al espíritu; al-
mas en conflicto contribuyen a tornarnos más vulnerables y 

a desarrollar entonces enfermedades que se asientan en el es-
pacio denominado cuerpo físico. 

Un cuerpo que sufre como consecuencia de una agresión 

externa o interna inevitablemente repercutirá de manera ne-
gativa sobre las poderosas fuerzas del alma; sin embargo, 

un alma capaz de vibrar ante los sucesos de la vida, y crecer 

ante ellos, proyecta su influencia sobre un cuerpo transitoria-
mente debilitado para ayudarlo a recuperarse por completo. 

Esta indivisibilidad del ser humano nos abre nuevas di-
mensiones con respecto de los misterios de la vida del alma 

y su relación con nuestro funcionamiento como individuos. 

Nuestra búsqueda constante del equilibrio hace que incur-
sionemos en estos surcos profundos de nuestro «yo», posibi-

38 

litándonos delinear nuestro futuro. En otras palabras, nos 

permite ser las personas que deciden lo que desean para su 

vida, hoy y mañana también. 

Cada vez que resolvemos un conflicto, cada vez que sali-
mos airosos de una crisis personal, nos sentimos más fuertes 

y en condiciones de recorrer caminos de crecimiento per-
sonal. 

Los problemas son situaciones que pueden aparecer en 

nuestra vida súbitamente o formar parte de nosotros, inte-
grados en nuestra vida cotidiana desde mucho tiempo antes. 

Podemos ser absolutamente conscientes de dichos proble-
mas o que éstos nos hayan pasado desapercibidos, sin repa-
rar en la jerarquía y la influencia que tienen en nuestro de-
sempeño diario. Los problemas nos enfrentan a un desafío 

constante, que tiene que ver con el descubrimiento de los se-
cretos que ellos encierran. 

La primera pregunta clave es: 

¿SOMOS CAPACES DE RESOLVER NUESTROS PROBLEMAS? 

Mientras tanto, las crisis son acontecimientos que requie-
ren una atención inmediata, porque traducen una claudi-
cación abrupta de nuestros mecanismos de defensa, ponen 

en tela de juicio los valores con los cuales nos movíamos en 

nuestro mundo. 

Tienen a su vez el agravante de que requieren de nuestra 

parte la valentía de realizar una introspección profunda, a 

los efectos de rescatar ideas creativas, imaginación y toda 

nuestra experiencia para emerger lo más indemnes posible 

de este verdadero tifón que se cierne sobre las aguas tranqui-
las de nuestra Existencia. 

La segunda pregunta clave es: 

¿SOMOS CAPACES DE RESOLVER NUESTRAS CRISIS? 

Los problemas y las crisis son situaciones que requieren de 

soluciones que escapan a los modelos, y que nos enfrentan a lo 

39 

desconocido, por lo que generan en nosotros temor y angus-
tia. Nos tornan vulnerables y nos obligan a ser creativos. 

Cada vez que nos enfrentamos a un problema o a una si-
tuación de crisis tenemos la oportunidad de poner a prueba 

nuestro ingenio, y cuando salimos airosos de esta experien-
cia nos sentimos más fuertes, y, por sobre todas las cosas, 

más aptos para responder a los desafíos básicos de nuestra 

vida. 

A lo largo de este difícil camino que es aprender a vivir, 

nos vemos reiteradas veces ante obstáculos que dificultan 

nuestro andar. Así se presentan los problemas, como situa-
ciones a superar, exigiendo de nosotros paciencia, sapiencia 

y flexibilidad para poder encontrar la mejor forma de supe-
rarlos. 

Las crisis son encrucijadas que se nos presentan como con-
secuencia de una sucesión de problemas que no hemos re-
suelto en su momento y que, una vez acumulados, nos obli-
gan a tomar determinaciones más profundas y que han de 

cambiar sin duda nuestro presente y nuestro futuro. 

Las crisis son «altos en el camino» donde la reflexión y 

el diálogo interno se imponen, e interrogantes tales como 

«¿Hacia dónde voy?» y «¿Qué espero de mi vida?» exigen 

imperiosamente una respuesta adecuada. Es como si nos en-
contramos ante un precipicio y debemos tomar resoluciones 

que sólo cada uno de nosotros puede asumir. 

El impacto que los problemas y las crisis, las frustraciones 

y los fracasos tienen sobre nosotros nos lleva a imponernos la 

tarea de encontrarnos con nuestra autoestima, una de las cla-
ves para revertir estos sentimientos y ayudarnos a encontrar 

caminos de entendimiento que nos permitan aproximarnos 

al tan anhelado bienestar. 

Para terminar este primer capítulo le aconsejo que coloque 

el marcador de página y se haga esta pregunta: 

40 

¿ME MEREZCO LA FORMA EN QUE ESTOY VIVIENDO? 

Respóndase con absoluta sinceridad, y si encuentra que 

debe introducir cambios en su vida, lo invito a acompañar-
me en este recorrido hacia el encuentro con «nuestra» autoes-
tima, la propia, la intransferible, y verá cómo hemos de hallar 

la herramienta idónea para mejorar nuestra forma de vivir. 

¡Gracias por aceptar el desafío! 

<$> <$> »j. 

M i VIAJE A LA RECUPERACIÓN 

En el comienzo 

dudaba de que fuera posible 

resistir hasta el fin. 

Hubo tiempos de ira, 

dolor, tristeza y sufrimiento; 

tiempos en los que me pregunté: 

¿por qué yo? 

Pero un día 

hubo un destello de luz 

y luego, otro. 

Las nubes empezaron a abrirse 

y pude ver más allá de ellas. 

Los ratos de contento, 

de sentirme segura, 

fueron sumando más 

que los de miedo y melancolía. 

Se tejieron nuevas amistades; 

la desolación, la falta de confianza en mi valer, 

se fueron convirtiendo 

en firmeza, en resolución. 

41 

Era como pasar de las tinieblas 

a la luz, con una nueva sensación 

de poder. 

Ahora comprendo que en mi pasado hay posas 

que no puedo alterar; 

lo que puedo es impedir que manden 

sobre mi vida y mi felicidad. 

Sé que esta parte de mi vida 

jamás se irá del todo, 

pero el lugar que ocupa en mi existencia 

es menos prominente. 

He empezado a permitir que otras ideas 

pueblen mi mente. 

Tengo un mejor conocimiento de mí misrfw, 

de mis debilidades y de mis puntos fuertes• 

Ya no temo poner límites. 

Empiezo a disfrutar otra vez de la vida 

y a pensar en el futuro. 

Ahora puedo ver todo este tiempo 

tal como fue: 

un tiempo de crecimiento, 

de descubrimiento de mí misma, 

de curación. 


¿SOMOS REALMENTE VÍCTIMAS? 

¡Cuántas veces nos arrinconaríamos en noso-
tros mismos para refugiarnos! Y sin embargo, 

dentro están nuestras armas: las alas de oro de 

la inteligencia, el escudo de plata de la volun-
tad, la lanza viva de las palabras, las sandalias 

rojas del coraje. ¡Qué pocas veces desenvainan 

los hombres sus almas! 

JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO 

ANNA MARIE EDWARPS 

Las crisis personales ponen de manifiesto conflictos severos 

que debemos resolver, y que generalmente hacen referencia 

a cuál es el concepto que nos merece nuestra propia persona, 

enfrentada a los problemas del diario vivir. 

Antes de introducirnos en el juicio sobre nuestras actitudes, 

tenemos que aceptar o reconocer que estamos ante una situa-
ción que nos ha generado mucha zozobra, y que representa 

una dificultad que lograremos sortear con éxito en la medida 

en que podamos reconocer que nos encontramos ante uno o 

varios problemas. 

El primer paso para emerger con éxito de las crisis perso-
nales es admitir que estamos sumergidos en ellas, y que he-
mos desconocido por mucho tiempo la existencia y la in-
fluencia de determinados problemas, los mismos que ahora 

nos vemos en la necesidad de evaluar y comenzar rápida-
mente a resolver. 

Pero nadie es capaz de encontrar la solución a un conflic-
to si no tiene la humildad de reconocer que éste existe. Para 

eso, una buena guía para comenzar a actuar con firmeza es 

preguntarse: 

43 

• ¿Cómo han llegado los problemas a mí? 

• ¿Qué repercusiones han tenido sobre mi vida cotidiana? 

• ¿Qué soluciones logro visualizar para estos problemas? 

La diferencia entre los hechos y los sentimientos 

Es fundamental, al principio, aprender a separar los aconteci-
mientos en sí mismos de lo que uno siente respecto de ellos. 

Los dos elementos tienen su jerarquía: el acontecimiento, 

porque es un reflejo de la realidad, que no podemos negar, y 

los sentimientos, porque son fuerzas internas que condicionan 

nuestras decisiones en cada instante de nuestra Existencia. 

Si analizamos un problema, veremos que una parte de él 

proviene del entorno, es exterior a nosotros, y otra parte es 

cómo lo siente cada uno, y cómo somos capaces de manejar-
lo, a favor o en contra. 

La tarea es descender hasta el núcleo central del conflicto, 

sin agregarle lo que pensamos o lo que los demás piensen so-
bre el hecho; la objetividad, la imparcialidad y el reconoci-
miento sereno de la realidad son nuestras herramientas en 

esta etapa. 

¿Cómo lograr que nuestros sentimientos no interfieran en 

la tarea de hacer una descripción exhaustiva y honesta de lo 

que estamos viviendo? La necesidad de liberarnos de la 

opresión que significa estar atravesando por la difícil expe-
riencia de una crisis personal nos conducirá por el camino 

del equilibrio. 

Sé que no es fácil delimitar el área de influencia que tienen 

los problemas a los que nos enfrentamos. Cada uno de noso-
tros vive los aspectos más conflictivos de éstos, y esta incapaci-
dad de «ver» la realidad es la que precisamente ha precipitado 

la crisis. También ocurre que sólo observamos la parte más pe-

44 

quena del iceberg, mientras que el grueso de la mole continúa 

en la profundidad y permanece oculto, generando un senti-
miento de severa impotencia. 

Dialogar con nosotros mismos acerca de lo que nos está 

pasando interna y externamente va a darnos el control en úl-
tima instancia de la situación. Volver a las fuentes significa 

en este caso dejar de huir y darse el tiempo para «tomar un 

café con uno mismo» y organizar una estrategia para superar 

la crisis. 

Que nadie, más que nosotros, esté en condiciones de deter-
minar lo que nos pasa interna y externamente nos demuestra 

que somos los únicos que PODEMOS CONTROLAR LA SITUA-
CIÓN. 

Una vez que hayamos tomado ese café tan reconfortante y 

dialogado con nosotros mismos, lograremos identificar el 

problema y estaremos en condiciones de tener una visión 

amplia de lo que nos sucede. En este momento tomamos ver-
dadera conciencia de que somos propietarios de uno o más 

problemas, y que esta crisis personal por la que estamos atra-
vesando no sólo nos involucra a nosotros sino también a 

otras personas con las que estamos vinculados. 

Debemos centrar la atención en profundizar en los aspec-
tos más destacados del conflicto, pero para cada uno de no-
sotros la crisis involucra el ciento por ciento de nuestra per-
sona, por lo que deberemos utilizar toda nuestra energía en 

lo que sentimos que nos está afectando más. 

Culpa no, responsabilidad sí 

Siempre nos compete una cuota de responsabilidad en las 

cosas que nos pasan, y es bueno ser conscientes de ello. Ob-
viamente, no nos gusta tener que admitir este hecho, pero 

45 

sólo si nos sentimos parte indisoluble del problema y no asu-
mimos el rol de víctimas estaremos en condiciones de elabo-
rar de modo adecuado el sentimiento de pérdida que nos 

embarga y mirar con optimismo hacia el futuro. 

También es cierto que con respecto a las pérdidas, y sobre 

todo las vinculadas con la muerte de seres queridos, no tene-
mos responsabilidad por los hechos en sí, pero sí en cuanto a 

cómo manejamos esta nueva situación a la que la Vida nos 

enfrenta, poniendo a prueba nuestra fortaleza interna. 

Alguna gente, sin proponérselo específicamente, desarro-
lla conflictos con todas las personas que la rodean, y se encar-
ga de proyectar la culpa de esos conflictos sobre éstas. Aunque 

sea cierto que los otros efectivamente tengan responsabilidad 

directa en los problemas de uno, lo cierto es que, una vez ins-
talados en nosotros, los problemas son nuestros. 

Generalmente es el tiempo el que nos ayuda a ver de ma-
nera más objetiva nuestros conflictos, y a tomar conciencia 

de la injusticia que significa responsabilizar siempre a los 

demás de las cosas que nos pasan. Los otros harán su pro-
pio análisis de la situación y evaluarán su eventual culpa, 

pero eso no nos compete a nosotros. 

Ser responsable implica, en primer lugar, que indudable-
mente hemos sido parte activa de muchas de las cosas que 

nos pasan, y que somos quienes construimos nuestro pre-
sente y nuestro futuro, puesto que el pasado forma ya parte 

de nuestra historia personal. 

La autocrítica -en el sentido de autoflagelarnos- por lo 

que hoy sentimos que hemos hecho mal no nos conduce a 

destino deseable alguno y, lo que es más, no colabora en la 

solución real del problema. 

Enfrentar los retos de la vida cotidiana hace que los pro-
blemas pierdan dimensión y, sobre todo, que no nos domi-
nen y no controlen nuestra actitud hacia ellos. 

46 

Evitar que la ira y la frustración nos destruyan, ponien-
do de manifiesto nuestra incapacidad para manejar los con-
flictos, es uno de los objetivos fundamentales que hemos de 

proponernos en este escenario donde ser víctimas es el peor 

papel que nos podemos asignar. 

Recordemos que ser responsables también significa que 

depende de nosotros elegir la respuesta adecuada a lo que nos 

está pasando. Pero también es cierto que reconocer no es asu-
mir toda la culpa, como si hubiéramos cometido el más pro-
fundo de los errores. 

Somos lo que creemos 

La base del comportamiento humano está íntimamente rela-
cionada con sus CREENCIAS. Si somos capaces de creer en no-
sotros mismos, lo que es sinónimo de una alta autoestima, 

nuestra conducta va a apoyar el autoconcepto positivo que 

poseemos. Por el contrario, si nuestra autoestima es baja, 

esto también será demostrado en nuestras actitudes, que es-
tarán reflejando el pobre concepto que nos merecemos ante 

nuestros propios ojos. 

Nuestra manera de vivir en el mundo, de vernos a noso-
tros mismos y de esperar que los demás se comporten como 

nosotros deseamos es el resultado de ciertos condiciona-
mientos que nos llevan a desarrollar una posición expectan-
te, siempre a la espera de que los demás satisfagan nuestras 

necesidades. 

Si logramos cambiar nuestras creencias, automáticamente 

se producirá un cambio en nuestras acciones. Es claro tam-
bién que esto no se logra de un día para el otro, pero es un 

buen ejercicio para salirse del círculo limitativo de sentirse 

siempre «una víctima de las circunstancias». 

47 

Como seres humanos podemos adoptar muchos estilos de 

vida; vamos a detenernos en dos de ellos, que a mi juicio son 

una clara demostración de cuál es la postura que podemos 

adoptar frente a los sucesos cotidianos. 

Un estilo de vida nos permite funcionar desde un ángulo, 

en el cual asumimos el control de nuestras vidas. Nos torna-
mos CREATIVOS. Partimos de la base de una buena autoesti-
ma, y somos capaces de asumir la responsabilidad de lo que 

nos pasa. En otros términos, somos nosotros quienes deter-
minamos lo que nos ha de suceder. 

El estilo de vida que se mueve en el otro extremo del es-
pectro de las conductas humanas es el de sentirnos VÍCTIMAS, 

responsabilizando siempre de lo que nos sucede a las demás 

personas. Al tener una muy baja autoestima es mucho más 

«fácil» culpar a los otros por lo que «nos hacen», quedando 

de esta manera liberados de la responsabilidad de lo que su-
cede en nuestras vidas. 

Caben en este momento algunas preguntas clave que us-
ted deberá hacerse: ¿Por qué algunas personas adoptan el rol 

de víctimas frente a los desafíos a los que la Vida necesaria-
mente los enfrenta? ¿Por qué les resulta más fácil entregar su 

responsabilidad a otras personas? 

He aquí algunas respuestas que ya podemos ir esbozando: 

• Mis sentimientos de autoestima están muy devaluados. 

• Mi imagen personal depende de que la gente me acepte. 

• Temo enfrentarme a las situaciones porque desconozco 

el desenlace. 

Pasamos a ser víctimas en el mismo momento en que per-
demos el control sobre nuestra propia vida, al no poder asu-
mir la responsabilidad de nuestros actos. 

48 

Si USTED COMIENZA A PERCIBIR QUE SU VIDA NO PUEDE 

SEGUIR FUNCIONANDO DE ESTA MANERA ES PORQUE HA PER-
MITIDO QUE LOS DEMÁS LO VIERAN COMO UNA VÍCTIMA DE 

LAS CIRCUNSTANCIAS. 

Las decisiones que tomamos dependen de la imagen que 

tenemos de nosotros mismos y de nuestra visión del mundo 

que nos rodea. 

Para ser víctimas es necesario sentir que no somos merece-
dores de lo mejor, y que por lo tanto los demás pueden ma-
nipularnos según su voluntad y deseo. 

Ser o no ser víctima: una decisión 

Un buen ejercicio es repasar las distintas áreas donde nos mo-
vemos habitualmente para evaluar en cuál de ellas nos senti-
mos víctimas de las circunstancias y descubrir quién o quié-

nes están ejerciendo el poder de controlar nuestras vidas. 

¿Existe algún área de su vida en la que usted esté sintién-
dose víctima de los designios de los demás? 

¿Tiene identificada a la persona o a las personas que lo ha-
cen sentir así? ¿Tiene una idea aunque sea somera de por qué 

lo están haciendo? 

A continuación le daré algunas pautas para que usted se 

identifique o no con esto de sentirse víctima. Veamos, por 

ejemplo, cómo se maneja habitualmente: 

• En su trabajo. 

• En su relación con el mundo exterior, con sus amigos. 

• En el ámbito familiar. 

¿Se siente capaz de delimitar aquellas áreas en las que se 

maneja con más soltura de aquellas donde queda atrapado 

49 

en ese desagradable sentimiento de sentirse juzgado por los 

demás, al punto de haber cedido el espacio para que los de-
más se sientan con el derecho de emitir juicios sobre su con-
ducta? 

¿Dónde se encuentra la diferencia entre las personas que 

hacen que las cosas sucedan y aquellas que son incapaces de 

generar algo? 

¿Por qué algunos seres humanos pueden estar creando 

nuevos caminos para su desarrollo personal, mientras que 

otros siempre sucumben víctimas de su propia inoperancia 

frente a la Vida? 

La diferencia fundamental radica en la CAPACIDAD PARA 

TOMAR DECISIONES. 

¿Es usted un hombre o una mujer que considera tener 

buenas aptitudes para tomar decisiones rápidas y coherentes 

en su propio beneficio? 

Si tuviera que puntuar respecto a esta habilidad, diría 

que es: 

• Aceptable 

• No tan aceptable 

• Deficitaria 

• Nunca puede tomar decisiones 

Muchas veces nos sentimos incapaces de tomar decisiones 

porque creemos que no podemos confiar en nuestro propio cri-
terio. 

Esta falta de confianza opera en una espiral descendente ne-
gativa que convierte nuestras creencias en profecías autocum-
plidas. 

En la medida en que comenzamos a expresar nuestros 

sentimientos, liberándolos de la represión a la que estuvie-
ron sometidos durante tanto tiempo, vamos haciéndonos 

50 

responsables de nuestras propias vidas y lentamente, pero 

con seguridad, aprendemos a respetar nuestro propio cri-
terio. 

Intención, decisión... ¡acción! 

Es el momento ideal para comprender que el rol de víctimas 

sólo podemos otorgárnoslo nosotros, y que nadie puede ha-
cernos sentir de tal manera, si nosotros no lo permitimos. 

Nos va quedando claro que la TOMA DE DECISIONES es el 

mecanismo clave para salir de ese incómodo lugar de víctimas 

de la Vida. 

Se torna difícil actuar si no puedo decidir cómo voy a ac-
tuar. No puedo tomar decisiones a menos que pueda saber 

qué estoy queriendo que suceda con mi decisión. 

Para que usted pueda descubrir su intención, pregúntese: 

¿QUÉ QUIERO QUE SUCEDA? 

Cuando logramos definir la intención es mucho más fácil 

definir nuestra acción. 

Reflexionemos sobre algunas áreas de nuestra vida don-
de nos gustaría ver cambios que reflejen nuestro creci-
miento personal. 

Una de las cosas que más nos cuestan a los seres huma-
nos es decir NO sin sentirnos culpables. La autoafirmación 

es uno de los capítulos más conflictivos de nuestras rela-
ciones interpersonales. 

Ahora bien: recordemos que la eficacia de nuestra acción 

dependerá de la claridad de la intención. Si la intención es 

expresar nuestra voluntad negativa ante un pedido que con-
sideramos que no nos corresponde atender, debemos tomar 

la decisión de asumir la sorpresa que la o las otras personas 

van a demostrar ante nuestra nueva manera de actuar. 

51 

La pregunta que usted, querido lector o lectora, se estará 

haciendo es: «¿Seré capaz la próxima vez de decir que no con 

la frente en alto y sin sentirme culpable por ello?». 

Y yo le respondo: si usted quiere sentirse como hasta aho-
ra, no siendo el dueño de sus decisiones, ¡adelante!, continúe 

con los mismos patrones de comportamiento, que lo van a 

conducir inexorablemente hacia el mismo destino: SER UNA 

VÍCTIMA. 

Se puede vivir una vida muy desdichada, en la medida en 

que no somos capaces de decidir qué es lo que queremos y 

esperamos de la vida. Ahora bien, esta incapacidad no nece-
sariamente debe ser permanente; en general se da por falta 

de práctica. 

Si uno no usa su cerebro, éste tenderá, como otros órganos 

y sistemas del organismo, a la atrofia. Si no nos ejercitamos 

en la capacidad de tomar decisiones también nos veremos 

con el paso del tiempo con un sentimiento de minusvalía al 

respecto. 

Una persona que no logra tomar decisiones por sus pro-
pias inseguridades muy pronto se convierte en un ser que ha 

perdido el rumbo de su Existencia, porque le está faltando el 

combustible fundamental, que son sus creencias. 

L A CLAVE RADICA EN TENER IDEAS CLARAS DE LO QUE QUE-
REMOS QUE NOS SUCEDA EN LA VIDA Y DE ESA MANERA NOS 

ACERCAMOS MÁS A LA POSIBILIDAD DE TOMAR DECISIONES. 

Cuando las decisiones son claras, estamos preparados 

para la acción, y para la comunicación efectiva de dicha ac-
ción. No alcanza con el hecho en sí mismo, sino que tam-
bién debemos hacerles saber a los demás cuál ha sido nues-
tra decisión. 

El mundo que nos rodea percibe claramente nuestra bue-
na autoestima o su falta, mediante nuestras palabras y nues-
tras acciones. Si tenemos una autoestima baja, nos sentire-

52 

mos mal, ejerceremos el rol de víctimas del mundo y consi-
deraremos «normal» el ser maltratados. 

Por lo contrario, una autoestima alta espera reciprocidad 

en el buen trato y respeto mutuo. No hay espacio para sen-
tirse víctima, pues estamos tan ocupados en crecer y tener 

una visión realista y optimista del mundo que nos es mucho 

más urgente cambiar nuestro comportamiento que quedar 

encadenados y enajenados en el concepto de que los demás 

son responsables de nuestras desgracias. 

Apropiarse del conflicto es empezar a solucionarlo 

Lo cierto es que sólo una vez que nos hemos dado cuenta de 

que estamos frente a uno o más problemas, nos encontramos 

en condiciones de hacer algo al respecto. Desde el mismo 

momento en que tomamos los conflictos como «propios» ya 

nos estamos orientando hacia su solución. 

La idea es evitar tener que convivir para siempre con las 

dificultades y sufrir inexorablemente sus efectos paralizado-
res, que nos impiden ver más allá de esas circunstanciales di-
ficultades. 

Estar en crisis y sentirse como una víctima siempre va a 

exigirnos la toma de decisiones que involucren cambios en el 

sentido que le estamos dando a nuestra vida, y cambios en 

nuestros modelos o paradigmas de pensamiento y, por qué 

no, también de sentimientos. 

Cuando todas estas fuerzas negativas están operando so-
bre nosotros, es bueno plantearse estas preguntas: 

• ¿Nos vemos como víctimas de las acciones concretas y 

de mala fe de otras personas? 

• ¿Cómo nos sentimos al respecto? 

53 

• ¿Seremos víctimas sin responsabilidad de alguna fuer-
za extraña o simplemente de la mala suerte? 

Si realmente nos sentimos identificados con alguna de las 

preguntas que anteceden, será el momento de pensar seria-
mente en resolver definitivamente este sentimiento de mi-
nusvalía que tanto nos duele. 

Y si ya vamos a resolver este sentimiento tan urticante, ca-
ben también aquí algunas preguntas tales como: 

• ¿Realmente esperamos que los demás sean quienes den 

el primer paso, con la finalidad de encontrar un camino 

que nos aproxime a la paz interior? 

• ¿Pensamos que las heridas se cerrarán solas o que los 

problemas desaparecerán como por arte de magia? 

• ¿O deberemos tomar el mando de nuestra vida y abrirnos 

paso para encontrar la solución a nuestros problemas? 

Seamos conscientes de que hay sucesos que están ocu-
rriendo «fuera de nosotros» y que debemos atender. Son los 

acontecimientos en sí mismos. 

Pero también tenemos heridas y resentimientos alojados 

en lo más íntimo de nuestro ser, y que debemos procesar 

adecuadamente para no caer en la omisión de creer que, si 

no les prestamos atención, ellas no van a volver en el futuro 

bajo la forma de una crisis mucho más explosiva y destructi-
va que la que estamos atravesando. 

De la misma manera en que nos cuesta ver los aspectos 

positivos que las crisis tienen, también puede ser difícil para 

nosotros reconocer que esas heridas y esos resentimientos 

pueden llevarnos de la mano hacia las causas más profundas 

de por qué nos sentimos como víctimas de un mundo que 

parece estar en contra de nuestros intereses. 

54 

EL PAPEL DE VÍCTIMA DEBE DESAPARECER DE NUESTRA 

FORMA DE PENSAR Y DE SENTIR. 

Las emociones negativas 

Si comenzamos a sentir que representar el papel de vícti-
ma se ha convertido en un estilo de vida para nosotros, te-
nemos que visualizar con urgencia qué emociones negativas 

nos están desgastando en lo interno, para no terminar seria-
mente lastimados por el manejo inadecuado de estos sen-
timientos. 

LA IRA 

Es ésta una emoción muy intrincada, que puede ir desde un 

simple resentimiento hasta la cólera imposible de controlar. 

Los seres humanos nos sentimos indefensos cuando algo 

amenaza nuestra propia imagen. Si nos sentimos como vícti-
mas, observemos si estamos permitiendo que la rabia contro-
le nuestra vida. 

Surgirán preguntas inevitables, tales como: 

• ¿Por qué me tiene que pasar esto justo a mí? 

• ¿Por qué tenían que hacerme esto (él, ella o los demás)? 

Si no logramos dar rienda suelta a nuestra rabia, las con-
secuencias de contener en nuestro interior este sentimiento 

pueden llegar a la depresión u otras formas de bloqueo, que 

van a obstaculizar nuestro camino hacia la verdadera solu-
ción del problema. 

Preguntémonos con libertad si realmente estamos enoja-
dos; y cuando respondamos afirmativamente, reconocere-
mos cómo los resentimientos siembran semillas de odio en 

55 

nuestra alma y un impulso de venganza en nuestra manera 

de pensar. 

Una vez que hayamos reconocido con sinceridad nuestro 

enojo, éste comenzará lentamente a disolverse. Esto signifi-
ca que toda la energía emocional que estábamos utilizando 

para seguir enojados comenzará a trabajar de manera positi-
va, ayudándonos a liberarnos de esta emoción. 

Pero lo más importante es que nuestra percepción de la vida 

como víctimas se irá desvaneciendo hasta desaparecer por 

completo. 

EL MIEDO 

Si por alguna razón nos sentimos invadidos por EL MIEDO, 

éste nos provocará una verdadera parálisis, aislándonos 

dentro de nosotros mismos, y promoviendo que nuestros pen-
samientos y nuestros sentimientos cobren una nueva di-
mensión, haciendo así que lo desconocido nos produzca 

pánico. 

El miedo nos hace reflexionar sobre lo fugaz de nuestro 

paso por la Vida. Esta sensibilización nos hace conscientes de 

nuestra debilidad y de la necesidad de recibir apoyo. Esto 

nos ayuda a sentirnos más dispuestos al cambio, pues perci-
bimos que los viejos modelos o paradigmas ya no resuelven 

nuestros interrogantes existenciales. 

LA CULPA 

Otro sentimiento importante que debemos considerar a la 

hora del análisis del rol de víctimas frente al mundo es el de 

CULPA, que nos ayuda a reconocer que hemos violado nues-
tra propia integridad. 

Algo hemos hecho y nuestro comportamiento no ha esta-
do en armonía con nuestra visión de nosotros mismos. Los 

valores que se han transgredido no son los que se imponen 

56 

desde fuera de nuestra persona, sino los que forman parte de 

nuestros principios de conducta internos. 

Cuando aparece esta emoción es comparable a lo que su-
cede cuando la luz roja del tablero de un auto se enciende en 

señal de aviso de que hay algo en el sistema eléctrico que no 

funciona bien. 

Tiene su riesgo ignorar el aviso. Si no tomamos medidas 

inmediatas, como detener el vehículo y cerciorarnos de qué 

está pasando o llamar a alguien especializado en el tema, las 

consecuencias podrían ser mucho más graves que la crisis 

que estamos afrontando en la actualidad. 

Con la culpa sucede algo similar. Cualquier intento de 

aceptar tácitamente la culpa, en vez de buscar su origen, se-
ría equivalente a «no mirar» la luz roja del tablero: seguire-
mos sintiendo que hay algo que no está bien en nosotros. 

Ahora bien; tomar una actitud de enfrentamiento con el 

sentimiento de culpa sería similar a responsabilizar a la luz 

del tablero por el desperfecto eléctrico que el coche está su-
friendo. 

Lo correcto es tener la valentía de reconocer la culpa, eli-
minar su causa modificando el comportamiento que la origi-
nó y, de ser necesario, corregir algunos errores que podamos 

haber cometido. 

EL AGOTAMIENTO PSICOFÍSICO 

Es una señal de que es necesario interrumpir lo que estamos 

realizando. La actividad que venimos desarrollando ha re-
sultado superior a nuestras fuerzas y debemos hacer un alto 

no sólo para descansar, sino también para pensar hacia dón-
de estamos dirigiéndonos y, si es el caso, corregir nuestra 

perspectiva de la Vida. 

Es absolutamente lógico experimentar cierto cansancio 

cuando uno está sujeto a las demandas de un mundo cada 

57 

vez más exigente; pero si creemos que siempre podremos tu 

poco más, ignorando de esa manera las señales de pelign 

que nuestro cuerpo nos envía, y nos dejamos llevar más all¡ 

de nuestros límites de resistencia física y psicológica, come 

teremos errores de apreciación de la realidad y adoptaremo 

una visión pesimista de la vida que nos conducirá con mu 

cha facilidad a sentirnos víctimas de una situación que ni 

creemos poder dominar. 

El gran desafío de la vida moderna es interpretar por qui 

nos cansamos los seres humanos. Generalmente nos cansa 

mos mucho menos por la realización de un esfuerzo físici 

que por el desgaste de nuestro sistema nervioso que, combi 

nado con otros factores debilitantes, como el estrés, la vid; 

sedentaria y la mala alimentación, nos convierten en seré 

minusválidos para enfrentar los desafíos básicos de la Vide 

Estimulantes y psicofármacos aparecen entonces para pa 

liar esta situación, que únicamente se corrige modifican 

do el estilo de vida y tomando conciencia del respeto qu 

nos deben merecer tanto nuestro cuerpo físico como el es 

piritual. 

LA DESESPERANZA 

El rol de víctimas se asocia íntimamente al sentimiento d 

DESESPERANZA. Ésta nos recuerda de manera constante quí 

a pesar de todos los esfuerzos, no podremos resolver núes 

tros problemas. ¿Hay aspectos positivos en la desesperar 

za? Por supuesto que no son fáciles de ver, pero pongamos 

modo de ejemplo un pensamiento que podemos ejercita 

en nuestra mente: «Esto es muy grave, pero no es el fin de 1 

Humanidad». Y, utilizando el aforismo que dice que «mieri 

tras hay vida hay esperanza», sentarnos y abrir nuestra mer 

te para observar con ecuanimidad y objetividad los acontecí 

mientos que ocurran de ahí en adelante. 

58 

A veces es necesario llegar hasta el límite de nuestra resis-
tencia antes de poder ver la luz del sol, que con su brillantez 

iluminará nuestro camino. Si logramos abordar con cierta se-
renidad nuestra problemática, veremos cómo desempeñar el 

papel de víctima es muy poco redituable, además de dar una 

pobre imagen de nuestra persona. 

¡Arriba ese ánimo! A todos nos ha pasado eso de estar 

algo melancólicos y de buscar el camino más fácil, que con-
siste en atribuir nuestras desgracias a la mala acción de los 

demás. Ya tenemos algunos instrumentos en nuestro poder 

para conseguir transformar nuestra realidad, a partir del 

análisis de nuestros valores. 

Lo que nos enseñan las crisis 

Si logramos mirar nuestra problemática con cierta pers-
pectiva, veremos que solemos ubicarnos en el rol de vícti-
mas cuando enfrentamos situaciones de crisis en nuestra 

vida. 

Cada crisis encierra en sí misma una lección que debemos 

aprender. El hecho de que constituyan momentos de gran in-
seguridad y confusión hace que las crisis nos encuentren 

mucho más permeables y dispuestos a aprender, ya que 

cuando todo luce y está claro en nuestra Existencia, nos sen-
timos poco dispuestos a que las situaciones de la Vida nos 

enseñen algo. 

La rutina cotidiana no supone reto de aprendizaje alguno. 

Sin embargo, cuando nos disponemos a descubrir caminos 

nuevos y desconocidos, la actitud debe ser de disposición a 

aprender. La necesidad de crear nuevos patrones de conduc-
ta y la eliminación de los antiguos que nos condujeron a la 

actual crisis nos permiten comenzar a ver cómo se filtra la luz 

59 

a través de las grietas de las estructuras que creíamos inamo-
vibles hasta el presente. 

Cuando usted sienta que su papel en el escenario de su 

vida diaria es el de víctima, habrá llegado el momento de 

realizar un profundo análisis de su vida, de su manera de ver 

el mundo y, sobre todo, de usted mismo. 

Si logramos llegar al centro mismo de nuestra propia per-
sona es porque la crisis por la que estamos atravesando in-
tenta comunicarnos algo muy importante. Y esa comunica-
ción puede tener que ver con nuestro cuerpo físico o con 

nuestro cuerpo espiritual. Es habitual que el contenido del 

mensaje implícito de estas crisis sea que debemos abandonar 

ciertos hábitos vinculados con nuestro estilo de vida. 

Hemos analizado un poco más arriba que los problemas 

pueden estar indicándonos que la velocidad y el vértigo que 

le estamos imprimiendo a nuestra Existencia van a darnos 

problemas importantes de salud. 

Hasta podemos llegar a plantearnos la disyuntiva entre 

vivir para trabajar o trabajar para poder vivir. 

Salimos de la incómoda situación de víctimas implica que 

nuestro estado de ánimo puede verse también afectado por 

cambios internos, que debemos atender adecuadamente, 

para que no se conviertan en elementos que nos detengan en 

nuestro íntimo deseo de desenvolvimiento hacia una nueva 

manera de vivir. 

De modo inverso, también podemos preguntarnos: 

• ¿Qué es lo que esta crisis está poniendo a prueba en 

nosotros? 

• ¿Será el discernimiento para ver con transparencia lo 

que verdaderamente nos sucede? 

• ¿Será nuestra fuerza de voluntad para emprender lo que 

consideramos impostergable? 

60 

No cabe duda de que en la turbulencia de todos estos pro-
cesos es importante analizar si el sentimiento de pérdida tie-
ne un valor determinante para nuestra vida futura. 

Por la propia ley de las compensaciones, aunque, cuando 

estamos involucrados en uno o más problemas denomina-
dos Crisis Personales, no somos capaces de ver cuáles pue-
den ser sus beneficios ocultos, tenemos que abrir nuestra 

mente para analizar cuidadosamente cuál es la relación cos-
to-beneficio en la presente situación. 

En otras palabras: ¿qué hemos de ganar si dejamos de ser 

víctimas del mundo?, y ¿qué costo hemos de pagar por asu-
mir nuestra Vida como una responsabilidad intransferible, y 

por ser nosotros mismos los que determinemos lo que desea-
mos que nos suceda a partir de hoy, mirando hacia el futuro 

simultáneamente con optimismo y realismo? 

Éstos son los retos típicos de las crisis de la edad media de 

\a vida, o de \a madurez, cuando tenemos una tendencia na-
tural a sentirnos víctimas de un mundo que no nos compren-
de y que nos presenta siempre la necesidad de optar por 

cambios profundos en nuestra concepción de la Vida. Esto 

nos conmociona hasta nuestros cimientos, demandando de 

nosotros un claro entendimiento de cuáles son los problemas 

a los que nos vemos enfrentados. 

Descubrir el mensaje que estos movimientos subterráneos 

traen consigo nos abrirá la puerta a una vida mejor, aceptan-
do aquellas cosas que no podemos cambiar, pero alejándonos 

definitivamente del triste rol de víctimas, para comenzar a 

reinterpretar nuestra historia y asumir la única y verdadera 

responsabilidad que nos ha sido asignada como misión ine-
ludible, a lo largo de la Existencia: SER LOS PROTAGONISTAS 

DE NUESTRA PROPIA HISTORIA. 

Esto significará quitarles a los demás el poder de juzgar-
nos, y devolvernos el timón de nuestro barco, para orientar-

61deseos y necesidades, nos impulsa a revisar nuestra respon-
sabilidad en la génesis de estos hechos. 

En el mismo instante en que nos disponemos a quitarnos 

los disfraces que han estado ocultando nuestra verdadera 

persona, a veces por décadas, nos encontramos con el verda-
dero ser que somos, dispuestos a hacernos cargo de nuestros 

errores, pero también a salir al mundo en la nave de nues-
tras virtudes, para demostrar, a nosotros y a los demás, que 

somos seres humanos con opciones, con posibilidades, y que 

mañana será un día nuevo para vivirlo con la luz intensa del 

sol que realza el brillo de nuestra persona. 

En este libro hemos de admitir nuestra vulnerabilidad fren-
te a las situaciones adversas, lo cual nos alivia la culpa al per-
mitirnos comprender que como individuos tenemos derecho al 

error y que en la búsqueda del éxito personal está agazapado el 

fantasma del fracaso, con su halo de oscuridad, tristeza e impo-
tencia. 

Abordaremos, asimismo, el impacto que las experien-
cias vividas como fracasos tienen sobre los componentes 

fundamentales de la autoestima, que son la confianza y el 

respeto por nosotros mismos. Emerger de estas situaciones 

sin adoptar el rol de víctimas requiere también de un aná-

lisis profundo y objetivo. 

Todo acontecimiento puede ser interpretado de más de 

una forma, y todo dependerá del cristal con que estemos 

observando nuestro mundo exterior, pero también nuestro 

mundo interior. Si los fracasos son juicios sobre sucesos de 

nuestra vida, cuando cambiamos el juicio que nos merece 

el hecho en sí mismo estamos también modificando sus re-
percusiones sobre nuestro estado de ánimo. 

En tiempos difíciles, y cuando estamos sumidos en agudas 

crisis personales, perdemos la perspectiva de nuestro dere-
cho natural al bienestar y a que sean respetados nuestros es-

12 

pacios y límites, en salvaguarda de nuestra integridad y del 

necesario equilibrio emocional. 

Todos somos capaces de desarrollar una sana autoestima, 

en la medida en que nos fijemos metas accesibles y lógicas. 

Existen períodos de transición entre el impacto que causan 

las experiencias negativas en nuestro cuerpo emocional y la 

cicatrización de las heridas del alma que estos episodios pro-
ducen. Este tiempo lo utilizaremos para hacer un balance 

existencial y generar una nueva forma de pensar y ver la rea-
lidad. 

La autovaloración surge del diálogo interno y de la toma 

de conciencia sobre la necesidad de instrumentar cambios 

que nos permitan vivir mejor. Tomar un café con uno mismo 

facilitará la tarea en la que estoy dispuesto a ayudarlo, aun-
que debo adelantarle que las decisiones siempre son perso-
nales, y no pueden ni deben ser tomadas bajo el influjo del 

criterio de otra persona, aunque ésta sea de nuestra total con-
fianza. 

Llegará el día en que usted percibirá su nueva identidad y 

estará en condiciones de volver a interactuar con todos los 

seres humanos mostrando una autoestima saludable y con 

total conciencia de sus logros, que serán bien recibidos por 

quienes lo rodean, que a partir de su transformación han de 

respetarlo y dispensarle el trato que usted se merece. 

No tema, la travesía comienza aquí, no se detiene nunca, 

pues la Excelencia en Calidad de Vida es un anhelo que to-
dos tenemos. El destino final es transformar su manera de 

pensar y de sentir respecto de sus derechos, pero también 

de sus obligaciones, para poder así retomar la conducción de 

su vida, sabiendo fehacientemente hacia dónde ha de diri-
girla. 

De la misma manera en que lo hice con El lado profundo de la 

Vida, pongo este material a su disposición y a su juicio, desean-

13 

do serle útil para sobrellevar con dignidad estos tiempos di-
fíciles, y contribuir con este aporte a estimularlo para que se 

inicie en el camino del autoconocimiento y la autovaloración, 

que se convertirán a la postre en el soporte principal del desa-
rrollo de su autoestima. 

PRIMERA PARTE 

LA VULNERABILIDAD 

DEL SER HUMANO 

FRENTE A LAS PÉRDIDAS 


ANÁLISIS DEL IMPACTO DE LOS FRACASOS 

El camino hacia el triunfo se vuelve solitario 

porque la mayoría de los hombres no está dis-
puesta a enfrentar y vencer los obstáculos que 

se esconden en él. La capacidad de dar ese úl-
timo paso cuando estás agotado es la cualidad 

que separa a los ganadores de los demás co-
rredores. 

EDWARD LE BARÓN 

El impacto que los acontecimientos vividos como fracasos 

producen a lo largo de nuestra Existencia está íntimamente 

ligado al grado de sensibilidad que cada uno de nosotros po-
see, y a la manera en que somos capaces de manejar nuestras 

emociones. 

En la medida en que la vida nos coloca en situaciones en 

las que «debemos» sentir de una determinada manera pues 

hemos sido programados para ello, comprendemos con fa-
cilidad qué es la tristeza y la alegría, qué son los éxitos y lo 

que significan los fracasos. 

Esto hace que los sentimientos que nos embargan cuando 

atravesamos por profundas crisis personales sean, en térmi-
nos generales, similares; lo que señala la diferencia entre 

unas personas y otras es cómo manejamos lo que estamos 

sintiendo, y qué tiempo nos lleva procesar adecuadamente 

esa sensación tan desagradable que nos identifica con el fra-
caso. 

Durante un cierto tiempo de nuestra vida creemos que so-
mos inmunes o que podemos evitar el tener que pasar por 

estas experiencias, que tienen como común denominador los 

17 

sentimientos de pérdida y que lesionan tan duramente nues-
tra autoestima. 

Es muy probable que usted, que está comenzando a leer 

este libro, ya haya tenido que enfrentarse en más de una opor-
tunidad a situaciones que han hecho trizas el juicio que tenía 

de su propia persona, y que haya experimentado ese senti-
miento de impotencia frente a la vida. 

En el otro extremo de la misma línea, y sobre todo si us-
ted es muy joven, quizá no tuvo aún esa riquísima expe-
riencia de ser derrotado, de haberse arriesgado a algo por-
que creía que era su camino; lo invito a enfrentarse a este 

desafío, que lleva en su núcleo las respuestas más contun-
dentes a los interrogantes de la Existencia. 

Lo cierto es que, si no hemos tenido la experiencia, en 

algún momento hemos de vivirla, y la razón de ello es muy 

sencilla: cada vez que intentamos algo nuevo, sea en el cam-
po que fuere, nos exponemos a muchos riesgos, y uno de 

ellos es el de no lograr nuestros objetivos. 

Convengamos en que es más fácil hablar del éxito, los 

triunfos y alegrías que sumergirnos en las tinieblas del fraca-
so y del dolor que éste nos provoca. Innumerables libros, 

conferencias y seminarios abordan el éxito desde distintos 

ángulos, creando una falsa imagen de un ser humano que 

todo lo puede y olvidando maliciosamente una de las posibi-
lidades que con mayor frecuencia puede presentarse en la 

toma de nuestras decisiones: equivocarnos, errar y, por ende, 

fracasar. 

Estas últimas son posibilidades reales, humanas, nuestras, 

mías y suyas, que nos hacen sentir que tenemos derecho a 

ganar, pero que también lo tenemos a perder. Sin duda el fra-
caso lleva implícito en su concepción el sentimiento de pér-
dida; pero con frecuencia también podemos ganar mucho 

con este tipo de vivencias. 

Una experiencia invalorable es vivir en carne propia lo 

que significa caer hasta lo más bajo y sentir que no encontra-
mos el camino, que todo está oscuro y que la esperanza se 

desvanece, hasta que un rayo de luz nos señala hacia dónde 

tenemos que ir para ser protagonistas de nuestra reconstruc-
ción. El fracaso nos torna más humildes, más reflexivos y 

más permeables a escuchar a quienes tienen más Sabiduría 

que nosotros. 

Los fracasos son sucesos que templan el alma y el espíritu, 

y nos van fortaleciendo para ayudarnos a enfrentar nueva-
mente la Vida, con un aire renovador que nos estimule a lo-
grar nuestros objetivos. 

Vivir es arriesgarse a fracasar 

Cada vez que nos atrevemos a salir al mundo en busca de 

algo que nos conmueve, de algo que nos causa satisfacción, 

debemos hacerlo sabiendo que una de las posibilidades es 

fracasar. Esto está incluido en el precio de vivir, en el impues-
to que debemos pagar en pos del éxito. 

Sólo permaneciendo en la mediocridad, es decir, evitando 

el esfuerzo, quedándonos donde estamos, podremos poster-
gar por un tiempo la desagradable sensación de haber «per-
dido» algo; y digo postergar, porque la inmovilidad acre-
cienta nuestra impotencia frente a los desafíos básicos de 

la Vida. 

18 

Cómo interpretamos los fracasos 

Si intentamos cambiar nuestra programación mental podre-
mos apreciar que cuando fracasamos estamos emitiendo au-

19 

tomáticamente un juicio de valor sobre los hechos en sí mis-
mos. No los evaluamos de manera objetiva e imparcial, por-
que estamos subjetivamente involucrados, y eso complica 

mucho la apreciación real de la situación por la que atravesa-
mos. 

Hay un punto en el análisis de estos sentimientos de pér-
dida tan invalidantes que considero clave, y es que debemos 

establecer una diferencia clara entre el acontecimiento tal 

cual es y el juicio de valor, que casi automáticamente emiti-
mos, respondiendo a lo que vivimos como profunda agre-
sión hacia nuestra persona. 

Esta diferenciación es fundamental a la hora de interpre-
tar el impacto que el fracaso ha producido en nosotros, y nos 

dará también la pauta de las condiciones en que nos encon-
tramos para comenzar a desarrollar nuestra autoestima, lue-
go del temporal devastador al que hemos asistido, casi siem-
pre en forma totalmente involuntaria. 

Existen fracasos explícitos, visibles, que cualquier persona 

puede apreciar y que representan consecuencias lógicas de 

situaciones a las que nos vemos sometidos en el libre juego 

de la Vida. Perder un trabajo o no poder alcanzar las metas 

que nos hemos propuesto son escenas que estarían enmarca-
das dentro de este concepto. 

Pero hay otros «fracasos», que no se ven desde el exterior, 

que no tienen marquesinas luminosas, sino que se viven en 

el interior mismo de cada ser humano, y que reflejan su pro-
funda decepción respecto de lo que le está tocando vivir. Es-
tas formas «encubiertas» de fracaso son mucho más turbu-
lentas y generan gran desasosiego y ansiedad en quien las 

está atravesando. 

Lo que unifica todas las formas de fracaso es el hecho de 

que todas representan un SENTIMIENTO DE PÉRDIDA, sin el 

cual el acontecimiento no toma ese cariz. 

20 

El fracaso vulnera severamente nuestra autoestima, pues 

rápidamente confundimos el hecho en sí mismo con nuestra 

capacidad de respuesta y con nuestros merecimientos, refe-
rentes al derecho al bienestar y a vivir de acuerdo con nues-
tros principios. 

Es como que todo se mezcla en ese verdadero vendaval de 

sentimientos encontrados donde buscamos culpables, respon-
sables, y descargamos nuestra ira y nuestra frustración, a veces 

donde no debemos, generando así aún más confusión en nues-
tro interior. 

Cuando nos toca vivir esta dolorosa experiencia, el primer 

pensamiento que nos acosa es por qué la Vida se ha ensaña-
do con nosotros, por qué somos víctimas de semejante injus-
ticia, sin reparar en que hay muchísimas personas que están 

atravesando por la misma situación o que lo han hecho en su 

momento. 

Claro que esto no es un consuelo que pueda mitigar 

nuestra sensación de haber sido literalmente destruidos 

por el fenómeno en sí mismo, pero debe hacernos reflexio-
nar, para comprender que no estamos solos en esta batalla 

por la recuperación de nuestra identidad y nuestra autoes-
tima. 

Cuando caen los modelos 

El mundo está atravesando por procesos de cambios macroe-
conómicos que, en el contexto de la situación concreta de cada 

región o país, repercuten duramente sobre nuestras expecta-
tivas de crecimiento y desarrollo. Esto genera una gran ines-
tabilidad, pues percibimos el desmoronamiento de modelos 

que creíamos inamovibles, y finalmente resulta que la única 

seguridad que tenemos es la confianza de creer que seremos 

21 ' 

capaces de manejar la inseguridad que estos acontecimientos 

nos provocan. 

Para que esto suceda nuestra autoestima debe estar 

intacta; más aún, tiene que estar sustentada en nuestra 

convicción dé que seremos capaces de reconstruir nues-
tra realidad, a partir de nuestros principios y nuestros va-
lores, recurriendo a esa energía potencial que todos alber-
gamos. 

Entre los tantos aprendizajes que incorporamos a lo largo 

de nuestra experiencia vital, uno de los más enriquecedores 

es visualizar nuestra responsabilidad en la génesis de los fra-
casos. Esto significa que no dejamos pasar los duros momen-
tos que nos tocan vivir sin extraer de ellos una enseñanza 

que nos haga crecer y madurar, a punto de partida de los 

avatares de la Existencia. 

Vivimos en sociedades donde la relación entre ganado-
res/perdedores cobra una relevancia inusitada. Si bien el 

concepto de Excelencia aplicado a la vida de los seres huma-
nos representa una meta de superación personal y el deseo 

de crecer como personas nos aproxima al concepto del éxi-
to, no es necesario vivir obsesionados por la creencia de que si 

no logramos siempre el primer lugar somos indignos de no-
sotros mismos. 

En la mayoría de los deportes de competición siempre 

debe haber un ganador y un perdedor. Nuestra vida, en cam-
bio, si bien está colmada de desafíos que nos ponen a prueba 

cotidianamente, no es asimilable a un partido de fútbol, tenis 

o baloncesto, por lo que debemos aprender a desarrollar la to-
lerancia a la frustración. 

Esto significa que cuando las cosas no salen como noso-
tros deseamos debemos darnos otra oportunidad, confiando 

en nuestra capacidad para superarnos, y aprender a aceptar 

que no siempre podemos dar cumplimiento a lo que aspira-

22 

mos, porque a veces se interponen circunstancias que no 

pueden ser manejadas por nuestra voluntad. 

La importancia de los fracasos 

Tolerar la frustración significa ante todo que somos humanos 

y que, por lo tanto, podemos ganar o perder, pero eso no ne-
cesariamente debe afectar nuestra autoestima, que es nuestro 

patrimonio más importante. 

Sin embargo, constantemente tratamos de protegernos de 

los fracasos como si éstos fueran una enfermedad infecto-
contagiosa, y transmitimos este sentimiento a quienes nos 

rodean. 

Sé que es difícil aceptar que podemos ser perdedores, 

pero si logramos detenernos tan sólo un instante en esta po-
sibilidad, percibiremos en toda su dimensión las oportuni-
dades que nos brindan estas situaciones para conocernos 

realmente y corregir los errores que hayamos cometido, in-
tentando de nuevo las cosas con un pensamiento fresco y con 

alegría de vivir. 

Seamos honestos y reconozcamos que no aceptamos el 

fracaso como moneda de cambio. Y, lo que es más grave aún, 

la mayor parte de las veces no nos creemos capaces de poder 

sobrevivir a estos episodios. 

Pero yo afirmo y reafirmo que es importante fracasar; en pri-
mer lugar, para demostrarnos a nosotros mismos que sobrevi-
viremos a la furia de estos vientos huracanados y que hemos 

de emerger de éstos fortalecidos, para enfrentar las inevitables 

situaciones a las que la Vida nos ha de exponer en un futuro 

más o menos cercano. 

Si somos humildes, tenemos mucho que aprender de estos 

episodios, cuando la oportunidad se presenta. Vea... el fraca-

23 

so nos obliga a reflexionar sobre las opciones que tenemos 

cuando analizamos nuestro futuro. 

La Vida muchas veces no nos da la oportunidad de dete-
nernos a pensar si podemos o no seguir adelantó. Usted de-
cide lo que hace: o se queda allí estancado, llorando y su-
friendo por su mala suerte, o, por lo contrario, hace algo. Y 

no importa qué: sólo pensar en hablar con otro, consultar a 

alguien, pedir un consejo, ya significa un cambio positivo, 

porque abre sus ojos a un horizonte de alternativas. 

El impacto que estas experiencias tan particulares tienen 

sobre el género humano va a depender, en gran proporción, 

de cuál es el concepto que cada uno de nosotros tiene sobre 

este fenómeno. 

Y, a propósito, seguramente todos nos hemos preguntado 

alguna vez: ¿QUÉ SIGNIFICA UN FRACASO PARA MÍ? 

Aquí, la libre interpretación vuela a través de los cielos de 

nuestros pensamientos, adjudicándole todo tipo de explica-
ción, y no pocas veces todo tipo de justificación, por la hosti-
lidad del entorno que interactúa con cada uno. 

Pero vayamos definiendo cautelosamente estos aconteci-
mientos, para ver si nos ponemos de acuerdo y logramos 

comprender por qué, como decíamos al principio de este ca-
pítulo, todos sentimos cosas muy parecidas ante el impacto 

de los fracasos. 

• Es la apreciación de un hecho, y por lo tanto ésta es sub-
jetiva. 

• Este hecho se desarrolla en una etapa de nuestra vida. 

• No hay razón para pensar que se convertirá en una si-
tuación estable a lo largo de nuestra Existencia. 

La manera en que cada uno valora los acontecimientos va 

a definir en el futuro cuál va a ser nuestro manejo de la situa-

24 

ción. Es importante tener claro que no son los hechos en sí 

mismos lo que más importa, sino en qué momento nos suce-
den, y cómo estamos equipados espiritualmente para en-
frentarlos del modo adecuado. 

Los cinco peldaños 

Veamos ahora en detalle lo que experimentamos cuando to-
mamos conciencia de que estamos atravesando por una si-
tuación que vivimos como un verdadero fracaso. En realidad 

hemos sufrido un golpe muy duro, que hace temblar nuestra 

identidad, pues nos sentimos destruidos, enojados y con una 

mezcla simultánea de culpa e impotencia. 

Es como si una bomba hubiera estallado cerca de nosotros, 

dejándonos atontados por el estruendo y la confusión. Lo 

primero que recibe él impacto y él daño es nuestra autoesti-
ma, que se ve súbitamente conmocionada por un hecho al 

que en un principio no podemos explicar ni encontrarle jus-
tificación. 

Generalmente recordamos el principio de esta penosa tra-
vesía como un momento de gran inestabilidad emocional, 

donde todos nuestros esquemas preconcebidos en cuanto a 

nuestra seguridad exterior caen con estrépito, dando lugar al 

comienzo de un recorrido en donde iremos ascendiendo por 

una escalera que nos pondrá en contacto con nuestra recons-
trucción como seres valiosos para la Vida. 

Los cinco peldaños hacia una nueva autovaloración son: 

 peldaño: el impacto inicial; 

l.er

2.° peldaño: los temores y los terrores; 

 peldaño: la ira y la autocensura; 

3.er

4.° peldaño: el juicio de quienes nos rodean; 

25 

5.° peldaño: la esperanza o la desesperanza; nuestra elec-
ción. 

La rapidez con que cada uno recorre este trayecto de 

transformación en una nueva persona, preparada, ahora sí, 

para enfrentar el mundo, es muy variable, y estará en fun-
ción de la capacidad para recuperar la confianza y el respeto 

por sí mismo. 

EL IMPACTO INICIAL 

Lo primero que nos sucede cuando percibimos la herida 

profunda que nos causa una pérdida abrupta es el des-
concierto. Sabemos que hemos sido duramente golpeados, 

pero aún no podemos aceptarlo en su total dimensión, pues 

no nos sentimos merecedores de tal agresión a nuestra per-
sona. 

La confusión gana nuestra mente y rechazamos aquellas 

cosas que momentáneamente no podemos manejar. Pode-
mos sufrir, en esta etapa, repercusiones sobre nuestro cuerpo 

físico, tales como inapetencia, dolores de cabeza, mareos, di-
ficultades respiratorias, etcétera. 

EL IMPACTO INICIAL, que es el primer peldaño, donde toda-
vía estamos, en cierta manera, tendidos por la intensidad de 

la agresión, conlleva un primer tiempo en que quedamos li-
teralmente inmovilizados por el asombro frente a lo sucedi-
do. Luego, una vez que logramos liberarnos de ese estado de 

impotencia de nuestra mente, tomamos conciencia de que 

estamos frente a una terrible pérdida. 

Si bien la ansiedad puede más que nuestra razón cuando 

luchamos en contra de un sentimiento de pérdida, no es 

aconsejable oponerse a la tristeza que nos embarga, sino que 

debemos buscar la forma de neutralizar el dolor que ha cu-
bierto de sombra nuestra vida. 

26 

La reacción natural es actuar y tomar decisiones que con-
trarresten la injusticia de la que hemos sido objeto, siendo 

habitual que cometamos grandes equivocaciones, porque 

actuamos de acuerdo con lo que sentimos y no de acuerdo 

con lo que es mejor para nosotros, dadas las circunstancias 

que estamos atravesando. 

Lo más aconsejable, en este primer escalón, es quedarse 

lo más quieto posible y tratar de comprender y que nos 

comprendan. Lo que seguramente no necesitamos es con-
sejos de cómo tal o cual persona salió de una situación si-
milar, o que nos digan que con buena voluntad todo se 

arreglará en un futuro. En esos momentos no estamos en 

condiciones de valorar si lo nuestro es de mayor o menor 

envergadura que lo que le sucedió a otras personas. Para 

nosotros se trata del ciento por ciento de nuestro dolor, y 

tenemos que asumirlo de esa manera. 

Lo que todos sentimos frente a una gran pérdida es la ne-
cesidad de contención, de que entiendan nuestra contrarie-
dad por lo sucedido. Por sobre todas las cosas, necesitamos 

percibir que alguien es capaz de acompañar nuestra ira, 

nuestra frustración y nuestra impotencia, sin darnos conse-
jos que no estamos en condiciones de procesar y sin juzgar 

acerca de nuestra culpabilidad o inocencia respecto de los 

hechos de que se trate. 

Frente a este impacto inicial lo que se impone es dar rien-
da suelta a nuestro «yo» herido y esperar que el dolor llegue 

a su pico máximo y comience luego a disminuir, dando lu-
gar a la posibilidad de ascender al segundo peldaño, que es 

enfrentarse con: 

LOS TEMORES Y LOS TERRORES 

Cuando tenemos la sensación de que hemos absorbido el gol-
pe y el terrible dolor comienza a atenuarse, casi sin distancia 

27 : 

entre sí aparecen en escena dos enemigos a los que debemos 

enfrentar. 

Los MIEDOS son mecanismos de supervivencia cuando tie-
nen que ver con objetos específicos; tal como el dolor o la fie-
bre, son la luz roja que se enciende como señal de adverten-
cia, para indicarnos que en algún sector de nuestro cuerpo o 

de nuestra alma hay algo que no está funcionando de mane-
ra adecuada. 

Otra cosa muy diferente son los terrores o el pánico, por-
que no solamente nos paralizan sino que pierden su finali-
dad de protegernos frente a una amenaza potencial. 

Una buena pregunta que podemos hacernos es a qué se 

debe la aparición de esta sensación de minusvalía que tanto 

nos hace sufrir. Cada ser humano vive en un mundo que tie-
ne un determinado orden, y este orden se ha hecho añicos en 

un instante. Esa sensación de inseguridad está basada en que 

el edificio que cuidadosamente habíamos construido a lo lar-
go del tiempo se desmorona frente a nuestros ojos, gene-
rando un estado de angustia que no nos permite manejar la 

idea de que aún pueden presentarse desastres mayores de 

los que ya estamos viviendo. 

Debemos buscar la forma de evitar llegar a esta situación 

de falta de control que caracteriza al terror, porque, de lo con-
trario, tendremos que luchar contra dos enemigos simultá-

neamente: uno, el fracaso que nos duele, y, otro, nuestro ene-
migo interno, que nos impide ver que a pesar de nuestra 

tristeza hay aún en nosotros una gran fuerza interior que nos 

ha de iluminar el camino de la recuperación. Pero esta re-
construcción de nuestra persona todavía no está lo suficien-
temente madura como para que podamos disfrutarla. 

Quedan aún algunos tramos por subir en esta escalera que 

nos está ayudando a crecer como personas útiles a nosotros 

mismos. Es ahora el tiempo de ascender el tercer peldaño: 

28 

LA IRA Y LA AUTOCRÍTICA DEVALUATORIA 

Si recorremos el amplio espectro de las distintas conductas 

humanas, podremos apreciar que, mientras algunas perso-
nas son extremadamente sensibles y reaccionan de inmedia-
to frente a cualquier estímulo como ante una agresión, otras 

permanecen impasibles frente a los distintos acontecimien-
tos de su Existencia. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿les es 

indiferente lo que sucede directamente con ellos o es que no 

logran exteriorizar lo que sienten como una afrenta a su inte-
gridad? 

Algunas personas quedan tan afectadas por su fracaso 

que ni siquiera atinan a enojarse, y pasan del terror a la de-
sesperanza, saltándose peligrosamente algunos peldaños de 

su reconstrucción. 

Al no existir este período de transición que es algo así 

como una radiografía interna de nuestra sensibilidad, la re-
cuperación se hace más penosa, porque la ira y la autocrítica, 

siempre y cuando sean pasajeras, son muy recomendables 

para reforzar la convicción de que somos personas que vale-
mos y que tenemos derecho a sentirnos mal con lo que nos 

sucede. 

En suma, lo que pasó ha calado muy hondo en nuestra ma-
nera de ser, y el sentimiento de ultraje está presente y es lo que 

desencadena la ira. Junto con ella aparece inexorablemente la 

búsqueda de culpables que carguen con la responsabilidad de 

que estemos atravesando por una crisis tan profunda. 

Inmediatamente después de procesar todas estas actitu-
des aparece la autocrítica, por medio de la cual buscaremos 

hacernos cargo correctamente de la cuota de responsabilidad 

que nos corresponde también a nosotros en la génesis de es-
te fracaso. 

Si encontramos culpables, nuestra escala de valores no se 

verá vulnerada y el «orden de nuestra vida» podrá continuar 

29 

con los mismos esquemas que hasta el presente. Es decir, 

asumimos que el origen del daño está fuera de nosotros. 

Las cosas comienzan a complicarse cuando debemos ad-
mitir con honestidad que en realidad sabíamos que tarde o 

temprano esto iba a suceder, sólo que no hicimos nada al res-
pecto. La autocrítica es válida en cuanto nos ubica en el justo 

lugar de nuestra responsabilidad. Se convierte, en cambio, 

en una práctica absolutamente destructiva en la medida en 

que la utilizamos para devaluar nuestra persona, y para fus-
tigar con dureza nuestra conducta. 

Interrogantes del tipo de «¿Cómo no me di cuenta antes 

de lo que estaba pasando?», o afirmaciones tales como «No 

debí haber permitido que las cosas llegaran hasta este pun-
to», sólo sirven ahora para avivar el fuego de nuestra angus-
tia y no para despejar la bruma que nos cubre en esta etapa. 

Enojarnos periódicamente nos hace muy bien, porque rea-
firma que sentimos respeto por nosotros mismos. Es el me-
dio del que disponemos para ejercer nuestro derecho a pro-
testar por las injusticias de las cuales hemos sido objeto. 

Ahora, si la ira y la autocrítica destructiva se convierten en 

una costumbre, iremos perdiendo la confianza en nosotros 

mismos y llevaremos sobre nuestras espaldas no sólo las cul-
pas fruto de nuestros errores sino también todas las culpas que 

los demás intentarán proyectar sobre nosotros, y que no nos 

corresponde cargar. 

Finalmente, no se asuste de sus reacciones. Sirven para 

algo muy concreto: escalar los peldaños de su reconstrucción 

y por ese camino acercarse a otro período muy trascendente, 

que es el de tratar de ser impermeables a: 

EL JUICIO DE QUIENES NOS RODEAN 

Hay personas extremadamente sensibles a la opinión de los 

demás, y esto les genera mucho temor y vergüenza, cuando 

30 

se sienten juzgados en relación con los acontecimientos por 

los que atraviesan. 

El qué dirán y el «qué pensarán de mí», son fantasmas que 

comienzan a rondar en nuestra mente, haciéndonos sentir 

profundamente culpables no por lo que nos pasó o por cómo 

nos sentimos, sino por lo que los demás van a pensar de no-
sotros. 

Analicemos en profundidad los hechos, en su contexto 

real: quienes estamos sufriendo SOMOS NOSOTROS, quienes 

tenemos que enfrentar los problemas SOMOS NOSOTROS, quie-
nes debemos buscar las soluciones SOMOS NOSOTROS. En-
tonces, ¿quién tiene el derecho de juzgar nuestras actitudes 

o nuestros sentimientos? La respuesta es clara y concluyente: 

NADIE, salvo aquellas personas a las que les otorguemos el 

poder de emitir juicios de valor sobre nosotros. 

Esto significa que una cosa es estar muy triste y acongoja-
do por lo que nos sucede, y otra cosa es permitir que nos ten-
gan lástima o que cualquiera emita el diagnóstico y el «trata-
miento» que considera mejor para el caso, sin detenerse a 

pensar lo que sentimos en nuestro interior y cuál es la verda-
dera situación que estamos viviendo. 

Emitir juicios no es una manera de ayudar a nadie; es, qui-
zás, el modo más cruel de hacer sentir mal a una persona, se-

ñalándole su minusvalía o su incompetencia frente a los de-
safíos básicos de la Existencia. 

Nadie mejor que nosotros, que estamos en el ojo de la 

tormenta, puede percibir el extraordinario esfuerzo que sig-
nifica mantener la cabeza erguida a pesar de lo sucedido y 

contestar con dignidad y altura las preguntas que inevitable-
mente quienes nos rodean comenzarán en algún momento 

a realizar: «¿Como estás?», «¿Puedo ayudarte en algo?». Al-
gunos mensajes serán sinceros y estarán dirigidos a exten-
dernos la mano que necesitamos para superar este trance tan 

31 

duro, pero otros estarán dirigidos solamente a descubrir con 

malicia si estamos destruidos o avergonzados por los he-
chos. 

Es penoso tener que describir actitudes humanas tan difí-

ciles de entender, pero la cruda realidad es ésta, y nuevamen-
te dependerá de nosotros el que ascendamos por la escalera 

de la reconstrucción con la cabeza erguida, aunque por den-
tro todavía no tengamos claro cómo hemos d§ salir victorio-
sos de esta batalla. 

Pero como toda situación a lo largo de nuestra vida puede 

tener más de una lectura, ésta también nos ofrece la posibili-
dad de salir al mundo con una imagen de derrota (y así tam-
bién nos verán los demás, tristes, impotentes, vencidos) o, 

por el contrario, de recomponernos y mantener una imagen 

de entereza y de rebeldía, por la que también seremos respe-
tados por los demás. 

No olvidemos que el poder está dentro de nosotros; con 

nuestra actitud estaremos monitorizando la actitud de los 

demás con respecto a nosotros. Sí será importante, pues, 

guardar las lágrimas, morder la angustia que sentimos ante 

la incertidumbre de un futuro que aparece en nuestro hori-
zonte con imágenes que aún no son claras, pero con la íntima 

convicción de que nuestra fuerza interior será el timón del 

barco que nos conducirá a surcar nuevos mares en busca 

del puerto del bienestar. 

En última instancia, fracasar no es una vergüenza, y por lo 

tanto no debemos sentirnos avergonzados ni permitir que los 

demás hagan, del árbol caído, la leña que avive el fuego de sus 

ambiciones. Sólo nosotros somos capaces de juzgarnos adecua-
damente y no sentirnos víctimas. Nadie puede hacernos sentir 

así; sólo nosotros. 

Es cierto, hemos caído, o nos han hecho caer, no importa 

demasiado en este momento. Se impone entonces un perío-

32 

do de reflexión sobre nuestros actos y nuestros sentimientos. 

Navegar a través de las turbulentas aguas de las almas en 

conflicto requiere de mucho valor. Pero es el único camino 

válido para el reencuentro con nuestro verdadero Ser, que re-
flejará la luz que necesitamos para alcanzar el próximo pel-
daño: 

LA ESPERANZA O LA DESESPERANZA: NUESTRA ELECCIÓN 

Llegados casi a la cima de la escalera que nos conduce a una 

nueva dimensión en nuestra vida, debemos optar entre la es-
peranza -o sea, volver a creer en nuestra capacidad de tomar 

decisiones acertadas- y sumirnos en la oscuridad de la noche 

de nuestra vida, una noche en la que no se vislumbra un 

amanecer y que nos deja carentes de toda ilusión respecto 

del futuro. 

La desesperación se instala cuando nuestra autoestima 

es profundamente dañada y cuando tenemos la íntima con-
vicción de que la herida que hemos sufrido es mortal y que 

no somos ni seremos capaces de recuperarnos. Como toda 

apreciación, ésta puede ser tan subjetiva que no nos permita 

visualizar que sí tenemos opciones, y que cada ser humano 

es mucho más de lo que le sucede diariamente. Es en el des-
cubrimiento de ese espacio que nos permite caernos y levan-
tarnos tantas veces como sea necesario donde encontrare-
mos la salida a esa penumbra que se ha desplegado ante 

nosotros, y que con una fuerza increíble nos arrastra hacia la 

depresión. 

Podemos estar en cualquiera de los peldaños por los que 

vamos ascendiendo para superar la crisis que estamos vi-
viendo, pero mientras sigamos creyendo en el valor intrínse-
co de nuestra persona y en la habilidad para construir un fu-
turo mejor evitaremos caer en las garras de la ansiedad y la 

angustia existencial. 

33 

En otras palabras: mientras podamos mantengamos en alto 

nuestra autoestima; ésta será nuestra mejor aliada para vencer 

las dificultades que se nos presenten. Tenemos que ejercer 

el derecho a realizar nuestro duelo por la pérdida que hemos 

experimentado: es un permiso que debemos otorgarnos. 

Si escapamos de la pérdida, en lugar de sumergirnos en 

ella, sólo estaremos prolongando la desesperanza. La propia 

experiencia vital nos muestra que un día el dolor comienza a 

ser menos intenso y que tarde o temprano saldremos adelan-
te y estaremos finalmente listos para presentarnos nueva-
mente ante el mundo. 

Es cierto, hemos perdido algo, o sentimos que nos han he-
cho perder algo; pero a pesar de todo tomemos esto como una 

premisa indiscutible: AÚN ESTAMOS VIVOS, Y EXISTIMOS. El 

objetivo, de aquí en adelante, será rescatar los aspectos positi-
vos de este acontecimiento. 

Es bueno también, en este momento de nuestro ascenso 

por los peldaños de nuestra reconstrucción, recordar aque-
llos períodos de nuestra vida que han sido buenos, con lo-
gros importantes, como modo de certificar nuestra valía y 

nuestra disposición para recuperar la responsabilidad de 

ser quienes decidamos ser en el futuro. 

Cómo empezar a sentirse mejor 

¿Cuánto tardaremos en subir todos los peldaños hasta en-
contrarnos en condiciones de volver a mirar el mundo con 

confianza? ¿Cuándo empezaremos a sentirnos mejor? És-
tos son algunos de los muchos interrogantes que nos hace-
mos mientras vivimos estos amargos momentos. 

Lo que usted debe saber es que a todos los seres humanos 

nos sucede lo mismo frente a las pérdidas, más allá de los 

34 

matices individuales que marcan la diferencia en el tiempo 

de recuperación. Estoy de acuerdo en que no es agradable lo 

que se siente, pero es superable, y de ninguna manera la sen-
sación de minusvalía tiende a perpetuarse. Las heridas, así 

como dejan cicatrices, también estimulan la rebeldía y la con-
vicción de que somos capaces de sobrellevar la adversidad. 

Lo importante es no quedarnos en alguno de los peldaños, 

imposibilitando así el avance. La fuerza y la energía de que 

disponemos deben ser utilizadas en nuestra reconstrucción y 

no en ligarnos a un pasado que no es más que eso: PASADO. Y 

que no estamos en condiciones de cambiarlo, porque, como 

la historia, ya está escrito, y ésta es nuestra historia, la cual va 

a formar parte inseparable de nuestro bagaje personal. 

Imaginemos por un instante esta escalera como si fuera 

una ruta que une el momento en que sentimos que hemos 

sido agredidos, heridos, y el momento de la cicatrización defi-
nitiva, en que esa misma herida ha cerrado por completo. 

Si logramos atravesarla, tomando conciencia de su tras-
cendencia, antes estaremos en condiciones de plantearnos 

un éxito futuro. • 

¿Es fácil transitar por la vida? No, no lo es, pero se puede. 

Y usted también puede, como tantos otros que hemos fraca-
sado una y otra vez en el sano intento de lograr nuestro bie-
nestar. Por lo tanto no se desanime: todo lo «negativo» que 

hoy aparece en su horizonte irá transformándose en los ins-
trumentos con los que podrá contar para volver a creer en 

ese potencial que está en su interior, a la espera de ser de-
velado, para ser utilizado en favor de su reinserción en el 

mundo. 

Nadie puede hacerlo por nosotros. Parece una tarea muy 

dura. Y lo es. Pero es el único camino para reencontrarnos 

con un ser excepcional, quizá desconocido hasta este mo-
mento, pero que está esperándonos para presentarse. Ani-

35 

mémonos a conocernos en profundidad, sin velos y sin limi-
taciones. Sólo así podremos aprender del fracaso y transfor-
marlo en la gran oportunidad de cambio. 

Una cuestión de actitud 

Cualquiera sea la índole de nuestro problema -causado por 

nosotros o debido a factores externos, de aparición repenti-
na u oculto durante un largo tiempo-, cuando este conflicto 

interno se desata podemos elegir entre adoptar varias pos-
turas: 

• Desconocerlo, y esperar a que se diluya en el tiempo. 

• Tratar de convivir con él. 

• Encontrar los aspectos positivos, y capitalizarlos a nues-
tro favor. 

La realidad es una sola, y depende de nosotros el tener la 

voluntad o no de apreciarla. Si evadimos nuestros problemas, 

es lógico que éstos no desaparezcan, sino que continuarán 

creciendo y obstaculizando nuestro proceso de recuperación. 

Puede ser que en el camino de la vida algunos problemas 

se resuelvan por sí solos, pero la mayoría requiere de una ac-
titud firme y decidida para abordarlos en profundidad y re-
solverlos con inteligencia, esto es, con un resultado positivo 

para nosotros. 

Los llamados «problemas reales» no pasan desapercibidos 

en nuestra Existencia, y siempre dejan huellas o rastros de su 

devastador poder, en cuanto movilizan estructuras que 

creíamos muy sólidas, y que vemos derrumbarse cuando, 

obligados por las circunstancias, debemos cambiar nuestra 

visión del mundo. 

36 

Por lo tanto, el desconocimiento, o la esperanza de que 

el problema disminuya su intensidad causándonos menos 

daño, no aparece como una solución adecuada para mitigar 

el impacto que nos ha provocado el problema o la pérdida a 

la que nos vemos enfrentados. 

La convivencia pacífica con una situación conflictiva im-
plica la aceptación inmediata de que el problema no tiene so-
lución. El ejemplo más claro de situación en la que se gene-
ran sentimientos de esta naturaleza es la pérdida de un ser 

querido. Pero aun en esta dolorosa circunstancia, los seres 

humanos podemos optar por varias alternativas. Podemos 

dejarnos llevar por un dolor a veces difícilmente soportable 

cada vez que la imagen del ser querido aparezca en nuestra 

mente, o podemos hacer el intento de conservar en nues-
tra memoria los buenos momentos que compartimos. Trans-
formar la pena en aceptación de la realidad no es tarea fácil, 

pero pone de manifiesto la grandeza del ser humano. 

Pero hay una tercera posibilidad, y es la que nos permite 

apreciar los aspectos positivos que toda circunstancia vital 

encierra en sí misma, y es una misión ineludible: dirigir nues-
tros esfuerzos a incorporar aquello que nos sirve, transfor-
mando el gasto innecesario de energía en una fuerza renova-
dora que nos ayude a transitar por los caminos de la vida con 

una brisa fresca que aliente la visión optimista del futuro. 

Aunque encontremos personas solidarias con nuestra 

frustración ante el fracaso o la pérdida, cada ser humano es 

el único dueño de ese patrimonio vivencial que nos hace di-
ferentes a unos de otros. Sólo cada uno sabe cuánto le duele 

y cuánto se sufre en estas etapas en que somos puestos a 

prueba. 

El manejo adecuado de los problemas nos orientará con 

más precisión en la dirección correcta, y necesitaremos cam-
biar nuestros patrones de conducta y modificar modelos que 

37 

hoy percibimos como obsoletos. Para el logro de los objeti-
vos que nos trazamos requeriremos de una buena cuota de 

determinación y perseverancia. 

La salud del alma 

Cada vez que nos internamos en las profundidades del 

Hombre, ineludiblemente debemos considerar aspectos que 

tienen que ver con la Salud en su expresión más amplia. La 

imagen que se nos representa del Ser Humano tiene una ver-
tiente física, visible, y una vertiente espiritual, que la mayo-
ría de las veces consiste en una búsqueda constante de equi-
librio. 

Entre estas dos vertientes está el alma, que es el espacio 

donde los pensamientos, los sentimientos y nuestra motiva-
ción se desarrollan e interactúan entre sí, reflejando su bie-
nestar sobre el cuerpo y el espíritu. 

Un cuerpo en equilibrio ayudará al alma y al espíritu; al-
mas en conflicto contribuyen a tornarnos más vulnerables y 

a desarrollar entonces enfermedades que se asientan en el es-
pacio denominado cuerpo físico. 

Un cuerpo que sufre como consecuencia de una agresión 

externa o interna inevitablemente repercutirá de manera ne-
gativa sobre las poderosas fuerzas del alma; sin embargo, 

un alma capaz de vibrar ante los sucesos de la vida, y crecer 

ante ellos, proyecta su influencia sobre un cuerpo transitoria-
mente debilitado para ayudarlo a recuperarse por completo. 

Esta indivisibilidad del ser humano nos abre nuevas di-
mensiones con respecto de los misterios de la vida del alma 

y su relación con nuestro funcionamiento como individuos. 

Nuestra búsqueda constante del equilibrio hace que incur-
sionemos en estos surcos profundos de nuestro «yo», posibi-

38 

litándonos delinear nuestro futuro. En otras palabras, nos 

permite ser las personas que deciden lo que desean para su 

vida, hoy y mañana también. 

Cada vez que resolvemos un conflicto, cada vez que sali-
mos airosos de una crisis personal, nos sentimos más fuertes 

y en condiciones de recorrer caminos de crecimiento per-
sonal. 

Los problemas son situaciones que pueden aparecer en 

nuestra vida súbitamente o formar parte de nosotros, inte-
grados en nuestra vida cotidiana desde mucho tiempo antes. 

Podemos ser absolutamente conscientes de dichos proble-
mas o que éstos nos hayan pasado desapercibidos, sin repa-
rar en la jerarquía y la influencia que tienen en nuestro de-
sempeño diario. Los problemas nos enfrentan a un desafío 

constante, que tiene que ver con el descubrimiento de los se-
cretos que ellos encierran. 

La primera pregunta clave es: 

¿SOMOS CAPACES DE RESOLVER NUESTROS PROBLEMAS? 

Mientras tanto, las crisis son acontecimientos que requie-
ren una atención inmediata, porque traducen una claudi-
cación abrupta de nuestros mecanismos de defensa, ponen 

en tela de juicio los valores con los cuales nos movíamos en 

nuestro mundo. 

Tienen a su vez el agravante de que requieren de nuestra 

parte la valentía de realizar una introspección profunda, a 

los efectos de rescatar ideas creativas, imaginación y toda 

nuestra experiencia para emerger lo más indemnes posible 

de este verdadero tifón que se cierne sobre las aguas tranqui-
las de nuestra Existencia. 

La segunda pregunta clave es: 

¿SOMOS CAPACES DE RESOLVER NUESTRAS CRISIS? 

Los problemas y las crisis son situaciones que requieren de 

soluciones que escapan a los modelos, y que nos enfrentan a lo 

39 

desconocido, por lo que generan en nosotros temor y angus-
tia. Nos tornan vulnerables y nos obligan a ser creativos. 

Cada vez que nos enfrentamos a un problema o a una si-
tuación de crisis tenemos la oportunidad de poner a prueba 

nuestro ingenio, y cuando salimos airosos de esta experien-
cia nos sentimos más fuertes, y, por sobre todas las cosas, 

más aptos para responder a los desafíos básicos de nuestra 

vida. 

A lo largo de este difícil camino que es aprender a vivir, 

nos vemos reiteradas veces ante obstáculos que dificultan 

nuestro andar. Así se presentan los problemas, como situa-
ciones a superar, exigiendo de nosotros paciencia, sapiencia 

y flexibilidad para poder encontrar la mejor forma de supe-
rarlos. 

Las crisis son encrucijadas que se nos presentan como con-
secuencia de una sucesión de problemas que no hemos re-
suelto en su momento y que, una vez acumulados, nos obli-
gan a tomar determinaciones más profundas y que han de 

cambiar sin duda nuestro presente y nuestro futuro. 

Las crisis son «altos en el camino» donde la reflexión y 

el diálogo interno se imponen, e interrogantes tales como 

«¿Hacia dónde voy?» y «¿Qué espero de mi vida?» exigen 

imperiosamente una respuesta adecuada. Es como si nos en-
contramos ante un precipicio y debemos tomar resoluciones 

que sólo cada uno de nosotros puede asumir. 

El impacto que los problemas y las crisis, las frustraciones 

y los fracasos tienen sobre nosotros nos lleva a imponernos la 

tarea de encontrarnos con nuestra autoestima, una de las cla-
ves para revertir estos sentimientos y ayudarnos a encontrar 

caminos de entendimiento que nos permitan aproximarnos 

al tan anhelado bienestar. 

Para terminar este primer capítulo le aconsejo que coloque 

el marcador de página y se haga esta pregunta: 

40 

¿ME MEREZCO LA FORMA EN QUE ESTOY VIVIENDO? 

Respóndase con absoluta sinceridad, y si encuentra que 

debe introducir cambios en su vida, lo invito a acompañar-
me en este recorrido hacia el encuentro con «nuestra» autoes-
tima, la propia, la intransferible, y verá cómo hemos de hallar 

la herramienta idónea para mejorar nuestra forma de vivir. 

¡Gracias por aceptar el desafío! 

<$> <$> »j. 

M i VIAJE A LA RECUPERACIÓN 

En el comienzo 

dudaba de que fuera posible 

resistir hasta el fin. 

Hubo tiempos de ira, 

dolor, tristeza y sufrimiento; 

tiempos en los que me pregunté: 

¿por qué yo? 

Pero un día 

hubo un destello de luz 

y luego, otro. 

Las nubes empezaron a abrirse 

y pude ver más allá de ellas. 

Los ratos de contento, 

de sentirme segura, 

fueron sumando más 

que los de miedo y melancolía. 

Se tejieron nuevas amistades; 

la desolación, la falta de confianza en mi valer, 

se fueron convirtiendo 

en firmeza, en resolución. 

41 

Era como pasar de las tinieblas 

a la luz, con una nueva sensación 

de poder. 

Ahora comprendo que en mi pasado hay posas 

que no puedo alterar; 

lo que puedo es impedir que manden 

sobre mi vida y mi felicidad. 

Sé que esta parte de mi vida 

jamás se irá del todo, 

pero el lugar que ocupa en mi existencia 

es menos prominente. 

He empezado a permitir que otras ideas 

pueblen mi mente. 

Tengo un mejor conocimiento de mí misrfw, 

de mis debilidades y de mis puntos fuertes• 

Ya no temo poner límites. 

Empiezo a disfrutar otra vez de la vida 

y a pensar en el futuro. 

Ahora puedo ver todo este tiempo 

tal como fue: 

un tiempo de crecimiento, 

de descubrimiento de mí misma, 

de curación. 


¿SOMOS REALMENTE VÍCTIMAS? 

¡Cuántas veces nos arrinconaríamos en noso-
tros mismos para refugiarnos! Y sin embargo, 

dentro están nuestras armas: las alas de oro de 

la inteligencia, el escudo de plata de la volun-
tad, la lanza viva de las palabras, las sandalias 

rojas del coraje. ¡Qué pocas veces desenvainan 

los hombres sus almas! 

JOSÉ LUIS MARTÍN DESCALZO 

ANNA MARIE EDWARPS 

Las crisis personales ponen de manifiesto conflictos severos 

que debemos resolver, y que generalmente hacen referencia 

a cuál es el concepto que nos merece nuestra propia persona, 

enfrentada a los problemas del diario vivir. 

Antes de introducirnos en el juicio sobre nuestras actitudes, 

tenemos que aceptar o reconocer que estamos ante una situa-
ción que nos ha generado mucha zozobra, y que representa 

una dificultad que lograremos sortear con éxito en la medida 

en que podamos reconocer que nos encontramos ante uno o 

varios problemas. 

El primer paso para emerger con éxito de las crisis perso-
nales es admitir que estamos sumergidos en ellas, y que he-
mos desconocido por mucho tiempo la existencia y la in-
fluencia de determinados problemas, los mismos que ahora 

nos vemos en la necesidad de evaluar y comenzar rápida-
mente a resolver. 

Pero nadie es capaz de encontrar la solución a un conflic-
to si no tiene la humildad de reconocer que éste existe. Para 

eso, una buena guía para comenzar a actuar con firmeza es 

preguntarse: 

43 

• ¿Cómo han llegado los problemas a mí? 

• ¿Qué repercusiones han tenido sobre mi vida cotidiana? 

• ¿Qué soluciones logro visualizar para estos problemas? 

La diferencia entre los hechos y los sentimientos 

Es fundamental, al principio, aprender a separar los aconteci-
mientos en sí mismos de lo que uno siente respecto de ellos. 

Los dos elementos tienen su jerarquía: el acontecimiento, 

porque es un reflejo de la realidad, que no podemos negar, y 

los sentimientos, porque son fuerzas internas que condicionan 

nuestras decisiones en cada instante de nuestra Existencia. 

Si analizamos un problema, veremos que una parte de él 

proviene del entorno, es exterior a nosotros, y otra parte es 

cómo lo siente cada uno, y cómo somos capaces de manejar-
lo, a favor o en contra. 

La tarea es descender hasta el núcleo central del conflicto, 

sin agregarle lo que pensamos o lo que los demás piensen so-
bre el hecho; la objetividad, la imparcialidad y el reconoci-
miento sereno de la realidad son nuestras herramientas en 

esta etapa. 

¿Cómo lograr que nuestros sentimientos no interfieran en 

la tarea de hacer una descripción exhaustiva y honesta de lo 

que estamos viviendo? La necesidad de liberarnos de la 

opresión que significa estar atravesando por la difícil expe-
riencia de una crisis personal nos conducirá por el camino 

del equilibrio. 

Sé que no es fácil delimitar el área de influencia que tienen 

los problemas a los que nos enfrentamos. Cada uno de noso-
tros vive los aspectos más conflictivos de éstos, y esta incapaci-
dad de «ver» la realidad es la que precisamente ha precipitado 

la crisis. También ocurre que sólo observamos la parte más pe-

44 

quena del iceberg, mientras que el grueso de la mole continúa 

en la profundidad y permanece oculto, generando un senti-
miento de severa impotencia. 

Dialogar con nosotros mismos acerca de lo que nos está 

pasando interna y externamente va a darnos el control en úl-
tima instancia de la situación. Volver a las fuentes significa 

en este caso dejar de huir y darse el tiempo para «tomar un 

café con uno mismo» y organizar una estrategia para superar 

la crisis. 

Que nadie, más que nosotros, esté en condiciones de deter-
minar lo que nos pasa interna y externamente nos demuestra 

que somos los únicos que PODEMOS CONTROLAR LA SITUA-
CIÓN. 

Una vez que hayamos tomado ese café tan reconfortante y 

dialogado con nosotros mismos, lograremos identificar el 

problema y estaremos en condiciones de tener una visión 

amplia de lo que nos sucede. En este momento tomamos ver-
dadera conciencia de que somos propietarios de uno o más 

problemas, y que esta crisis personal por la que estamos atra-
vesando no sólo nos involucra a nosotros sino también a 

otras personas con las que estamos vinculados. 

Debemos centrar la atención en profundizar en los aspec-
tos más destacados del conflicto, pero para cada uno de no-
sotros la crisis involucra el ciento por ciento de nuestra per-
sona, por lo que deberemos utilizar toda nuestra energía en 

lo que sentimos que nos está afectando más. 

Culpa no, responsabilidad sí 

Siempre nos compete una cuota de responsabilidad en las 

cosas que nos pasan, y es bueno ser conscientes de ello. Ob-
viamente, no nos gusta tener que admitir este hecho, pero 

45 

sólo si nos sentimos parte indisoluble del problema y no asu-
mimos el rol de víctimas estaremos en condiciones de elabo-
rar de modo adecuado el sentimiento de pérdida que nos 

embarga y mirar con optimismo hacia el futuro. 

También es cierto que con respecto a las pérdidas, y sobre 

todo las vinculadas con la muerte de seres queridos, no tene-
mos responsabilidad por los hechos en sí, pero sí en cuanto a 

cómo manejamos esta nueva situación a la que la Vida nos 

enfrenta, poniendo a prueba nuestra fortaleza interna. 

Alguna gente, sin proponérselo específicamente, desarro-
lla conflictos con todas las personas que la rodean, y se encar-
ga de proyectar la culpa de esos conflictos sobre éstas. Aunque 

sea cierto que los otros efectivamente tengan responsabilidad 

directa en los problemas de uno, lo cierto es que, una vez ins-
talados en nosotros, los problemas son nuestros. 

Generalmente es el tiempo el que nos ayuda a ver de ma-
nera más objetiva nuestros conflictos, y a tomar conciencia 

de la injusticia que significa responsabilizar siempre a los 

demás de las cosas que nos pasan. Los otros harán su pro-
pio análisis de la situación y evaluarán su eventual culpa, 

pero eso no nos compete a nosotros. 

Ser responsable implica, en primer lugar, que indudable-
mente hemos sido parte activa de muchas de las cosas que 

nos pasan, y que somos quienes construimos nuestro pre-
sente y nuestro futuro, puesto que el pasado forma ya parte 

de nuestra historia personal. 

La autocrítica -en el sentido de autoflagelarnos- por lo 

que hoy sentimos que hemos hecho mal no nos conduce a 

destino deseable alguno y, lo que es más, no colabora en la 

solución real del problema. 

Enfrentar los retos de la vida cotidiana hace que los pro-
blemas pierdan dimensión y, sobre todo, que no nos domi-
nen y no controlen nuestra actitud hacia ellos. 

46 

Evitar que la ira y la frustración nos destruyan, ponien-
do de manifiesto nuestra incapacidad para manejar los con-
flictos, es uno de los objetivos fundamentales que hemos de 

proponernos en este escenario donde ser víctimas es el peor 

papel que nos podemos asignar. 

Recordemos que ser responsables también significa que 

depende de nosotros elegir la respuesta adecuada a lo que nos 

está pasando. Pero también es cierto que reconocer no es asu-
mir toda la culpa, como si hubiéramos cometido el más pro-
fundo de los errores. 

Somos lo que creemos 

La base del comportamiento humano está íntimamente rela-
cionada con sus CREENCIAS. Si somos capaces de creer en no-
sotros mismos, lo que es sinónimo de una alta autoestima, 

nuestra conducta va a apoyar el autoconcepto positivo que 

poseemos. Por el contrario, si nuestra autoestima es baja, 

esto también será demostrado en nuestras actitudes, que es-
tarán reflejando el pobre concepto que nos merecemos ante 

nuestros propios ojos. 

Nuestra manera de vivir en el mundo, de vernos a noso-
tros mismos y de esperar que los demás se comporten como 

nosotros deseamos es el resultado de ciertos condiciona-
mientos que nos llevan a desarrollar una posición expectan-
te, siempre a la espera de que los demás satisfagan nuestras 

necesidades. 

Si logramos cambiar nuestras creencias, automáticamente 

se producirá un cambio en nuestras acciones. Es claro tam-
bién que esto no se logra de un día para el otro, pero es un 

buen ejercicio para salirse del círculo limitativo de sentirse 

siempre «una víctima de las circunstancias». 

47 

Como seres humanos podemos adoptar muchos estilos de 

vida; vamos a detenernos en dos de ellos, que a mi juicio son 

una clara demostración de cuál es la postura que podemos 

adoptar frente a los sucesos cotidianos. 

Un estilo de vida nos permite funcionar desde un ángulo, 

en el cual asumimos el control de nuestras vidas. Nos torna-
mos CREATIVOS. Partimos de la base de una buena autoesti-
ma, y somos capaces de asumir la responsabilidad de lo que 

nos pasa. En otros términos, somos nosotros quienes deter-
minamos lo que nos ha de suceder. 

El estilo de vida que se mueve en el otro extremo del es-
pectro de las conductas humanas es el de sentirnos VÍCTIMAS, 

responsabilizando siempre de lo que nos sucede a las demás 

personas. Al tener una muy baja autoestima es mucho más 

«fácil» culpar a los otros por lo que «nos hacen», quedando 

de esta manera liberados de la responsabilidad de lo que su-
cede en nuestras vidas. 

Caben en este momento algunas preguntas clave que us-
ted deberá hacerse: ¿Por qué algunas personas adoptan el rol 

de víctimas frente a los desafíos a los que la Vida necesaria-
mente los enfrenta? ¿Por qué les resulta más fácil entregar su 

responsabilidad a otras personas? 

He aquí algunas respuestas que ya podemos ir esbozando: 

• Mis sentimientos de autoestima están muy devaluados. 

• Mi imagen personal depende de que la gente me acepte. 

• Temo enfrentarme a las situaciones porque desconozco 

el desenlace. 

Pasamos a ser víctimas en el mismo momento en que per-
demos el control sobre nuestra propia vida, al no poder asu-
mir la responsabilidad de nuestros actos. 

48 

Si USTED COMIENZA A PERCIBIR QUE SU VIDA NO PUEDE 

SEGUIR FUNCIONANDO DE ESTA MANERA ES PORQUE HA PER-
MITIDO QUE LOS DEMÁS LO VIERAN COMO UNA VÍCTIMA DE 

LAS CIRCUNSTANCIAS. 

Las decisiones que tomamos dependen de la imagen que 

tenemos de nosotros mismos y de nuestra visión del mundo 

que nos rodea. 

Para ser víctimas es necesario sentir que no somos merece-
dores de lo mejor, y que por lo tanto los demás pueden ma-
nipularnos según su voluntad y deseo. 

Ser o no ser víctima: una decisión 

Un buen ejercicio es repasar las distintas áreas donde nos mo-
vemos habitualmente para evaluar en cuál de ellas nos senti-
mos víctimas de las circunstancias y descubrir quién o quié-

nes están ejerciendo el poder de controlar nuestras vidas. 

¿Existe algún área de su vida en la que usted esté sintién-
dose víctima de los designios de los demás? 

¿Tiene identificada a la persona o a las personas que lo ha-
cen sentir así? ¿Tiene una idea aunque sea somera de por qué 

lo están haciendo? 

A continuación le daré algunas pautas para que usted se 

identifique o no con esto de sentirse víctima. Veamos, por 

ejemplo, cómo se maneja habitualmente: 

• En su trabajo. 

• En su relación con el mundo exterior, con sus amigos. 

• En el ámbito familiar. 

¿Se siente capaz de delimitar aquellas áreas en las que se 

maneja con más soltura de aquellas donde queda atrapado 

49 

en ese desagradable sentimiento de sentirse juzgado por los 

demás, al punto de haber cedido el espacio para que los de-
más se sientan con el derecho de emitir juicios sobre su con-
ducta? 

¿Dónde se encuentra la diferencia entre las personas que 

hacen que las cosas sucedan y aquellas que son incapaces de 

generar algo? 

¿Por qué algunos seres humanos pueden estar creando 

nuevos caminos para su desarrollo personal, mientras que 

otros siempre sucumben víctimas de su propia inoperancia 

frente a la Vida? 

La diferencia fundamental radica en la CAPACIDAD PARA 

TOMAR DECISIONES. 

¿Es usted un hombre o una mujer que considera tener 

buenas aptitudes para tomar decisiones rápidas y coherentes 

en su propio beneficio? 

Si tuviera que puntuar respecto a esta habilidad, diría 

que es: 

• Aceptable 

• No tan aceptable 

• Deficitaria 

• Nunca puede tomar decisiones 

Muchas veces nos sentimos incapaces de tomar decisiones 

porque creemos que no podemos confiar en nuestro propio cri-
terio. 

Esta falta de confianza opera en una espiral descendente ne-
gativa que convierte nuestras creencias en profecías autocum-
plidas. 

En la medida en que comenzamos a expresar nuestros 

sentimientos, liberándolos de la represión a la que estuvie-
ron sometidos durante tanto tiempo, vamos haciéndonos 

50 

responsables de nuestras propias vidas y lentamente, pero 

con seguridad, aprendemos a respetar nuestro propio cri-
terio. 

Intención, decisión... ¡acción! 

Es el momento ideal para comprender que el rol de víctimas 

sólo podemos otorgárnoslo nosotros, y que nadie puede ha-
cernos sentir de tal manera, si nosotros no lo permitimos. 

Nos va quedando claro que la TOMA DE DECISIONES es el 

mecanismo clave para salir de ese incómodo lugar de víctimas 

de la Vida. 

Se torna difícil actuar si no puedo decidir cómo voy a ac-
tuar. No puedo tomar decisiones a menos que pueda saber 

qué estoy queriendo que suceda con mi decisión. 

Para que usted pueda descubrir su intención, pregúntese: 

¿QUÉ QUIERO QUE SUCEDA? 

Cuando logramos definir la intención es mucho más fácil 

definir nuestra acción. 

Reflexionemos sobre algunas áreas de nuestra vida don-
de nos gustaría ver cambios que reflejen nuestro creci-
miento personal. 

Una de las cosas que más nos cuestan a los seres huma-
nos es decir NO sin sentirnos culpables. La autoafirmación 

es uno de los capítulos más conflictivos de nuestras rela-
ciones interpersonales. 

Ahora bien: recordemos que la eficacia de nuestra acción 

dependerá de la claridad de la intención. Si la intención es 

expresar nuestra voluntad negativa ante un pedido que con-
sideramos que no nos corresponde atender, debemos tomar 

la decisión de asumir la sorpresa que la o las otras personas 

van a demostrar ante nuestra nueva manera de actuar. 

51 

La pregunta que usted, querido lector o lectora, se estará 

haciendo es: «¿Seré capaz la próxima vez de decir que no con 

la frente en alto y sin sentirme culpable por ello?». 

Y yo le respondo: si usted quiere sentirse como hasta aho-
ra, no siendo el dueño de sus decisiones, ¡adelante!, continúe 

con los mismos patrones de comportamiento, que lo van a 

conducir inexorablemente hacia el mismo destino: SER UNA 

VÍCTIMA. 

Se puede vivir una vida muy desdichada, en la medida en 

que no somos capaces de decidir qué es lo que queremos y 

esperamos de la vida. Ahora bien, esta incapacidad no nece-
sariamente debe ser permanente; en general se da por falta 

de práctica. 

Si uno no usa su cerebro, éste tenderá, como otros órganos 

y sistemas del organismo, a la atrofia. Si no nos ejercitamos 

en la capacidad de tomar decisiones también nos veremos 

con el paso del tiempo con un sentimiento de minusvalía al 

respecto. 

Una persona que no logra tomar decisiones por sus pro-
pias inseguridades muy pronto se convierte en un ser que ha 

perdido el rumbo de su Existencia, porque le está faltando el 

combustible fundamental, que son sus creencias. 

L A CLAVE RADICA EN TENER IDEAS CLARAS DE LO QUE QUE-
REMOS QUE NOS SUCEDA EN LA VIDA Y DE ESA MANERA NOS 

ACERCAMOS MÁS A LA POSIBILIDAD DE TOMAR DECISIONES. 

Cuando las decisiones son claras, estamos preparados 

para la acción, y para la comunicación efectiva de dicha ac-
ción. No alcanza con el hecho en sí mismo, sino que tam-
bién debemos hacerles saber a los demás cuál ha sido nues-
tra decisión. 

El mundo que nos rodea percibe claramente nuestra bue-
na autoestima o su falta, mediante nuestras palabras y nues-
tras acciones. Si tenemos una autoestima baja, nos sentire-

52 

mos mal, ejerceremos el rol de víctimas del mundo y consi-
deraremos «normal» el ser maltratados. 

Por lo contrario, una autoestima alta espera reciprocidad 

en el buen trato y respeto mutuo. No hay espacio para sen-
tirse víctima, pues estamos tan ocupados en crecer y tener 

una visión realista y optimista del mundo que nos es mucho 

más urgente cambiar nuestro comportamiento que quedar 

encadenados y enajenados en el concepto de que los demás 

son responsables de nuestras desgracias. 

Apropiarse del conflicto es empezar a solucionarlo 

Lo cierto es que sólo una vez que nos hemos dado cuenta de 

que estamos frente a uno o más problemas, nos encontramos 

en condiciones de hacer algo al respecto. Desde el mismo 

momento en que tomamos los conflictos como «propios» ya 

nos estamos orientando hacia su solución. 

La idea es evitar tener que convivir para siempre con las 

dificultades y sufrir inexorablemente sus efectos paralizado-
res, que nos impiden ver más allá de esas circunstanciales di-
ficultades. 

Estar en crisis y sentirse como una víctima siempre va a 

exigirnos la toma de decisiones que involucren cambios en el 

sentido que le estamos dando a nuestra vida, y cambios en 

nuestros modelos o paradigmas de pensamiento y, por qué 

no, también de sentimientos. 

Cuando todas estas fuerzas negativas están operando so-
bre nosotros, es bueno plantearse estas preguntas: 

• ¿Nos vemos como víctimas de las acciones concretas y 

de mala fe de otras personas? 

• ¿Cómo nos sentimos al respecto? 

53 

• ¿Seremos víctimas sin responsabilidad de alguna fuer-
za extraña o simplemente de la mala suerte? 

Si realmente nos sentimos identificados con alguna de las 

preguntas que anteceden, será el momento de pensar seria-
mente en resolver definitivamente este sentimiento de mi-
nusvalía que tanto nos duele. 

Y si ya vamos a resolver este sentimiento tan urticante, ca-
ben también aquí algunas preguntas tales como: 

• ¿Realmente esperamos que los demás sean quienes den 

el primer paso, con la finalidad de encontrar un camino 

que nos aproxime a la paz interior? 

• ¿Pensamos que las heridas se cerrarán solas o que los 

problemas desaparecerán como por arte de magia? 

• ¿O deberemos tomar el mando de nuestra vida y abrirnos 

paso para encontrar la solución a nuestros problemas? 

Seamos conscientes de que hay sucesos que están ocu-
rriendo «fuera de nosotros» y que debemos atender. Son los 

acontecimientos en sí mismos. 

Pero también tenemos heridas y resentimientos alojados 

en lo más íntimo de nuestro ser, y que debemos procesar 

adecuadamente para no caer en la omisión de creer que, si 

no les prestamos atención, ellas no van a volver en el futuro 

bajo la forma de una crisis mucho más explosiva y destructi-
va que la que estamos atravesando. 

De la misma manera en que nos cuesta ver los aspectos 

positivos que las crisis tienen, también puede ser difícil para 

nosotros reconocer que esas heridas y esos resentimientos 

pueden llevarnos de la mano hacia las causas más profundas 

de por qué nos sentimos como víctimas de un mundo que 

parece estar en contra de nuestros intereses. 

54 

EL PAPEL DE VÍCTIMA DEBE DESAPARECER DE NUESTRA 

FORMA DE PENSAR Y DE SENTIR. 

Las emociones negativas 

Si comenzamos a sentir que representar el papel de vícti-
ma se ha convertido en un estilo de vida para nosotros, te-
nemos que visualizar con urgencia qué emociones negativas 

nos están desgastando en lo interno, para no terminar seria-
mente lastimados por el manejo inadecuado de estos sen-
timientos. 

LA IRA 

Es ésta una emoción muy intrincada, que puede ir desde un 

simple resentimiento hasta la cólera imposible de controlar. 

Los seres humanos nos sentimos indefensos cuando algo 

amenaza nuestra propia imagen. Si nos sentimos como vícti-
mas, observemos si estamos permitiendo que la rabia contro-
le nuestra vida. 

Surgirán preguntas inevitables, tales como: 

• ¿Por qué me tiene que pasar esto justo a mí? 

• ¿Por qué tenían que hacerme esto (él, ella o los demás)? 

Si no logramos dar rienda suelta a nuestra rabia, las con-
secuencias de contener en nuestro interior este sentimiento 

pueden llegar a la depresión u otras formas de bloqueo, que 

van a obstaculizar nuestro camino hacia la verdadera solu-
ción del problema. 

Preguntémonos con libertad si realmente estamos enoja-
dos; y cuando respondamos afirmativamente, reconocere-
mos cómo los resentimientos siembran semillas de odio en 

55 

nuestra alma y un impulso de venganza en nuestra manera 

de pensar. 

Una vez que hayamos reconocido con sinceridad nuestro 

enojo, éste comenzará lentamente a disolverse. Esto signifi-
ca que toda la energía emocional que estábamos utilizando 

para seguir enojados comenzará a trabajar de manera positi-
va, ayudándonos a liberarnos de esta emoción. 

Pero lo más importante es que nuestra percepción de la vida 

como víctimas se irá desvaneciendo hasta desaparecer por 

completo. 

EL MIEDO 

Si por alguna razón nos sentimos invadidos por EL MIEDO, 

éste nos provocará una verdadera parálisis, aislándonos 

dentro de nosotros mismos, y promoviendo que nuestros pen-
samientos y nuestros sentimientos cobren una nueva di-
mensión, haciendo así que lo desconocido nos produzca 

pánico. 

El miedo nos hace reflexionar sobre lo fugaz de nuestro 

paso por la Vida. Esta sensibilización nos hace conscientes de 

nuestra debilidad y de la necesidad de recibir apoyo. Esto 

nos ayuda a sentirnos más dispuestos al cambio, pues perci-
bimos que los viejos modelos o paradigmas ya no resuelven 

nuestros interrogantes existenciales. 

LA CULPA 

Otro sentimiento importante que debemos considerar a la 

hora del análisis del rol de víctimas frente al mundo es el de 

CULPA, que nos ayuda a reconocer que hemos violado nues-
tra propia integridad. 

Algo hemos hecho y nuestro comportamiento no ha esta-
do en armonía con nuestra visión de nosotros mismos. Los 

valores que se han transgredido no son los que se imponen 

56 

desde fuera de nuestra persona, sino los que forman parte de 

nuestros principios de conducta internos. 

Cuando aparece esta emoción es comparable a lo que su-
cede cuando la luz roja del tablero de un auto se enciende en 

señal de aviso de que hay algo en el sistema eléctrico que no 

funciona bien. 

Tiene su riesgo ignorar el aviso. Si no tomamos medidas 

inmediatas, como detener el vehículo y cerciorarnos de qué 

está pasando o llamar a alguien especializado en el tema, las 

consecuencias podrían ser mucho más graves que la crisis 

que estamos afrontando en la actualidad. 

Con la culpa sucede algo similar. Cualquier intento de 

aceptar tácitamente la culpa, en vez de buscar su origen, se-
ría equivalente a «no mirar» la luz roja del tablero: seguire-
mos sintiendo que hay algo que no está bien en nosotros. 

Ahora bien; tomar una actitud de enfrentamiento con el 

sentimiento de culpa sería similar a responsabilizar a la luz 

del tablero por el desperfecto eléctrico que el coche está su-
friendo. 

Lo correcto es tener la valentía de reconocer la culpa, eli-
minar su causa modificando el comportamiento que la origi-
nó y, de ser necesario, corregir algunos errores que podamos 

haber cometido. 

EL AGOTAMIENTO PSICOFÍSICO 

Es una señal de que es necesario interrumpir lo que estamos 

realizando. La actividad que venimos desarrollando ha re-
sultado superior a nuestras fuerzas y debemos hacer un alto 

no sólo para descansar, sino también para pensar hacia dón-
de estamos dirigiéndonos y, si es el caso, corregir nuestra 

perspectiva de la Vida. 

Es absolutamente lógico experimentar cierto cansancio 

cuando uno está sujeto a las demandas de un mundo cada 

57 

vez más exigente; pero si creemos que siempre podremos tu 

poco más, ignorando de esa manera las señales de pelign 

que nuestro cuerpo nos envía, y nos dejamos llevar más all¡ 

de nuestros límites de resistencia física y psicológica, come 

teremos errores de apreciación de la realidad y adoptaremo 

una visión pesimista de la vida que nos conducirá con mu 

cha facilidad a sentirnos víctimas de una situación que ni 

creemos poder dominar. 

El gran desafío de la vida moderna es interpretar por qui 

nos cansamos los seres humanos. Generalmente nos cansa 

mos mucho menos por la realización de un esfuerzo físici 

que por el desgaste de nuestro sistema nervioso que, combi 

nado con otros factores debilitantes, como el estrés, la vid; 

sedentaria y la mala alimentación, nos convierten en seré 

minusválidos para enfrentar los desafíos básicos de la Vide 

Estimulantes y psicofármacos aparecen entonces para pa 

liar esta situación, que únicamente se corrige modifican 

do el estilo de vida y tomando conciencia del respeto qu 

nos deben merecer tanto nuestro cuerpo físico como el es 

piritual. 

LA DESESPERANZA 

El rol de víctimas se asocia íntimamente al sentimiento d 

DESESPERANZA. Ésta nos recuerda de manera constante quí 

a pesar de todos los esfuerzos, no podremos resolver núes 

tros problemas. ¿Hay aspectos positivos en la desesperar 

za? Por supuesto que no son fáciles de ver, pero pongamos 

modo de ejemplo un pensamiento que podemos ejercita 

en nuestra mente: «Esto es muy grave, pero no es el fin de 1 

Humanidad». Y, utilizando el aforismo que dice que «mieri 

tras hay vida hay esperanza», sentarnos y abrir nuestra mer 

te para observar con ecuanimidad y objetividad los acontecí 

mientos que ocurran de ahí en adelante. 

58 

A veces es necesario llegar hasta el límite de nuestra resis-
tencia antes de poder ver la luz del sol, que con su brillantez 

iluminará nuestro camino. Si logramos abordar con cierta se-
renidad nuestra problemática, veremos cómo desempeñar el 

papel de víctima es muy poco redituable, además de dar una 

pobre imagen de nuestra persona. 

¡Arriba ese ánimo! A todos nos ha pasado eso de estar 

algo melancólicos y de buscar el camino más fácil, que con-
siste en atribuir nuestras desgracias a la mala acción de los 

demás. Ya tenemos algunos instrumentos en nuestro poder 

para conseguir transformar nuestra realidad, a partir del 

análisis de nuestros valores. 

Lo que nos enseñan las crisis 

Si logramos mirar nuestra problemática con cierta pers-
pectiva, veremos que solemos ubicarnos en el rol de vícti-
mas cuando enfrentamos situaciones de crisis en nuestra 

vida. 

Cada crisis encierra en sí misma una lección que debemos 

aprender. El hecho de que constituyan momentos de gran in-
seguridad y confusión hace que las crisis nos encuentren 

mucho más permeables y dispuestos a aprender, ya que 

cuando todo luce y está claro en nuestra Existencia, nos sen-
timos poco dispuestos a que las situaciones de la Vida nos 

enseñen algo. 

La rutina cotidiana no supone reto de aprendizaje alguno. 

Sin embargo, cuando nos disponemos a descubrir caminos 

nuevos y desconocidos, la actitud debe ser de disposición a 

aprender. La necesidad de crear nuevos patrones de conduc-
ta y la eliminación de los antiguos que nos condujeron a la 

actual crisis nos permiten comenzar a ver cómo se filtra la luz 

59 

a través de las grietas de las estructuras que creíamos inamo-
vibles hasta el presente. 

Cuando usted sienta que su papel en el escenario de su 

vida diaria es el de víctima, habrá llegado el momento de 

realizar un profundo análisis de su vida, de su manera de ver 

el mundo y, sobre todo, de usted mismo. 

Si logramos llegar al centro mismo de nuestra propia per-
sona es porque la crisis por la que estamos atravesando in-
tenta comunicarnos algo muy importante. Y esa comunica-
ción puede tener que ver con nuestro cuerpo físico o con 

nuestro cuerpo espiritual. Es habitual que el contenido del 

mensaje implícito de estas crisis sea que debemos abandonar 

ciertos hábitos vinculados con nuestro estilo de vida. 

Hemos analizado un poco más arriba que los problemas 

pueden estar indicándonos que la velocidad y el vértigo que 

le estamos imprimiendo a nuestra Existencia van a darnos 

problemas importantes de salud. 

Hasta podemos llegar a plantearnos la disyuntiva entre 

vivir para trabajar o trabajar para poder vivir. 

Salimos de la incómoda situación de víctimas implica que 

nuestro estado de ánimo puede verse también afectado por 

cambios internos, que debemos atender adecuadamente, 

para que no se conviertan en elementos que nos detengan en 

nuestro íntimo deseo de desenvolvimiento hacia una nueva 

manera de vivir. 

De modo inverso, también podemos preguntarnos: 

• ¿Qué es lo que esta crisis está poniendo a prueba en 

nosotros? 

• ¿Será el discernimiento para ver con transparencia lo 

que verdaderamente nos sucede? 

• ¿Será nuestra fuerza de voluntad para emprender lo que 

consideramos impostergable? 

60 

No cabe duda de que en la turbulencia de todos estos pro-
cesos es importante analizar si el sentimiento de pérdida tie-
ne un valor determinante para nuestra vida futura. 

Por la propia ley de las compensaciones, aunque, cuando 

estamos involucrados en uno o más problemas denomina-
dos Crisis Personales, no somos capaces de ver cuáles pue-
den ser sus beneficios ocultos, tenemos que abrir nuestra 

mente para analizar cuidadosamente cuál es la relación cos-
to-beneficio en la presente situación. 

En otras palabras: ¿qué hemos de ganar si dejamos de ser 

víctimas del mundo?, y ¿qué costo hemos de pagar por asu-
mir nuestra Vida como una responsabilidad intransferible, y 

por ser nosotros mismos los que determinemos lo que desea-
mos que nos suceda a partir de hoy, mirando hacia el futuro 

simultáneamente con optimismo y realismo? 

Éstos son los retos típicos de las crisis de la edad media de 

\a vida, o de \a madurez, cuando tenemos una tendencia na-
tural a sentirnos víctimas de un mundo que no nos compren-
de y que nos presenta siempre la necesidad de optar por 

cambios profundos en nuestra concepción de la Vida. Esto 

nos conmociona hasta nuestros cimientos, demandando de 

nosotros un claro entendimiento de cuáles son los problemas 

a los que nos vemos enfrentados. 

Descubrir el mensaje que estos movimientos subterráneos 

traen consigo nos abrirá la puerta a una vida mejor, aceptan-
do aquellas cosas que no podemos cambiar, pero alejándonos 

definitivamente del triste rol de víctimas, para comenzar a 

reinterpretar nuestra historia y asumir la única y verdadera 

responsabilidad que nos ha sido asignada como misión ine-
ludible, a lo largo de la Existencia: SER LOS PROTAGONISTAS 

DE NUESTRA PROPIA HISTORIA. 

Esto significará quitarles a los demás el poder de juzgar-
nos, y devolvernos el timón de nuestro barco, para orientar-



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